¿Comete el Diseño inteligente el error de apelar al dios tapagujeros con el fin de explicar las lagunas del conocimiento científico?
Algunos darwinistas acusan con frecuencia a los partidarios del Diseño inteligente de buscar explicaciones sobrenaturales para resolver problemas complejos, que más tarde la ciencia solucionará de manera racional.
Se les culpa de apelar al “dios tapagujeros” para explicar aquellos enigmas del universo que carecen de solución en ese momento. Ante los fenómenos que no se entienden, siempre se ofrecería la misma respuesta: fue Dios quien así lo hizo y asunto zanjado. Al decir esto, en realidad, se le estaría haciendo un flaco servicio a la religión ya que cuando el conocimiento científico avanza y tales enigmas se resuelven de manera natural, el terreno de Dios retrocedería proporcionalmente. Tal idea del Creador le convertiría en un ser menor que jugaría al escondite con los humanos, ocultándose siempre en los momentáneos huecos del conocimiento humano.
Fue el gran teólogo alemán, Dietrich Bonhoeffer, quien acuñó el concepto del dios tapagujeros, expresando muy bien su idea con estas palabras: “Veo de nuevo con toda claridad que no debemos utilizar a Dios como tapagujeros de nuestro conocimiento imperfecto. Porque entonces si los límites del conocimiento van retrocediendo cada vez más -lo cual objetivamente es inevitable-, Dios es desplazado continuamente junto con ellos y por consiguiente se halla en una constante retirada. Hemos de hallar a Dios en las cosas que conocemos y no en las que ignoramos. Dios quiere ser comprendido por nosotros en las cuestiones resueltas, y no en las que aún están por resolver. Esto es válido para la relación entre Dios y el conocimiento científico.”1 Ahora bien, según esta definición original del dios tapagujeros, cabe plantearse la siguiente cuestión: ¿comete el Diseño inteligente el error de apelar al dios tapagujeros con el fin de explicar las lagunas del conocimiento científico?
Yo creo que no, porque el diseño se deduce de aquello que se conoce muy bien y no de lo que aún desconocemos. En este sentido, sigue perfectamente el criterio de Bonhoeffer al detectar inteligencia en lo que conocemos y no en lo que ignoramos. No es que los investigadores vean diseño inteligente en ciertas estructuras naturales irreductiblemente complejas porque éstas han sido poco estudiadas y sean prácticamente desconocidas por la ciencia. Es precisamente al revés. Aquello que motiva a los científicos a pensar en un diseñador inteligente es el gran conocimiento que poseen de dichas estructuras o funciones. No es lo que no saben sino lo que sí saben. Darwin y sus coetáneos, al observar una célula bajo sus rudimentarios microscopios, no podían pensar en el diseño real de la misma porque sólo veían simples esferas de gelatina que rodeaba un pequeño núcleo oscuro. Nada más. Pero es precisamente el elevado grado de información y sofisticación bioquímica en las estructuras celulares, descubierto por los potentes microscopios electrónicos actuales, lo que ha hecho posible la teoría del Diseño. No se está apelando a ningún dios tapagujeros. Lo que se propone es que la actividad inteligente puede ser detectada en la naturaleza, de la misma manera que lo es la de cualquier informático que diseña algún programa. Los sistemas biológicos manifiestan las huellas distintivas de los sistemas diseñados inteligentemente. Poseen características que, en cualquier otra área de la experiencia humana, activarían el reconocimiento de una causa inteligente.
Si el razonamiento que propone la teoría del Diseño se fundamentara en el dios tapagujeros, como afirman ciertos evolucionistas, diría cosas como las siguientes: puesto que la selección natural de las mutaciones al azar es incapaz de producir nueva información biológica en el mundo, entonces debemos suponer que el diseño inteligente es la causa de tal información. Sin embargo, no es esto lo que se afirma. Lo que se dice, más bien, es: como la selección natural y las mutaciones aleatorias no pueden producir nueva información, y nuestra experiencia es que sólo los agentes inteligentes son capaces de hacerlo, debemos concluir que alguna inteligencia debe ser la causa de la sofisticada información que nos caracteriza a los seres vivos y al resto del universo. Por tanto, el Diseño inteligente es la mejor explicación y tal argumento no se basa en el dios tapagujeros sino en nuestra experiencia positiva de que la información siempre procede de la inteligencia. La deducción de diseño es una solución a la cuestión del origen de la información en el mundo.
Uno de los grandes problemas que tiene planteados actualmente el darwinismo materialista es eso que los paleontólogos han llamado la explosión del Cámbrico. La aparición repentina desde el punto de vista geológico de los principales filos o tipos básicos de animales, ocurrida hace más de quinientos millones de años según la escala de tiempo evolucionista. Esto constituye una brusca transición en el registro fósil que ya Darwin consideraba como una de las mayores objeciones contra su teoría de la selección natural gradualista. A pesar de que se han propuesto varias teorías alternativas para explicar semejante anomalía, en el sentido de intentar justificar una evolución mucho más rápida de lo que sería normal, lo cierto es que las hipótesis no convencen a todos y el enigma paleontológico perdura. ¿Cómo se argumentaría desde el Diseño inteligente ante la realidad de esta explosión cámbrica?
Si realmente la inteligencia tuvo algo que ver en esta aparición repentina de nuevos organismos sobre la faz de la Tierra, éstos deberían presentar características que serían exclusivas de una agencia inteligente. Detalles anatómicos, fisiológicos, bioquímicos y genéticos que únicamente hubieran podido originarse por medio de un plan de diseño previo y no como consecuencia de la casualidad natural. Propiedades propias de una actividad inteligente. ¿Se observan tales cualidades en los organismos cámbricos? Sí, por supuesto, hay numerosos órganos, estructuras y funciones que muestran información compleja y específica.
Lo que sea que haya dado lugar a los seres del Cámbrico tuvo que generar nuevas formas con rapidez, no siguiendo un lento proceso azaroso y gradualista desde lo simple a lo complejo. Hubo que construir complejas estructuras nuevas ya plenamente elaboradas y no sólo modificar las preexistentes. Aparecieron repentinamente organismos que poseían complicados circuitos integrados equiparables a los de los actuales robots o computadoras electrónicas. Seres que disponían de una especie de información digital codificada en su ADN y, además, de otra información estructural complementaria que suele llamarse “epigenética”. Es decir, toda una serie de factores químicos no genéticos que intervienen en el desarrollo de los organismos, desde la aparición del óvulo fecundado hasta la misma muerte, capaces de modificar la actividad de los genes pero que no afectan a su naturaleza ni alteran la secuencia del ADN. Todo esto supone que aquellos “primitivos” organismos presentaban diversos niveles de información que funcionaba de forma jerárquica, organizada e integrada. Si todo esto es así, resulta posible sospechar que detrás de tal explosión del Cámbrico hubo una causa inteligente. Como resulta evidente, entre este razonamiento y el argumento del dios tapagujeros existe una enorme diferencia.
Cualquier animal fósil del Cámbrico, por pequeño que sea, evidencia en sí mismo un proyecto previo. No es el resultado simplista de la suma de sus partes sino todo lo contrario, un diseño global del todo que condiciona el montaje de los distintos componentes. Los proyectos se conciben generalmente antes de su materialización. Son ideas previas a los objetos materiales o a los seres vivos que determinan. Es posible que al visitar, por ejemplo, la sección de componentes de una planta de vehículos, no veamos ninguna evidencia concreta del proyecto previo. Pero si observamos el producto final de la cadena de montaje, notaremos de inmediato que, en efecto, existe un plan básico de diseño que le da sentido a todo. De la misma manera, la considerable complejidad y especificidad de los organismos vivos, así como la conexión y coordinación entre los distintos niveles de información que poseen, demandan un diseño que sólo puede hacerse a partir de la inteligencia.
Cuando no existe en la naturaleza ningún mecanismo o fuerza capaz de explicar el origen de la complejidad de un determinado ser, entonces no queda más remedio que inferir racionalmente y de forma justificada que la causa de su aparición debió ser la inteligencia. Decir, por ejemplo, que algún fenómeno está más allá de la investigación científica puede ser también una afirmación científica. Y esto, insisto, no convierte la tesis del Diseño inteligente en un argumento del tipo del dios tapagujeros porque es la propia naturaleza quien nos ofrece múltiples evidencias que nos permiten deducir, en función de nuestra experiencia, que los organismos sólo pueden proceder de una mente inteligente. Es lo que sabemos, y no aquello que desconocemos, lo que nos permite inferir diseño. De manera que la teoría del Diseño no contradice en absoluto el razonamiento de Bonhoeffer ya que no utiliza a Dios como tapagujeros.
Si esto es así, ¿por qué se sigue acusando al Diseño de apelar a una mente inteligente? Pues por una razón muy simple. Se trata de la fe de la ciencia en el naturalismo metodológico que impide concluir que una inteligencia superior ha creado el cosmos. Es la fe que impone la cosmovisión materialista y que obliga a suponer que todo se ha hecho mediante procesos naturales carentes de diseño o previsión. Incluso aunque las hipótesis del Diseño fueran las más lógicas o razonables, habría que rechazarlas porque así lo exige el guión naturalista que empapa hoy la ciencia. Aunque en la actualidad no existan explicaciones naturales para ciertos fenómenos complejos, no importa -se asegura- ya se descubrirán en el futuro. Todas las lagunas o huecos del conocimiento serán rellenados mañana mediante causas materiales. Pero, ¿no es esto también como apelar al dios tapagujeros? ¿O mejor dicho, al “materialismo tapagujeros”? Esta manera de hacer ciencia no busca la mejor explicación posible sino aquellas que se someten al principio naturalista.
No obstante, la tesis del Diseño inteligente se muestra carente de prejuicios a la hora de buscar la mejor explicación científica. Si resulta que las causas naturales son la mejor explicación, entonces se apelará a ellas; pero si lo son las causas inteligentes, ningún principio filosófico debería prohibir su aceptación plena. Siempre habrá que buscar y respetar la mejor explicación posible. Creo que éste es un método científicamente equilibrado.
1 http://usuaris.tinet.cat/fqi/bonho_sp.htm (Dietrich Bonhoeffer, 30 de mayo de 1944, Cartas y documentos de la cárcel, editados por Eberhard Bethge, traducidos al inglés por Reginald H. Fuller, Touchstone, 1997.)
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