Necesitamos realizar una buena higiene mental para no saturarnos de tantos pensamientos negativos que intoxican nuestra mente de mil maneras diferentes.
Mientras escribo este artículo, no solo estoy pensando en mí sino en cualquier otra persona que, en algún momento de su vida, se haya sentido o se sentirá decepcionada o desilusionada por algo o alguien en particular.
A veces estas decepciones son hirientes y otras veces nos producen tal contrariedad que pueden llegar a endurecernos interiormente y, poco a poco, convertirnos en unos escépticos respecto a confiar en los demás con facilidad. Por eso, hemos de procurar no dejarnos atrapar por la frustración que puede producirnos la decepción de cualquier persona o circunstancia, cualesquiera que sean estas.
Lo cierto es que en la vida hay muchas alegrías y hermosos momentos con gente que amamos y que nos ama. Estas alegrías también se producen por los logros y deseos cumplidos que, por momentos, nos hacen muy felices.
No obstante, debemos estar preparados para los desengaños y desilusiones que ocurrirán en cualquier ocasión. Aunque no pretendo ser ningún gafe ni preconizar desengaños anticipados, es necesario saber encajar esos ingratos momentos que la vida nos depara en ciertas ocasiones y que frecuentemente nos encuentran desprevenidos.
Lo esencial de la cuestión sobre la que venimos hablando, es no crearnos falsas ni excesivas expectativas hacia las personas, por mucho que merezcan nuestro aprecio, nuestro interés personal o incluso nos entusiasmen en demasía. Siempre hemos de pensar que existe el factor humano y que este puede fallar por diversas causas, muchas veces predecibles y otras inesperadas.
Una de las decepciones más dolorosas que se puede llegar a vivir es la infidelidad conyugal o la traición de la confianza en cualquier aspecto. Estas importantes desilusiones provocan, en nuestras almas, heridas difíciles de restañar aunque no imposibles de curar, muy especialmente, con la balsámica y poderosa gracia de Dios.
Hoy en día se está hablando mucho de la capacidad de resiliencia: una habilidad emocional y anímica para sobreponerse a las adversidades y adaptarse bien a los traumas y decepciones que podamos sufrir en la vida. Las personas resilientes saben aceptar la realidad tal y como es, pero sin resignarse, también tienen una profunda convicción de que la vida sí tiene sentido y, a su vez, poseen una capacidad inquebrantable para mejorar, volviéndose resistentes al desánimo. Observamos en la gente resiliente que sus percepciones y pensamientos influyen mucho en el modo positivo de afrontar el estrés y la adversidad que les puede deparar la vida.
Si tuviera que describir bíblicamente a una persona resiliente, la definiría perfectamente como una persona llena del Espíritu Santo. Este es un secreto a voces para el cristiano convicto y confeso. La llenura del Espíritu optimiza nuestro estado de ánimo y nos imparte una nueva actitud ante la vida.
Recuerdo aquellas singulares palabras de la Escritura que nos invitan a “fortalecernos en el Señor y en el poder de su fuerza” con toda la panoplia divina, para protegernos de las agresiones del Maligno (Efesios 6:10). Y esta expresión de “fortalecernos en el Señor” tiene que ver con afirmar y reafirmar nuestro estado de ánimo en Él, que tiene su incidencia vital en lo más hondo de nuestra alma y nuestro espíritu. Santiago también nos exhorta, de manera muy confrontativa, a dejar de ser vacilantes anímicamente y a “purificar nuestros corazones”, entiéndase mentes en este caso, para no ser maltratados por nuestros inestables estados emocionales (Santiago 1:8; 4:8). Necesitamos realizar una buena higiene mental para no saturarnos de tantos pensamientos negativos que intoxican nuestra mente de mil maneras diferentes.
Por supuesto que nuestro adversario el diablo encuentra muchas veces su baza para infligirnos alguna que otra derrota en el campo abierto de nuestra mente, de ahí la importancia de “vestirnos con toda la armadura de Dios, comenzando por el casco de la Salvación” que nos protege de las asechanzas del enemigo de nuestras almas.
Definitivamente debemos estar alertados de las previsibles reacciones de nuestra naturaleza humana con respecto a los estados de ánimo, frente a las posibles desilusiones y contrariedades que nos puedan sobrevenir. Por lo cual, deberemos ser extremadamente cuidadosos en proteger y fortalecer nuestros estados de ánimo en el Señor y en el poder de su fuerza con los sorprendentes y maravillosos recursos que la misma Palabra de Dios nos propone y pone a nuestro alcance.
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