Un cristianismo sin Iglesia sería cualquier cosa menos cristianismo. Creo y amo la Iglesia.
La esencia de la Primavera es la versatilidad, afirmando desde esta introducción, que no me gusta el uso “político” en la que se utiliza en estos días, que si “Primavera Árabe”, que si “Primavera Eslava”; no, nada de eso. Su versatilidad está en que nunca es igual a sí misma, o al menos a los ojos de quien la ve. España es grande, bastante grande, mucho más que una y mucho más que libre. Según se mire al Norte, al Sur, al Este o al Oeste, la primavera será dulce o lluviosa, abrumada o radiante, tibia o calurosa. Hay primaveras tardías y primaveras precoces. Y por si fuera poco, de Marzo a Junio, caben muchos matices. Preguntar cómo es la Primavera, es como preguntar cómo es el amor, distinto para cada persona. Como cada persona suele ser distinta en cada Primavera, como los políticos en cada periodo de elecciones.
Para los niños, como para la flora, es un tiempo de cierta embriaguez. Les cuesta permanecer quietos, callados, hay un brío primaveral que les empuja hacia fuera. Y en eso son lo mismo que las plantas; florecen y aroman, lo mismo que los árboles cuajados de brotes que lentamente están desabrochándose; lo mismo que los pájaros que se columpian y trinan un poquito enamorados de sí mismos; lo mismo que las mariposas y las abejas, también los abejorros, nadando en la perfumada transparencia del aire… todo se expresa en primavera, todo se colorea, todo se exterioriza, y ahí se manifiesta en cada Primavera, el cumplimiento de la promesa del Creador, miles y miles de años, cuando afirmó: “Mientras la tierra permanezca, no cesará la Primavera…”
Así que hoy que estamos en Primavera, decir “Desde el Corazón”, ¡VIVA LA IGLESIA! no está de moda. Lo que se lleva ahora es hablar de un “pret a porter” pensar en ella –la Iglesia con despego, demostrar que uno es muy independiente, muy crítico con la Institución, incluso a veces con feroces críticas entre los mismos que se dicen creyentes. El slogan de muchos hoy es: “Cristo, sí, la Iglesia, no” o, en todo caso, la consigna sería: ¿Iglesia?; no demasiado. Las estructuras, piensan algunos, encadenan la libre función de los seguidores de Jesús. Mejor atenerse sólo a Cristo; y a la Iglesia, cuanto más, soportarla, tolerarla y usarla como decoración para bautismos, bodas y banquetes. Decora muy bien, como una Primavera sin Verano, Otoño e Invierno. Distanciarse de la Institución en una especie de cristianismo podemista por libre.
Pero “Desde el Corazón” un Credo sin Iglesia sería un Credo mutilado. Y un cristianismo sin Iglesia sería cualquier cosa menos cristianismo. Como “Desde el Corazón” amo la Primavera, tengo mis razones, que vienen de lo Alto, por las que creo y amo la Iglesia.
La primera, que por la misma razón por la que el Creador puso las estaciones del año, la Iglesia salió del proyecto de Jesús. Él hubiera podido predicar su mensaje solo, y hacer brotar vidas desde la muerte, pero quiso rodearse de discípulos, de pueblo y a ellos les encargó el continuar su obra. Y por esa comunidad de creyentes murió. ¿Cómo podría yo hoy amar a Cristo sin amar también las cosas por las que Él dio su vida? Hoy, lo cierto es que la Iglesia, como la versátil Primavera –buena, gris, mediocre, tibia o calurosa sigue siendo la esposa de Jesús ¿podría yo amar al esposo, despreciándola?.
Otra razón por la que amo la Iglesia es porque ella me ha dado, como ha dado al mundo, millones de creyentes que como brotes salieron fuera, maduraron y dieron fruto de la realidad de Cristo en la historia. Es cierto que no han faltado brotes bordes, pero bien sabemos de millones de testigos fieles que han honrado al Señor de la Iglesia y traído a lo largo de la Historia cuanto sabemos de Jesús.
Sí, sí, sé muy bien que la Iglesia no es Cristo. Jesús es el absoluto, el fin. La Iglesia es el medio, y cuando decimos que creemos en la Iglesia, estamos diciendo que Cristo sigue estando en ella.
El pueblo Evangélico sabe como nadie, que la Iglesia, la asamblea, no es el edificio, sino sus santos. Y aunque “Desde el Corazón” con tristeza, hemos de reconocer que ha habido frágiles “amapolas” de pobre duración y paupérrimos ejemplos, no es menos cierto que han abundado, pues a Dios nunca le faltaron testigos, y abundan santos, y ese hilo de historia y santidad llega a nosotros.
Y amo a la Iglesia, y no temo decirlo, porque es imperfecta, porque en ella se acepta a personas como yo, que como mis lectores, tampoco somos santos. No es una “Cía. de Seguros” que cuando has dado dos partes de accidentes, te cesan de mantenerte la póliza. ¡Qué haríamos los mediocres en una Iglesia que sólo aceptase a los perfectos! y la amo, porque cuando ésta es fiel a su Señor, es la indiscutible tierra para fomentar brotes de vida, belleza, civismo, ética, paz, esperanza y amor; versatilidad de Primavera espiritual.
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