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Lidia Martín
 

Triste aniversario en El espejo

Ser cristiano supone la carga de una cruz que, a veces, como en Kenia y en otros lugares del mundo, supone la muerte.

EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín 11 DE ABRIL DE 2015 21:45 h

En Esta semana cumplimos 200 artículos en El Espejo. Es para mí una fecha histórica, importante, y reconozco que la esperaba con ilusión, aunque en esta ocasión es, como en otras que se han analizado desde estas líneas, una fecha triste. Quizá más triste que otras veces, si es que el dolor, que es algo tan subjetivo, se puede comparar entre sí.



La sensación en el corazón, desde luego, es agridulce. La alegría por la fecha en sí queda oscurecida por la tristeza de la barbarie y la sinrazón que presenciamos en estos días. Y la vela que encendemos en este aniversario nuestro no puede ser otra que la vela que también prendemos por Kenia y sus 147 estudiantes muertos por el simple y mero hecho (que no es nada simple, finalmente, y por eso los mataron) de ser cristianos.



Como yo. O como tú, quizá, que lees El espejo desde hace ya tantas semanas y que también te identificas con ellos en la distancia, uniéndote de alguna manera al dolor de sus familias en esa vela encendida.



La fecha coincide además, en un momento en que los cristianos nos reunimos alrededor de la cruz con especial memoria de todo lo sucedido en el Calvario hace más de 2000 años. El Hijo de Dios encarnado, muerto en una cruz por todos nosotros y a causa nuestra que, de forma lejana, ni siquiera presente, gritábamos “¡Crucifícale!”. La causa fue Su mensaje, Su misión y el Reino que anunciaba.



El mensaje de Jesús dolía, y por eso los líderes religiosos del momento no podían soportarle. Las masas, tan influenciables entonces como ahora se unían al grito de muerte, sin reparar en que quien moría en ese momento era el Mesías mismo. 



Hasta los soldados, tras Su muerte, hacían una de las declaraciones más impactantes de la Historia: “Verdaderamente éste era el Hijo de Dios”. Un líder que muere por sus fieles, un Dios que se entrega por aquellos a los que quiere salvar, no uno que envía a matar a otros a cambio de salvarse. El orden de los factores, como tantas veces, aquí sí altera el producto.



Él, Jesús, abría  en la cruz el único camino de Salvación, pero con un carácter bien marcado: la muerte, el dolor, el sufrimiento y la barbarie estaban en los inicios de ese camino, acababan con Su vida humana y marcarían claramente el tinte de lo que sería el resto de su recorrido, también quizá para los que decidieran seguirle. Porque ser cristiano supone la carga de una cruz que, a veces, como en Kenia y en otros lugares del mundo, supone la muerte para aquellos que declaran creer en Jesús.



Pero hay una resurrección de la que Él es primicia y de la cual disfrutaremos quienes hemos depositado nuestra confianza en él, al igual que los masacrados en Kenia. Nadie puede matar un alma que es de Él, a Él nadie le arrebata nada, aunque a algunos se lo parezca cuando arrebatan la vida de otros.



Mientras tanto aquí, nosotros, cómodamente instalados en nuestros respectivos “día a día”, vivimos un Evangelio descafeinado, “de pacotilla”, de esos que no le cuestan la vida a nadie (como mucho algún que otro desplante o alguna mirada escéptica y de cierta lástima, reconozcámoslo, que nos duelen lo bastante como para mantenernos con la boca cerrada durante tiempo indefinido) y seguimos adelante.



Nunca pude decir “Je Suis Charlie” con pleno convencimiento, aunque me repugna el ataque a su sede y las vidas que ha costado. Procuro no hacer sangre con las creencias de otros y, con todo y que soy bastante sarcástica e irónica por naturaleza, creo que el respeto a la diferencia no ha de perderse jamás.



Sí me identifico, claro, como víctima potencial de gente que no se detiene especialmente en mirar a quién hace daño y a quien le da lo mismo ocho que ochenta. Pero puedo decir sin duda alguna que, como cristiana que soy y me declaro, ratificándome especialmente en esta fecha señalada para mí, “Yo soy también Kenia” en lo relativo a lo sucedido con estos estudiantes cristianos.



Soy tan objetivo de quienes buscan aniquilar la fe en Cristo Resucitado como cualquiera de los estudiantes muertos allí. La única diferencia es que vivo en un país que aún considera que está demasiado lejos de este problema, y que esto “aquí no pasa”, luego “no nos va a tocar”.



En un sentido práctico, ante quienes asesinan bajo estas tiranías, da igual si eres cristiano nominal o no, si eres evangélico o católico no practicante. Eres un infiel al que hay que aniquilar y lo eres porque, ni suscribes el Islam ni podrías recitar el Corán (que es lo que les pasó a algunos de los estudiantes masacrados cuando intentaron salvar sus vidas).               



Revisando los inicios de “El Espejo, descubro con sorpresa (¡cómo son las cosas!) que el primer artículo llevaba por título “Mirar hacia otro lado”. En él nos mirábamos en nuestro espejo personal y considerábamos cómo, muchas veces, las personas nos hemos convertido en simples “máquinas de vivir” que, con excesiva facilidad, miran hacia otro lado, ajenas al sufrimiento ajeno, ignorando su verdadero valor, ignorando las vidas humanas.



Cerca o lejos, todos somos Kenia, todos somos personas, todos somos víctimas potenciales, todos somos más que un número. No miremos hacia otro lado… No nos olvidemos de ellos ni de lo sucedido. Dios no lo hace, tampoco con sus verdugos. Esa es la talla del Dios que tenemos.



Pienso en el recorrido andado a lo largo de estos 200 artículos y pienso…




  • Que el mundo y nuestro corazón no ha cambiado desde que empezó a escribirse.

  • Que las personas frente a ese espejo somos las mismas: somos lo que somos, nuestro corazón es el que es y nosotros también estábamos reflejados y representados en aquel gentío que gritaba ¡Crucifícale! Sólo porque Su mensaje dolía hace más de 2000 años. Han cambiado los escenarios, pero no la esencia de la cuestión.

  • Pero más aún, que el mensaje que pretende reflejar esta sección al examinar la realidad que nos rodea, tampoco ha variado y no debe hacerlo. Sigue siendo roca firme e inamovible para nosotros, los hijos de Dios, cuyas vidas han sido rescatadas en la cruz donde colgó en su momento el Hijo de Dios por excelencia, el Unigénito del Padre, Aquel por quien y para quien son todas las cosas. Mensaje claro, concreto, locura para los que no creen, poder de Dios para quienes nos agarramos fuerte a él… SÓLO CRISTO SALVA.


 

 


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