El Psicoanálisis y la Teología (bíblica), tienen en común que ambas tienen como objetivo al hombre y cómo ayudarle a paliar o superar su sufrimiento.
Dentro de los diversos momentos de confrontación dialéctica entre la Ciencia y la Religión que tratamos en la Introducción, nos toca abordar, ahora, el momento psicológico.
El campo de la Psicología es muy vasto y extenso. En este capítulo no vamos a ocuparnos de las distintas escuelas y tendencias psicológicas y su relación con las aseveraciones bíblicas al respecto, dado que esta tarea sería motivo de todo un amplio tratado científico-teológico demasiado extenso para el propósito de este libro; por consiguiente, solo vamos abordar la relación que existe entre la escuela científica que, en mi opinión, más ha influido en el conocimiento del ser humano (el Psicoanálisis) a nivel de la esfera de su intimidad y la Revelación bíblica .
Considero que hasta el advenimiento del Psicoanálisis, en el siglo XIX, el conocimiento del hombre, en sentido genérico, (varón o mujer) y en relación a la esfera de su intimidad psico-pneumática, era muy deficiente. La psicología se consideraba como la ciencia que trataba de aquellos contenidos noéticos vivenciados a nivel consciente; es decir, como Psicología del YO o Psicología de la Conciencia. Por consiguiente, el hombre poseía libre albedrío y era totalmente responsable de todos sus actos. Toda esta visión del ser humano cambió, de una manera radical, cuando el Psicoanálisis puso de manifiesto que la conducta humana, tanto la normal, como la psicopatológica dependía de impulsos, complejos y factores que se devenían a nivel subliminal (en los estratos inconscientes o subconscientes de la mente) y que por diversas circunstancias podían ascender al campo de la consciencia, superando la represión a que estaban sometidos, y dar lugar a la desestructuración YOICA de una persona.
La Psicología del yo consciente era defendida por los científicos del mundo occidental, olvidándose de las aportaciones, tan importantes, de los dramaturgos griegos que ya tenían unos conocimientos más profundos sobre el psiquismo humano (que trascendía el estrato consciente del ser), así como las concepciones de la sabiduría oriental, sobre la estructura o tectónica de la Personalidad, que iban más allá del materialismo cientifísta de Occidente. Muchos siglos antes del nacimiento de Cristo las filosofías religiosas orientales y las obras de dramaturgos griegos, como Sófocles, ponían de manifiesto que la estructura psíquico-pneumática de una persona era bastante más compleja que la que se devenía del método científico-experimental del laboratorio, también denominado método científico natural.
Naturalmente, para orientarnos en este tema, es necesario tener en cuenta lo que hoy conocemos sobre los factores que influyen en la conducta humana. Parece que existe un consenso, a escala universal y, entre científicos de todo el mundo, de que estos factores se reducen a dos: la herencia recibida mediante el Código Genético y las Influencias Peristáticas del medio ambiente donde el hombre deviene su vida. La conjugación de herencia y medio va modulando la personalidad de un individuo a lo largo de su existencia. Hoy, muchos, tienen la convicción de que en la formación del carácter y del temperamento influye más el medio que lo heredado. La revelación bíblica también tiene mucho que aportarnos, a esta cuestión básica y fundamental, desde su contribución al conocimiento antropológico del homo sapiens.
El Psicoanálisis y la Teología (bíblica), tienen en común que, ambas disciplinas del saber, se ocupan o tienen como objetivo al HOMBRE como un ser para la angustia, su problemática existencial, y cómo ayudarle a paliar o superar su sufrimiento y encontrar una verdadera realización a sus frustraciones. En las páginas de la Escritura nos encontramos con el planteamiento, que hoy sigue generando controversias a nivel sociológico, filosófico, psicobiológico y teológico: ¿de que depende la conducta humana? ¿de lo heredado o de lo peristático? Veamos, en primer lugar, lo que opinaba, al respecto Jesús de Nazaret, cuando le presentaron la problemática de ¿qué es lo que contamina al hombre? (gr=antropos = ser humano). La respuesta la tenemos muy bien especificada en el Evangelio de Marcos: “lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones (griego= inmoralidades sexuales, pornografía, etc.), los homicidios, los hurtos, las avaricias (griego= ansia de tener más y más), las maldades, el engaño (griego = lo doloso), la envidia (lit = mal de ojo), la maledicencia, la lascivia (griego = el desenfrenado instinto sexual), la soberbia y la insensatez (griego= las locuras y trastornos mentales). Por este pasaje parece claro que lo que descompensa la homeostasis yoica, y desestructura el equilibrio psicoemocional del ser humano emerge a su YO, a su CONCIENCIA, desde lo más profundo de su corazón. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre (Mr. 7:20-23). Desde este punto de vista la frustración universal, y la angustia de los seres humanos, nunca será resuelta mientras que no se de una verdadera regeneración del corazón.
Parecería que con estas conclusiones se estaba desechando la influencia del medio en la información de la conducta y en la génesis del disestar humano. Nada más lejos de lo que nos aporta la Revelación bíblica. En la primera carta del apóstol Juan, leemos: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos (epitumias, termino griego que significa el YO con todas sus tendencias y anhelos contrarios a la voluntad de Dios) de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre“(1ª de Juan 2:16-17).
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