Muchos interrogantes planteados por disciplinas como la bioquímica, citología, genética o incluso paleontología, para los cuales el paradigma darwinista carece de soluciones satisfactorias, hallan explicación en la teoría del diseño.
Hay disciplinas científicas que no miran hacia el futuro sino hacia el pasado; que no suelen hacer predicciones acerca de lo que debería depararnos el porvenir sino de aquello que cabría esperar en la reconstrucción de los tiempos pretéritos. Ciencias como la arqueología, geología histórica, paleontología o paleoantropología, que procuran reconstruir lo que realmente ocurrió. Tales especialidades predicen qué objetos (utensilios, herramientas, armas, fósiles, cráneos, etc.) se deberían encontrar en los diferentes estratos rocosos. Sin embargo, en numerosas ocasiones, las predicciones de tales disciplinas son del todo imposibles de confirmar en la realidad ya que, como los darwinistas saben bien y están dispuestos a admitir, la ausencia de evidencia puede que no sea siempre evidencia de ausencia. Entonces también cabría plantearse, ¿qué pasa cuando una disciplina hace predicciones que no se corroboran en el mundo natural? ¿Debe seguir considerándose científica? ¿Cuántas evidencias contrarias son necesarias para plantear un cambio de paradigma?
Tampoco es cierto que toda teoría científica tenga que proporcionar siempre un mecanismo explicativo. Por ejemplo, cuando Newton propuso su famosa teoría de la gravitación universal no aportó ningún mecanismo que explicara detalladamente en qué consistía la fuerza de la gravedad y por qué se atraían los planetas o el resto de las masas del universo. Fue muy consciente de que el concepto de “fuerza” que empleó no constituía una explicación científica definitiva que pudiera verificarse sino solamente un postulado para reflejar las observaciones del mundo natural. A pesar de ello, ¿quién se atrevería a negar que la gravitación universal es una teoría científica?
Así mismo, la objeción de que el DI no tiene capacidad para resolver problemas tampoco puede sustentarse. Muchos interrogantes planteados por disciplinas como la bioquímica, citología, genética o incluso paleontología, para los cuales el paradigma darwinista carece de soluciones satisfactorias, hallan explicación en la teoría del diseño. El origen del ADN y el código genético, los intrincados mecanismos de la transcripción y traducción de la información, el funcionamiento de los minúsculos orgánulos citoplasmáticos, la complejidad de los genes selectores homeóticos intactos desde el Cámbrico o las diversas explosiones biológicas que muestra el registro fósil, difícilmente pueden ser explicados apelando a las mutaciones al azar y la selección natural. Sin embargo, la teoría del diseño inteligente resuelve todos estos problemas. Lo que queda abierto al debate es si sus soluciones son o no satisfactorias. Esto se podrá discutir, pero lo que está claro es que tal debate será siempre de carácter estrictamente científico y no religioso como algunos pretenden.
Algunos divulgadores de la ciencia, reconocidos por su vehemente ateísmo, como el doctor Richard Dawkins, se refieren con frecuencia a la idea de que apelar a un diseñador sobrenatural no es explicar nada, mientras no se demuestre primero el origen de tal ser. Lo que pasa es que si este mismo razonamiento se empleara siempre, la ciencia no habría avanzado como lo ha hecho. Por ejemplo, cuando a mediados del siglo XIX se intentó explicar por qué se calientan los cuerpos, el físico austríaco, Ludwig Edward Boltzmann, se refirió por primera vez al movimiento de ciertas partículas invisibles. Teorizó sobre la antigua creencia de Demócrito, afirmando que la materia debía estar formada por átomos y que, cuando éstos se movían y chocaban entre sí, se incrementaba el calor de los cuerpos. Efectivamente, acertó de pleno. Pero, ¿qué habría ocurrido si algún colega le hubiera objetado que esas partículas misteriosas que nadie podía ver no explicaban nada porque ellas mismas requerían una explicación?
Es evidente que los proponentes del DI no han resuelto las cuestiones referentes a la identidad de la inteligencia diseñadora. Tampoco lo pretenden. La cuestión es, si la teoría del diseño resulta fructífera a la hora de comprender las máquinas bioquímicas irreductiblemente complejas que poseen las células de todos los seres vivos. Y, desde luego, decir que tales estructuras sólo pueden provenir de una inteligencia y no del azar -como afirma Michael J. Behe- es una respuesta racional y científica.
En cuanto a la objeción de que toda teoría científica debe explicar lo complejo en función de lo simple (órganos complicados como el ojo humano a partir de los átomos y moléculas mucho más simples que los constituyen), decir solamente que el reduccionismo no es siempre la mejor solución, ni tampoco la única que puede ofrecer la ciencia. A pesar de que es cierto que este modo reduccionista de dividir los seres en las partículas cada vez más pequeñas que los conforman ha dado muy buenos resultados en la investigación científica, resulta innegable que existen ámbitos de la realidad donde no es posible aplicarlo. Por ejemplo, la teoría general de sistemas (TGS), que como su nombre indica estudia todos los sistemas complejos que se dan en el mundo, desde los sistemas vivos a la cibernética, es una materia interdisciplinar que rechaza todo acercamiento reductivo al mundo real. Según tales criterios, por ejemplo, la conciencia humana no puede ser explicada mediante el estudio de las moléculas simples y las neuronas del cerebro, sino que se requiere una visión mucho más amplia, de arriba hacia abajo, que dé razón de las relaciones globales entre las distintas partes. De la misma manera, el DI es una teoría que integra estructuras complejas como hace la teoría general de sistemas. Y dicha integración forma parte de la ciencia tanto como el reduccionismo habitual.
Por último, queda la cuestión ya debatida en otras ocasiones acerca del método propio de la ciencia, el llamado “naturalismo metodológico”. ¿Debe la ciencia mantenerse siempre dentro del ámbito de las explicaciones naturales repetibles y gobernadas por leyes físicas? Es evidente que cuando los cosmólogos estudian el Big Bang creen estar haciendo ciencia. Sin embargo, se trata de un acontecimiento que suponen que sólo ocurrió una vez. De igual forma, el origen de la vida, la aparición de los organismos pluricelulares, el origen de la reproducción sexual y del propio ser humano fueron también eventos únicos e irrepetibles. Ningún investigador ha logrado jamás rehacer alguno de tales sucesos en el laboratorio. A pesar de todo, el estamento científico mundial considera que se trata de acontecimientos que están dentro del campo de la ciencia. Por lo tanto, decir que la investigación científica no puede tener acceso a un acontecimiento original de creación, como el que propone el DI, porque no se puede repetir en ningún laboratorio del mundo, es en realidad una falsa objeción. Es más, ni siquiera es cierto que la ciencia deba reducirse siempre a aquello que está gobernado por leyes físicas. En ocasiones, los científicos emplean imágenes, analogías o metáforas que no poseen ninguna referencia clara en la realidad y no pueden ser observadas, medidas o pesadas. ¿No es esto lo que ocurre con la dualidad onda-partícula de la física cuántica? La ciencia no se somete siempre a las leyes naturales sino que emplea cualquier medio para descubrir la verdad.
Si la naturaleza es el objeto fundamental de la investigación científica, entonces el Diseño inteligente debe considerarse como parte de la ciencia ya que la complejidad específica de los seres vivos, a los que se refiere continuamente, se puede detectar fácilmente en el mundo natural. De la misma manera en que podemos distinguir perfectamente entre las causas que han provocado, por ejemplo, una mancha accidental de tinta sobre una hoja de papel y aquellas otras responsables de escribir un bello poema, con la misma tinta, también resulta posible discriminar en la naturaleza las causas inteligentes de las puramente naturales o accidentales. El hecho de que una causa inteligente pertenezca o no a la naturaleza (es decir, sea natural o sobrenatural) es una cuestión distinta al hecho de que realmente ha actuado una causa inteligente en el mundo. En este sentido, la ciencia no puede excluir al diseño de su ámbito de estudio, ni relegarlo -como suele hacerse- al terreno de la religión.
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