Sólo cuando Dios ocupe en nuestra vida el primer lugar, seremos bendecidos de verdad.
Antes de ocuparnos con la exposición de la primera de las peticiones del Padrenuestro, es conveniente que echemos una mirada a la totalidad de las mismas.
Inmediatamente advertimos que están divididas en dos grupos. Las tres primeras peticiones están agrupadas por la segunda persona del singular del adjetivo posesivo "tu": Tu nombre, tu reino, tu voluntad.
En cambio, las cuatro peticiones restantes están dominadas por la primera persona del plural del adjetivo posesivo "nuestro": El pan nuestro, nuestras deudas, y el pronombre persona "nos": No nos metas en tentación, líbranos del mal...
De manera que las tres primeras peticiones tienen que ver con los asuntos de Dios, mientras que las siguientes cuatro tienen que ver con nuestras necesidades terrenales y con nuestras relaciones personales. Esta misma división ya está presente en el Decálogo o Diez Mandamientos, donde también los cuatro primeros preceptos describen la relación del hombre con Dios, mientras que los seis restantes describen la relación de los hombres entre sí.
Esta sencilla ordenación que observamos en la distribución de las peticiones del Padrenuestro nos enseña una lección muy importante que recorre toda la Biblia de principio a fin, convirtiéndose en un toque de atención y un tema de reflexión sobre nuestras prioridades. Y es que estamos acostumbrados a colocar en primer lugar nuestros deseos personales, nuestras preocupaciones y nuestros asuntos en general. Podemos comprender que la oración de una persona no cristiana sea, casi invariablemente, una petición.
Pero resulta preocupante que la oración que practican muchos cristianos sea exclusivamente la de petición o intercesión, ya sea por sus propios asuntos o por los de alguna persona de su estima. Incluso en los cultos de oración de nuestras iglesias suele ocupar más tiempo y espacio las peticiones e intercesiones que la adoración, la alabanza y las acciones de gracia. Este proceder no es del todo correcto y así nos lo enseña el Padrenuestro.
El orden que ocupan las peticiones dentro de la oración modelo nos indica que lo primero es Dios: su nombre, su reino, su voluntad.
Como discípulos de Cristo, como hijos de Dios, estamos llamados a hacer de las cosas de Dios nuestro objetivo primero en la vida. Cuando nos ocupemos en primer lugar de las cosas de Dios, veremos cómo Dios se ocupa de las nuestras. Cristo, que no miente ni habla en vano, nos dice: No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?...Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas (Mateo 6:31 y 33).
La crisis económica que azota España desde finales de 2007 se está llevando por delante los bienes de muchos, sus dineros y viviendas, sus proyectos e ilusiones y, lo que es peor, también se está llevando por delante la fe de algunos cristianos. Esta crisis pasará, y antes de que pase debemos aprovecharla para crecer en fe. Tomemos, pues, en serio las palabras de Jesús. Confiemos en que el que viste de belleza y gloria las flores del campo y cuida de las avecillas del cielo, conoce también todas nuestras necesidades y las atenderá.
Prestemos atención y practiquemos los valores del Reino de los Cielos y esperemos confiados. Así, cuando superemos los malos tiempos, podremos contar que Dios nos cuidó y nos atendió en todas nuestras necesidades. Esto ocurrirá cuando nosotros coloquemos todas las cosas en su debido lugar, es decir, cuando lo primero para nosotros sea Dios, su nombre, su reino y su voluntad. Después, lo nuestro.
¿Son para nosotros las cosas de Dios más importantes que las nuestras propias?
¿Son para nosotros los deseos de Dios más relevantes que nuestros propios deseos? Cuántos deseos bullen en nuestro corazón, ¿verdad? Cuántos sueños personales cultivamos en nuestra mente.
Es conveniente que nuestro corazón descanse, que nuestros pensamientos se aquieten, que nuestros deseos personales dejen de gritar. Tenemos que conseguir acallar nuestros temores y preocupaciones y dominar nuestras febriles ilusiones. El “yo” tiene que callar y calmarse para que la causa de Dios pueda ocupar su recto lugar. El “yo” tiene que menguar para que Dios gane espacio en nuestra vida. Dios es el rey, el trono le pertenece; también en nuestra vida y corazón.
Predicamos y enseñamos para la vida, no para el deleite de los oídos y recreo del alma. Con esto queremos significar el talante práctico de nuestra fe. Tenemos que vivir un cristianismo práctico. En este sentido, examinemos nuestra vida de oración. A veces oramos: Señor, que crezca nuestra iglesia, que aumente el número de creyentes entre nosotros…Ésta es una oración correcta. Está en armonía con las tres primeras peticiones del Padrenuestro.
El crecimiento numérico de nuestra iglesia significaría:
Pero, ¿es éste el auténtico sentido de nuestra petición de crecimiento?
Detrás de esta oración pueden esconderse intenciones nada pías, por ejemplo, la simple envidia ante el crecimiento de otras iglesias, la vanidad de contar con un grupo mayoritario, la búsqueda de mayor comodidad, el aumento de los diezmos y ofrendas, el reconocimiento social...
Por tanto, es conveniente que cuando oremos, nuestras palabras estén en armonía con el auténtico espíritu de la oración cristiana que busca, en primer lugar, la sola gloria de Dios y, en segundo lugar, la salvación de todos los hombres y mujeres del mundo.
Recordemos siempre que ¡primero es Dios! …y después los asuntos que conciernen a los hombres: éste, y no otro, es el orden correcto.
Y sólo en la medida en que Dios sea grande para nosotros y ocupe en nuestra vida el primer lugar, es que seremos bendecidos de verdad y seremos establecidos por Dios como elementos de bendición para muchas personas.
¡Lo primero es Dios! Aprendamos esta verdad ¡y que Dios sea el primero no sólo en palabras e intenciones, sino en nuestra práctica diaria!
Al final de la tercera petición encontramos el complemento: Como en el cielo, así también en la tierra. De esta manera, estamos pidiendo que la voluntad de Dios sea hecha en la tierra tal como ocurre en el cielo. Este añadido resulta muy importante, puesto que nos permite echar una ojeada en la forma de vivir en el cielo, en las relaciones interpersonales que se dan en el hogar eterno.
Del texto se desprende que en el cielo se hace la voluntad de Dios a perfección. Lo mismo podemos ver en las dos primeras peticiones. Si a esto añadimos la coletilla de la tercera, tendremos una visión bastante significativa de lo que ocurre en el cielo. Así, vemos que allí:
¡En esto consiste la vida celestial!
Y ante esta visión surge en nosotros el deseo: ¡Ay, si esta vida celestial bajara a la tierra y pudiéramos ver en este mundo sus destellos potentes…!
Si quisiéramos, podríamos resumir las tres primeras peticiones del Padrenuestro en una sola, orando: ¡Danos lo que no tenemos; danos la vida celestial!
Nos gustaría esta vida? Hacia ella caminamos. Y puesto que en ella desembocaremos por la gracia de Cristo, él quiere que ahora aspiremos a vivir en la tierra como en el cielo. La vida celestial, no debe ser para nosotros un sueño relegado al futuro escatológico, sino un anhelo de realización diaria allí donde vivimos y nos movemos, especialmente, en la iglesia. Por eso Jesús nos enseñó a orar: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
¡Así también en la tierra! El evangelista Marcos dice que Jesús comienza su ministerio público en Galilea: Predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio (Marcos 1:14-15). Dios quiere introducir su reino en la tierra, en el corazón del hombre y de la mujer.
Y la iglesia de Cristo está llamada a trabajar en este proyecto por medio de la vivencia de los principios del reino; una vivencia que hará creíble para muchos que Dios, ciertamente, reina entre nosotros. Una vivencia que se constituirá en poderoso argumento para una predicación que tiene por centro el testimonio de lo que Cristo hizo ayer y hace hoy por nosotros y entre nosotros.
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