Obramos según nuestras creencias, y si nuestras ideas son erróneas, también lo serán nuestros actos.
Me causa admiración esa madre, Paloma FERRER, que trabaja como editora de libros, por tanto familiarizada con literatura, textos, conceptos, palabras, que en su ejemplar lucha, para que la DRAE (Diccionario de la Real Academia Española) revise el término “subnormal” que se usa para definir a quienes sufren Síndrome de Down. Porque según esa madre, que recoge firmas en apoyo de ello, tiene una preciosa niña de tres añitos, con esa alteración genética, y por tanto unas peculiares características, pero que disfruta jugando con su hermanito mellizo, y el mayor de los tres hermanos, Pablo; que cuando va al parque cree que el parque es suyo, que se sube a los columpios y baja de ellos como uno más, y que destila cariño a todos con sus ojitos achinados y que según sus padres, es gozo y alegría del hogar. Pues sí, admiro el trabajo de Paloma, deseando que se revisen los términos de “subnormal”; “mongolismo” o “mongólico”… Si lo consigo, firmaré ese proyecto.
“Desde el Corazón” pienso que si los humanos no tenemos una idea clara de lo que es normal, nunca conoceremos cuándo nos apartamos de la salud moral, mental y espiritual. Uno ha de comprender cómo debe funcionar un ser humano y eso nos ayudará a corregirnos a tiempo y acortar nuestras tendencias hacia la anormalidad. Todo movimiento humano atraviesa el menos tres etapas. Primera, hay un pensamiento, después: una respuesta emotiva y, finalmente, un acto o acción.
La idea siempre surge antes que la emoción, no es en vano que el texto sagrado, tenga tantas lecciones y recomendaciones, acerca del “pensar”. Las lágrimas de una hija no causan la muerte de su madre, sino que es la muerte la que causa las lágrimas. Las ideas claras que la madre tiene de Paloma, su preciosa niña con alteración genética, pero tan rica en otros aspectos, hace que esté en oposición al concepto “subnormal”. La mente registra las experiencias de las cosas que ocurren en el mundo en torno a nosotros; y a continuación, como el capitán en el puente de su buque, señala el acontecimiento a todas las partes del organismo que tiene bajo su mando, tal como se dan las órdenes a una sala de máquinas. El cuerpo responde con la emoción adecuada. Podemos pensar en nuestros cuerpos (que incluyen nuestras emociones) como instrumentos musicales en los que la mente humana puede tocar cualquier aire que desee, y por la clase de pensamientos que retengamos en nuestra mente, cabe determinar la clase de sentimientos que tendremos después. El disgusto puede causar úlceras y el pensar en algo terrible puede llevar –dicen los médicos especializados sangre a los músculos activos, distendiéndolos.
Las emociones nos conducen normalmente a la acción y así se desahogan, porque las acciones constituyen la tercera parte y final fase de lo que engendró la idea.
Sabiendo esto acerca de nosotros mismos, podemos aplicar tales hechos a la vida cotidiana. Así que se comprende en el acto lo absurdo que es decir: “no importa cómo piensas, sino cómo vives”, porque obramos según nuestras creencias, y si nuestras ideas son erróneas, también lo serán nuestros actos. Desear el mal equivale a prepararnos para malas acciones. Definir a una persona diferente a nosotros como “subnormal”, es disponernos a tratarla anormalmente. El Maestro por excelencia enseñaba: “quien pone los ojos en una mujer con lujuria ya ha cometido adulterio en su corazón”.
Si nuestro credo es erróneo nuestra conducta errará. El hombre que no piensa bien, no actuará rectamente ni será feliz, porque la idea es la fuente de todo lo que siente y hace. Es necesario examinar una idea antes de que se convierta en emoción. La mente tiene que tener tanto cuidado con los pensamientos que alberga como el estómago con los alimentos que ingiere. Y sin embargo, muchas personas que nunca presentarían bazofias en sus mesas, se nutren de basura literaria, conceptos erróneos y llevan en sus mentes bodrios virulentos.
El mal será, con todo, mejor destruido por los buenos pensamientos, merced a los cuales el mal puede trastocarse en amor. El ilustre Senador de Tarso decía: “No os dejéis vencer por el mal sino venced el mal con el bien”. El mal no se arrostra con la voluntad de un modo brutal. Vale más flanquearlo y hacerle dejar el campo merced a una grande acumulación de bondad y un creciente amor a Dios y al prójimo. En una mente llena de ideas bellas y bondadosas queda muy poco espacio para el mal.
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