Guardar rencor es un virus letal, es mucho más peligroso que morir.
El quince de Febrero me cupo el honor de dirigir el mensaje en el sepelio del entrañable hermano Josep PERERA, y ya escribí unas notas de respeto y admiración en nuestro boletín del 22. Hace pocas y recientes horas, con sentimientos de gran elegancia y apreciación, la hija de tan venerable siervo de Dios, la culta y elegante Marta, nos envió unas preciosas notas, del consolador y último tiempo de su padre, y con su seguridad de estar marchándose al cielo, le decía: “mañana estaré mejor” y en medio de tan hermosas palabras, Marta WALTER-PERERA, nos comparte uno de sus últimos consejos: “no guardes rencor a nadie, y ahora menos, me voy tranquilo”.
¿No es un hermoso y conmovedor consejo? este padre, que amaba y fundó el magnífico “Archivo Gráfico Documental Evangélico” por lo que estaría lleno de conocimientos de historias, de luces y sombras; nos estaba diciendo algo así como: “No guardéis rencores de nadie”.
Este hombre de Dios sabía del corazón humano. Sabía que guardar el rencor es como coger una brasa, el que se quema es uno mismo. Aun en sus últimas horas, parecía seguir enseñando que perdonar es, sobre todo, desterrar el odio del corazón. Que un motivo más que saludable para no guardar rencor a nadie es liberarnos de los efectos debilitadores de la rabia y el rencor crónicos. Esas dos emociones son las que convierten el perdón en un desafío, a la vez que en una grata posibilidad para poder vivir en una paz mayor.
Guardar rencor es un virus letal, es mucho más peligroso que morir. Se mueren mucho más los que odian, que los que pasan a otra vida. Sólo una gran necedad puede hacer olvidar a los hombres que el rencor destroza el corazón y la vida del que almacena rabia en su espíritu.
“Desde el Corazón” puedo contar algo que me avergüenza mucho y que como he señalado, es un pecado destructor. Muchas veces he sentido rencor a unas cuantas personas, y lo he sentido ya siendo mayor, pues por la gracia de Dios, tuve una infancia de posguerra, donde pude comprobar que a mis abuelos de buena posición económica, y propiedades inmobiliarias de valor, se les expropió por el gobierno franquista, ya que toda mi familia estaba en el bando perdedor; y de la comodidad tuvieron que pasar penalidades, pero nunca, ni un solo miembro de tan hermosa familia, ni les vi, ni les oí una palabra o acción de rencor a nadie, ni siquiera al sistema tirano y corrupto. ¿Será por eso que crecí como anestesiado ante la ira?; luego, creciendo en el Evangelio, tengo que aprender a no tener rencor. Pero en un mundo tan violento, tramposo, cizañero, calumniador, de chismosos y parlanchines ¿es una obligación mantenerse en el invernadero de la resignación?
He dicho que siento vergüenza, porque ahora, cercano a cumplir mis 70 años, cuando más maduro tendría que ser, soporto peor a esos dragones bien intencionados que imputan falsas acciones, interpretan maléficos actos que son limpios y puros; transmiten difamación a una o más personas, sin conciencia de que se puede causar menoscabo en su honor, dignidad o reputación. No pueden tener ni las manos limpias ni las lenguas sanas, quienes así son; y en mi intimidad siento enojo y rencor. Y por ello me avergüenzo, aún tengo reacciones de vieja naturaleza, y trato que el sol no se ponga sobre mi enojo.
¿Cuántas veces hacemos bien a alguien?; por el contrario ¿cuántas veces, incluso sin darnos cuenta o queriéndolo, nos llenamos de espinas que acaban clavándose, como alfileres en el corazón de alguien?
Nuestros pecados ocultos envenenan el aire que otros respiran, y ciertos rencores concebidos que algunos llevan casi sin saberlo, no madurarían si se extirpasen, pues de otro modo contagiamos con la corrupción que llevamos dentro. ¿Y puede vivirse así?, si los hombres viéramos en el mal que nos hacemos los unos a los otros y, sobre todo el bien que podríamos hacernos, que por cobardía o crítica dejamos de hacer, moriríamos.
Como mínimo “Desde el Corazón”, al menos no guardar rencor a nadie. Al menos apostar por el amor, aunque en muchas ocasiones nos quedemos a mitad del camino.
Me alegro de estar llegando a mis siete décadas sin haber difamado a nadie, sin haber realmente guardado rencor por nadie; pero cada día me preocupa si he podido herir con la palabra, con la frialdad, con la falsedad o el egoísmo. Clavo por ello en mi alma el consejo de Josep PERERA: “no guardes rencor a nadie y menos ahora…”, yo, quiero vivir tranquilo.
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