Que la iglesia ayude a las familias en esta edad en que los más jóvenes no escuchan a los padres, y sea esa otra voz, esa referencia y modelo, esa propuesta de ocio sano, educativo ¡y divertido!
De un tiempo a esta parte se habla mucho de esta cuestión, la de entretener: entretener en las iglesias a la congregación, entretener a los jóvenes. Entiendo que se refiere a estas situaciones en que lo único que se hace es más o menos pasar el tiempo de una forma agradable, sin dedicarse específicamente a la edificación de la asamblea.
Pero le he estado dando vueltas al tema, más que nada por el tono despectivo que he captado en ocasiones, que me llama la atención.
Voy a pensar en voz alta.
¿El entretenimiento es malo? Disfrutar y divertirse no es pecado. Es más: si los que conocemos al Señor y tenemos su salvación no somos personas gozosas que gustan de situaciones de alegría, igual apaga y vámonos. Creo que no hace falta decir, pero por si acaso lo menciono, que en ningún momento me estoy refiriendo a actividades que por su dudosa calaña puedan comprometer el nombre de nuestro Dios.
Quizá alguien pueda objetar, de todos modos, que cada cosa tiene su momento, como dice el Eclesiastés, y en la vida de iglesia hay que centrarse en el crecimiento de los creyentes. Suscribo de corazón que conocer a Dios a través del estudio de su Palabra es imprescindible para que cada persona vaya alcanzando la madurez espiritual, y así pueda cumplir el propósito de Dios en ella. Pero, ¿no estaremos incurriendo en una falsa dicotomía que presupone que la vida de iglesia es una cosa, y la vida otra?
Las personas que conocemos al Señor, ¿nos disfrazamos los domingos? ¿Cambiamos la expresión de nuestra cara, y la postura corporal? Quizá un poco sí, porque cuesta creer que seamos todos tan sosos durante la semana como lo somos en la capilla. Veis por dónde voy.
Y llego ya al tema: el de entretener a los jóvenes.
En alguna otra ocasión hemos estado reflexionando sobre la esencia del evangelio, que es una buena noticia para todos los seres humanos, que son pecadores y necesitan la salvación. Los jóvenes también. Y nos preguntábamos si cuando ellos dejan de venir a la iglesia están rechazando al Señor, o más bien nuestras formas y tradiciones, todo ese lastre que llevamos acumulado desde la posguerra.
Nuestros adolescentes y nuestros jóvenes, igual que nosotros, se aburren en según qué situaciones, sobre todo si no son especialmente participativas… tal como ocurre en la mayoría de nuestros cultos.
Hace unas semanas escuché a uno de los líderes de los adolescentes de una iglesia conocida decir: “Si no quieren estudiar la Palabra, que no vengan”.
Y unos días después me decía un pastor de jóvenes que él no iba a dedicar tiempo a entretener a los jóvenes de las iglesias, sino que iba a centrarse en alcanzar a jóvenes que no tuvieran contacto con los creyentes.
Y yo pensé: ¡que el Señor tenga misericordia de nuestros pobres hijos! Esos que se han criado en la iglesia y aún no son de Cristo, esos que saben hilar fino respecto a la bondad y la integridad y sin embargo nos conocen de cerca, esos que cuando todavía no se encuentran a sí mismos nosotros censuramos con dureza.
Os lo digo sinceramente: ¡prefiero un millón de veces, no, mil millones de veces, a mi hijo entretenido en la iglesia, que entretenido en cualquier otra parte, donde gobierna el príncipe de este mundo!
Uno de los significados de la palabra entretener es mantener o conservar a alguien o algo. Pues eso. Que la iglesia ayude a las familias en esta edad en que los más jóvenes no escuchan a los padres, y sea esa otra voz, esa referencia y modelo, esa propuesta de ocio sano, educativo ¡y divertido!, que provea el espacio social para establecer buenas relaciones, algunas con otros jóvenes creyentes y fieles que viven con pasión su fe… En definitiva, que la iglesia sea el lugar donde (también) se vive la fe cristiana de una manera natural y fluida.
Pienso en el Maestro, a quien acusaban de ir de fiesta en fiesta, invitado en ocasiones a celebraciones en casas de personas de muy dudosa reputación. No creo que se pasara toda la comida predicando, de verdad que no lo creo. Comería, bebería, no sería un aguafiestas.
Entiendo el entretener a los jóvenes como esa bendición regalada a algunos de nuestros hijos que supone un poco más de protección para ellos frente al que quiere destruir su alma. Como una cubierta que resguarda durante un poco más de tiempo y que evita, quizá, tropiezos y caídas que dejan una mala cicatriz. Y a la vez les va dando oportinidad de, entre risa y risa y entre juegos y bromas, ir oyendo la Palabra para que al final venga la fe.
La gran mayoría de los que entretienen a los jóvenes (y seguramente de los que entretienen a iglesias enteras) saben que no hay que provocar recelo o rechazo ya de entrada con cosas innecesarias y extrabíblicas, están convencidos de que su Señor es amor y no sólo justicia, y proclaman el Evangelio infatigablemente semana tras semana, día tras día.
Que nuestro Dios nos ayude a ser sabios, guíe a cada cual según su llamado, y nos libre de juzgar a nuestros consiervos.
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