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El banquete de la libertad

El Dios Libre hará banquete, él, a todos los pueblos. ¡Qué banquete! Con todas las delicias de Cristo.

REFORMA2 AUTOR Emilio Monjo 21 DE MARZO DE 2015 22:00 h

Y Yahvé de los ejércitos hará en este monte a todos los pueblos banquete de manjares suculentos, banquete de vinos refinados, de gruesos tuétanos y de vinos purificados. Y destruirá en este monte la cubierta con que están cubiertos todos los pueblos, y el velo que envuelve a todas las naciones. Destruirá a la muerte para siempre, y enjugará Yahvé el Señor toda lágrima de todos los rostros, y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra; porque Yahvé lo ha dicho. Y se dirá en aquel día: He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará; éste es Yahvé a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación. [Lo pone Isaías, 25:6-9]. Ésta es la Reforma, éste es el Dios de la Reforma, éste es nuestro Dios.



Ya se dijo de Pentecostés; el Dios que es el Señor viene, el Espíritu Santo viene, cuando quiere, como quiere. Él es el Señor. La Reforma está ahí; es el testimonio de los que anuncian a ese Dios, frente al dios del Templo, de los sacerdotes, de las ceremonias, el dios de precesión que tienen que sacarlo, meterlo, cuidarlo que no le llueva; el dios que es orgullo de los extraños al banquete del Dios nuestro, que lo tienen a su disposición, en el que ven su existencia y su esperanza, no esperan más que en ellos mismos, en sus obras, en sus iglesias, en sus santos, en sus líderes… Los que hemos sido llevados al banquete de Yahvé, a la mesa del Señor, a su monte, hemos sido librados de nuestro propio sitio, el que tuvimos por heredad de aquél primero que pecó, donde está nuestro monte, nuestra mesa, nuestro dios, nuestro banquete, nuestra muerte, de la que nos ha librado nuestro Dios. Aleluya.



Ya dije; la Reforma es esencialmente la “liberación” de Dios, donde se da testimonio del Señor, frente a los señores, cristos y redentores/as que tienen en sus sagrarios, en sus santuarios, en sus mesas de comunión, en sus acciones de gracias de procesión, en sus eucaristías. No se trata, que también, de la liberación social del hombre, de que se centre ahora en su conciencia, que actúe de acuerdo a la misma. De lo que se trata es que Dios está “libre” para actuar como quiera en la conciencia, que no hay quien le diga desde la tumba en la que cada uno se encuentra: ¿Qué haces? Que enjuga las lágrimas de quien quiere, de los que lloran. Los del otro banquete, el de su padre, llorarán después, sin remedio. Ya crujen los dientes; seguirán. ¿No oyen? Solo anunciar a este Dios Libre, y ya vomitan en sus mesas, en sus esperanzas, en sus perpetuos socorros, en sus defensores/as.



¿Entonces Dios es libre para salvar a quien quiera? Eso, eso mismo. Esa es la Reforma. No se trata de que el hombre tuviese tantos intermediarios (sacramentos, liturgias, santos… vírgenes marías…) que nunca llegaba, salvo algún santo o jesuita, al final de la escalera (la escala del mérito –eso es literal--, la tiene por ahí un arcángel papista); lo que pasaba es que con el tiempo se habían posado tantas escamas, escorias, ceremonias… sobre el pecador, que estaba cubierto con bulas, ceras, peregrinajes, santuarios, etc., que Dios no se podía acercar a él. No tenía manera sin pasar por esas mediaciones. Y ahora resulta que se declara, no tanto que el hombre puede acercarse a Dios libremente, sino que libremente se puede acercar Dios al hombre. Y lo hace a quien él quiere, sin nada previo a su sola voluntad. Y rechinaron los dientes; hasta hoy. ¡Pero eso es dejar toda la salvación en manos solo de Dios! Sí, eso es la Reforma. Es que así es la salvación, la que se dicta en la Escritura. Claro que no es la del Templo, la de los sacerdotes, de los santuarios, todo lo que culmina con el papado; la que hoy sigue siendo proclamada contra la Reforma (por supuesto, igual que antes, también dentro de los protestantes o evangélicos, que rechinan los dientes ante un Dios que él solo salva y salva como ha decidido y todo en su mano, todo).



Ése es el Dios que ha dispuesto el banquete. Con ese Dios nos gozamos, nos alegramos. En su mesa somos comensales, en plenitud de gozo, ya aquí, luego para siempre. Como él quiso. Nos alegramos en su voluntad, agradable y perfecta ¿o no? ¿O su voluntad es perjudicial? Te gozas en el Dios Libre, o sigues “libre” para ofenderte y ofenderle con sus designios. ¿No somos libres en la mesa del Señor, en el banquete? Esa es la verdadera libertad. Yo es la que quiero, y la tengo porque está en la mano sola de Dios. La otra, la del padre del principio, la de la Antigua, esa es la promesa de libertad que supone libertad frente a Dios. Esa no da lágrimas de salvación. Pero ahora se ha revelado la justicia de Dios. De Dios. La suya. Y eso es banquete continuo, gozoso, libre, de libertad. No hay muerte, ha sido vencida; no hay condenación para los de la mesa, los que estamos en Cristo. Porque ese Dios Libre nos hace suyos por la persona del Cristo, en quien antes nos condenó, matando en su cruz a la muerte, y matando en ella todo lo que separa, todo lo que es propio del pecado y sus frutos; ahora celebramos su presencia, nos ha llevado con él a su monte, a su mesa, y ha quitado todo lo que estorba. Él lo ha hecho. Solo. Solo. Eso es la Reforma. No la libertad del hombre, o de la conciencia, o de palabra (que eso está también), sino la Libertad de Dios, de su actuar en cualquier conciencia (resucitar a cualquier muerto, vaya), libertad de su Palabra.



Luego podemos ser testigos de ese banquete, de esa comunión, de esa mesa donde nos ha llevado como comensales por su Espíritu, solo por su Espíritu. Esa es la Reforma. Luego se puede proponer la manera de vivir de esos comensales, la manera de existir, lo que es nuestro deber cada día; vale, pero todo eso procede de que Dios nos ha hecho suyos, cuando estábamos muertos en la tumba de nuestra mesa, comiendo nuestro banquete, el que proporciona el diablo por y con el pecado, el que proporciona el pecado por y con el diablo, nosotros, nosotros, uno con el diablo, comiendo su cuerpo, bebiendo su sangre, la de los demonios, la hostia de los demonios (que lo dice Pablo a los corintios, no es mío). Sin Dios, sin la libertad, muertos en delitos y pecados.



El Dios Libre hará banquete, él, a todos los pueblos. ¡Qué banquete! Con todas las delicias de Cristo, con la gloria que tuve contigo, dice nuestro Redentor al Dios Libre, antes que el mundo fuese… ellos en mí y yo en ellos… en comunión… ¡Qué banquete! En esa mesa de gozo está nuestra existencia, nuestra vocación, nuestro trabajo, nuestros hijos, los hijos de nuestros hijos… ¡Qué banquete! ¿También los niños? Claro, todas las naciones. Pero si ellos no pueden decidir. Claro, pero Dios, ya lo he dicho, sí. Y de eso se trata, de lo que Dios dice, no de lo que dicen los muertos. Eso forma parte de la tradición, se ha puesto sobre los niños (en la Escritura, de los que están con sus padres en la mesa) unas mediaciones que los separan de Dios. Que no pueden decidir, ¿y qué? ¿Quién puede impedir que Dios se los diera a Cristo para llevarlos en la cruz; nos preguntó a nosotros sobre nosotros? Es verdad que con ellos, con los hijos pequeños de los que estamos en la mesa, de los creyentes, se han producido dos exclusiones. Por un lado se los ha llenado con mediaciones que los excluyen del banquete (cuando es el Espíritu quien nos hace comensales, a todos, también a nuestros hijos, y nietos --qué banquete—), como la voluntad o la inteligencia; por otro lado, se les ha quitado lo que solo Dios puede quitarles, su condenación. Por un lado u otro, se han quedado sin banquete. Pero Dios, el Libre, los ha puesto a su mesa, la mesa donde se vive la vida del Resucitado, ahora y luego en la eternidad. ¡Qué banquete! Se los ha excluido del cántico nuevo: Nos ha salvado… Porque, o no pueden ser salvos porque no tienen los medios que en el Templo dispusieron, o no tienen condenación como enseñan los maestros del Templo; al final sin banquete, sin cántico nuevo, sin mesa de comunión. Se los ha quitado de Cristo, porque no lo necesitan o porque no pueden “aceptar” su salvación. Se los ha quitado del banquete. Pero no, eso no depende de estos que están fuera de la mesa, depende solo del Dios Libre. Esos del Templo siguen anunciando a un dios que no es libre. La Reforma, de nuevo la Reforma: La Libertad de Dios. El Dios que ha preparado banquete excelso para todas las naciones, el que ha quitado la muerte y la condenación.



He apuntado la grandeza de este banquete en la presencia de nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, porque así queda presentado en las fiestas de Israel, donde Dios se encuentra, bien que en símbolos, con su pueblo. Los niños siempre están. Esa es la parte de la fiesta que asume el futuro, la continuidad del gozo en el Señor de Israel. Todo se cumple luego, de una vez para siempre, en el sacrificio de Cristo. Ahí está nuestra fiesta, la que Dios ha preparado para todas las naciones, para toda carne. Y es un asunto donde mejor, o al menos de forma muy evidente, se puede mostrar al Dios Libre.



Una pregunta, ¿qué pasa con los niños de la mesa cuando crecen y abandonan la mesa? Pues que la abandonan; que son cortados del pacto; que ya no están (pueden en el futuro regresar, pero eso es otro asunto). Nadie dice que se salven por pertenencia a una familia, todo lo contrario. Pero la presencia de nuestro Dios, el Dios en quien esperamos, o al menos en el que esperamos los que así sentimos, está prometida para nuestros hijos y nietos. ¿Entonces le das también la santa cena? Sí, claro. Luego, si sus padres abandonan, ya no están, porque estaban con sus padres. Pero si sus padres (los dos o uno solo) están en la mesa, sus hijos también. (¿Y si un abuelo creyente se ha quedado como tutor de algún nieto por problemas o ausencia de los padres? A la mesa con él.) Si crecen y rechazan, entonces son rechazados, pero nunca antes. Pero ¿no dice en Corintios que se debe discernir el cuerpo del Señor? Sí, por eso los mantenemos en la mesa, en el banquete, porque discernimos el cuerpo, la mesa, el pacto; ¿o crees que ahí Pablo está tratando el sacramento de la eucaristía papal? Precisamente los que allí se dice que no disciernen son los que en la mesa dejaban a otros sin comer.



La Reforma. El Dios Libre. Un niño delante; Dios lo toma en su mesa, porque ha preparado, él, el banquete. Y nos alegramos en su voluntad, y eso es nuestra fiesta; ése es nuestro Dios. Solo Dios. No se trata de un asunto de gobierno o sacramentos, eso puede variar, se trata del Dios que puede salvar y salva a quien quiere. ¿O quieres tú otro dios? La Reforma sigue viva, por mucha contra que tenga, porque el Dios Libre, es Libre, y ha preparado banquete. Ahí estamos los que aquí en este camino estamos.



[Una nota. Este texto usado de Isaías, y la idea de salvación por su gracia, la leí de nuevo hace un rato repasando una obra de 1460. Por uno de los nuestros, muy bueno, Oropesa, general de los jerónimos. Lo de la mesa y los comensales solo por el Espíritu Santo y no por mediaciones de edad, cultura, raza, religión o tradición… la expuso (“Bund, comunión, alianza en Calvino”) en uno de nuestros congresos José Luis Villacañas, de los nuestros, en este camino. En el banquete. La Reforma.]


 

 


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