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Jeremias (1)
 

Jeremías en el subibaja

Jeremias, capítulo 20, novelado.

 

AHONDAR Y DISCERNIR AUTOR Roberto Estévez 25 DE ENERO DE 2015 17:05 h
Jeremias

Son las dos de la tarde. Un hombre de mediana edad se acerca caminado lentamente. La gente se aglomera. Es el sacerdote Jeremías. Su rostro revela una seriedad y tristeza como la de alguien que ha perdido un ser muy cercano y querido unos pocos días atrás. No mira a los costados. Se abre paso entre la multitud y llega al atrio del templo. Allí se coloca en un lugar prominente. Se hace un silencio casi sepulcral.



-“Así ha dicho el SEÑOR de los Ejércitos, Dios de Israel: He aquí yo traigo sobre esta ciudad y sobre todas sus aldeas todo el mal que hablé contra ella”.



-¿Por qué un Dios de amor va a hacer esto? -pregunta un levita con una sonrisa mordaz.



El profeta continúa:



-“Porque han endurecido su cerviz para no escuchar mis palabras”.



La multitud está dividida, unos dicen:



-¡Que se calle!, ¡Que se calle!



-“¿Cuándo dejará este fanático de profetizar calamidades?”.



Otros miran al suelo porque se dan cuenta que este hombre es uno de los pocos que tienen un mensaje de Dios.



De entre el grupo de los burladores se abre paso el sacerdote Pasur. Es un cincuentón. Sus vestidos son impecables denotando su jerarquía en el sistema. Se acerca rápidamente a donde está Jeremías y le propina un fuerte bofetón. El profeta acepta el castigo. El silencio de la multitud es tal que se escucha el zumbido de los insectos.



Pasur prosigue:



-¿Vd. quién se cree que es para venir a decirnos esto? Aquí por unanimidad, todos los sacerdotes de prestigio nos aseguran que Dios está muy contento con nosotros y todo este problema de los babilonios se va a solucionar.



-A Vd. se le prohíbe terminantemente volver a hablar desde este sitio o de cualquier lugar en Jerusalén en contra de Israel.



Hace un gesto y los guardias del templo se acercan.



-¡Que le den 40 azotes de acuerdo a la ley para que aprenda a no intimidar al pueblo con ideas negativas!



Jeremías es atado a un poste y comienzan a caer los latigazos sobre sus espaldas. Se oye el silbido aterrador del flagelo y luego el impacto brutal sobre su dorso. A mitad del escarmiento cae doblado. La sangre mana lentamente por las heridas provocadas por las correas.



Entre golpe y golpe su mente es asaltada con pensamientos nefastos.



“Maldito sea el día en que nací”. Otro latigazo lo hace retorcerse. “Maldito el hombre que dio a mi padre las nuevas diciendo: un hijo varón te ha nacido”



El rebenque sigue cayendo con fuerza y el torturado exclama:“¿Por qué no me hizo morir en el vientre, así mi madre hubiera sido mi tumba”. Los burlones parecería que se deleitan al ver el castigo. Aquellos que saben que el profeta es un enviado del SEÑOR miran hacia otro lado. Tienen vergüenza porque reconocen que no tendrían que permanecer callados. Termina el último azote. Jeremías prorrumpe en otro alarido de dolor. Pasur con aire de triunfo dice:



-¡Al cepo con él!



Primero son colocados los pies, luego las manos y después el cuello. El profeta está ahora en una posición que hace su sufrimiento más intenso. Su cuerpo está arqueado. Pasur habla nuevamente:



-¡Que lo pongan a la entrada de la puerta de Benjamin!



Así el siervo de Dios pasa la noche allí con sus huesos doloridos.



La oscuridad cubre la ciudad. En el cepo el profeta está completamente inmovilizado. La posición de su cuerpo es muy incómoda. La espalda le arde y sus pensamientos siguen acosando su mente.



Esa noche el hombre de Dios se lamenta orando:



-Señor, yo traté de ser fiel a ti; yo les dije el mensaje que tú me diste que diera ¡y mira lo que me han hecho, me han azotado y puesto en el cepo!



Se acuerda cuando escuchó por primera vez la voz de Dios y el trató de resistirse al llamado divino: “Tú me has persuadido, oh SEÑOR, y yo fui persuadido” Rememora como trató de resistir ese llamado pero no pudo. El mismo exclamó “Fuiste más fuerte que yo, y has prevalecido”.



Ha llegado la medianoche. Sus ideas siguen atropellándolo como una tropilla de caballos desbocados. El vigilante que está medio dormido le oye musitar:



-“No me acordaré más de él, ni hablaré mas en su nombre”.



El vidente, con sus espaldas ardiendo al poco rato dice:



-No, no puedo hacerlo: “Hay en mi corazón como un fuego ardiente, apresado en mis huesos. Me canso de contenerlo y no puedo”.



Por fin son las 3 de la mañana. Sólo se escucha el paso de los centinelas en la distancia. Todos sus huesos le atormentan, está sediento y no hay nadie que le pueda ayudar. Vuelve a auto examinarse y protesta:



-“¿Para que salí del vientre?¿Para ver sufrimiento y tormento? ¿Para que mis días se consumen en vergüenza?



El subibaja ha llegado a la parte más baja, parecería que se va a quedar allí con el profeta vencido mordiendo el polvo. Por fin empieza a amanecer. Una pequeña claridad se percibe en el horizonte. El sol con su luz vivificante se levanta y el balancín lo acompaña y empieza lentamente a subir.



El Espíritu del Señor le da nuevas fuerzas y comienza a hablar en alta voz. El guardián que lo custodia se le acerca y Jeremías grita:



-“Pero el Señor está conmigo como poderoso adalid, por eso los que me persiguen tropezarán y no prevalecerán. El custodio le pregunta:



-¿Qué dice? -Y el profeta desde su cepo parecería que se elevara a otras esferas y con seguridad declara: “El SEÑOR está conmigo como poderoso gigante”.



Horas después los transeúntes que se dirigen al templo lo observan con desprecio. ¡Sin duda que si está ahí es que se lo merece! -piensan dentro de sí.



El profeta siente un ardor insoportable en su torso, todo por el castigo que injustamente ha recibido.



Con dificultad, puede ver a aquellos que se dirigían hacia el templo: algunos, con un propósito sincero; otros, no más que por aparentar piedad.



¡Cómo apreciaba y su corazón se regocijaba cuando él podía ir a la casa del Señor! Pero ahora está totalmente inmovilizado. Todo lo que puede hacer es ver el camino que conduce a la casa de Dios.



A la media mañana aparece Pasur acompañado por un grupo de autoridades religiosas.



Ordena que saquen al profeta del cepo. De a uno, piernas, brazos y cuello son liberados. Jeremías hace varios movimientos para lograr enderezarse.

-Amigo -dice el déspota con una sonrisa burlona-, espero que esta sea la última vez que nos veamos obligados a disciplinarle y espero que nunca más se me cruce en el camino.



Jeremías tiene una lucha interna. Sabe que si se calla la boca todo va a quedar tranquilo y que el resto de su vida va a ser más fácil. Sin embargo, él es un hombre de Dios, y un Siervo del Señor no se puede callar porque mejor le convenga. No tiene otra alternativa que comunicar lo que el Señor le ha puesto en el corazón.



Vienen a su mente de nuevo las palabras “Pero hay en mi corazón como un fuego ardiente, apresado en mis huesos, me canso de contenerlo y no puedo”.



El grupo lo observa con esa combinación de burla y desprecio de aquellos que se sienten superiores pero que no lo son. Pasur habla con voz afectada:



-¡Oiga bien lo que he dicho y nunca más venga a dar esas prédicas sino quiere que le pase algo peor!



Miradas y expresiones diversas se intercambian entre los presentes. Se hace una larga pausa. El SEÑOR le ha dado nuevas fuerzas a Jeremías (Isa 40:31) . Su rostro muestra el sosiego y la serenidad que sólo el Todopoderoso puede otorgar. Con voz firme sentencia:



-“El SEÑOR no ha llamado tu nombre Pashur (tranquilidad) sino Magor’misabib. Porque así ha dicho el SEÑOR: he aquí yo te convertiré en terror a ti y a todos tus amigos…tú y todos los que viven en tu casa iréis cautivos. Entrarás en Babilonia, y allí morirás. Allá seréis sepultados, tú y todos tus amigos a los cuales has profetizado con engaño” (3,4,6).



El semblante del prepotente empalidece. Trata de hablar pero sólo puede tartamudear. Se da cuenta que si el profeta al que ha castigado tiene razón, su futuro será desolador. El verdugo con sus labios apretados y el rostro enverdecido por el odio está temblando como una cuerda de guitarra. En cambio el profeta de Dios que tiene la "paz que sobrepuja todo entendimiento" está en completo control de la situación.



 



LA HISTORIA BIBLICA Y NOSOTROS



Jeremías no es un deprimido crónico que con un pañuelo grande se seca las lágrimas continuamente.



El profeta es un gigante de la fe. Es un hombre valiente al extremo que aun después de ser torturado no se calla y denuncia el fin aterrador de los rebeldes. El es como la vara de un junco grueso que la podemos doblar en dos pero no se quiebra y siempre vuelve a su posición original.



Muchas veces experimenta el peso de la tristeza espiritual al ver el rechazo que el pueblo de Israel hace de su Dios. La inminente destrucción de Jerusalén y la ruina de la nación es algo tan tremendo que él preferiría no haber nacido para no verlo. Pero este mismo hombre que baja tan profundo en su depresión y tristeza es como uno de esos muñecos que tienen un resorte y si se les golpea vuelven al mismo lugar como si no hubiera pasado nada. No hay ningún personaje en el Antiguo Testamento cuyo corazón podemos conocer más íntimamente; quizás aún mejor que el rey David. Los grandes problemas de éste rey fueron sus pruebas personales. La de Jeremías fue la situación rebelde e incrédula de Israel y la próxima destrucción total de esa ciudad que él amaba con todas sus fuerzas. El profeta no tenia “problemas personales”.



Es nefasto cuando en las esferas de responsabilidad religiosa están aquellos que no son temerosos de Dios. Cuando en vez de haber siervos fieles de Dios hay personas cuyo propósito es escalar a posiciones de poder y dinero para lograr sus propósitos egoístas.



Los siervos fieles de Dios han sufrido en el curso de la historia por su fidelidad. El mismo Señor Jesucristo lo enseñó: “no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén”. “Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados. ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas y no quisiste” (Lc13:33,34).



Qué apropiadas son las palabras de nuestro Salvador: “Estas cosas os he dicho para que tengáis paz; en el mundo tendréis aflicción, ¡pero confiad! yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).



El profeta asemeja su experiencia espiritual con Dios a una seducción: “Me sedujiste oh Jehová y fui seducido, más fuerte fuiste que yo y me venciste”.



La paráfrasis sería algo así:“El Señor me mostró algo y me convenció que yo tenía que ser su servidor fiel y me sedujo. Yo me resistí lo más que pude pero al final me convenció. Creía que las cosas iban a ser distintas; suponía que si yo le era fiel todo iba a estar bien y que todo marcharía sin problema”. Traté de luchar pero “más fuerte fuiste que yo y me venciste”.



El siervo de Dios mira a la realidad de su situación y exclama: “Cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mi…porque cuantas veces hablo doy voces, grito, violencia y destrucción, porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día” (Jer.20:7,8).



Cuando el creyente quiere servir al Señor aparecen



críticas tales como: “Lo está haciendo para hacerse ver” ; “Quién sabe si es tan sincero como parece”; “Vaya a saber si es un creyente tan espiritual como aparenta”.



Cuando el balancín llega al punto más bajo parecería que él se expresara diciendo algo así como: “Yo no aguanto más, me doy por vencido, todo se acabó". El profeta lo manifiesta de esta manera: “Y dije: no me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre” (v.9).



Pero luego se da cuenta que no puede abandonar su misión y confiesa: “No obstante había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mi huesos, traté de sufrirlo y no pude”. Experimentar un fuego ardiente que nos queme la piel es doloroso. Él siente un fuego ardiente “metido en los huesos”, es decir, en la parte más profunda de su ser. Allí el sufrimiento es insoportable e indescriptible.



Después agrega: “oí la murmuración de muchos, temor de todas partes: denunciad, denunciémosle. Todos mis amigos miraban si claudicaría” (v.10). El profeta tiene una agobiadora sensación cuando dice estas palabras. No son sus enemigos los que le preocupan sino que son sus amigos.



De súbito, en medio de la crisis se alzan unas palabras de triunfo: “Pero Jehová esta conmigo como poderoso adalid, por eso los que me persiguen tropezarán” (v.11). No tenemos un ayudador raquítico y débil sino un poderoso coloso. No es un gigante con los pies de barro como el de la visión de Daniel, que se va a caer y romper en añicos. Este adalid es un titán o un poderoso terrible. Nunca ha padecido una derrota ni la sufrirá.



El estado emocional del siervo de Dios sigue oscilando con tremendas “bajadas” y subidas espectaculares.



Las sentencias que siguen nos muestra claramente la desesperación del profeta. “Maldito el día en que nací; el día en que mi madre me dio a luz no sea bendito” (v.14). Luego continúan frases similares que muestra su tremenda angustia y aún podríamos decir depresión. Se cuestiona a sí mismo: ¿Para que salí del vientre? ¿Para ver trabajo y dolor y que mis días se gastasen en afrenta? (v.18). Aquel que un tiempo antes se gozaba en el hecho que Jehová está con él como un poderoso gigante, ahora el “balancín” lo ha llevado a la parte más baja.



Se pregunta: ¿Por qué nací? ¿Vale la pena vivir? La Biblia a diferencia de todos los otros libros nos dice la verdad, y nos muestra fielmente lo que los hombres dijeron y sintieron. Las biografías escritas por hombres tratan de ignorar o llanamente cubren las debilidades, pecados, fallas y vicios de sus héroes. La Escritura, cuando habla de un individuo dice exactamente lo que la persona hizo, dijo y aún pensó.



Todo se presenta sin arreglos ni "maquillajes".



El profeta no se queda allí estancado en ese estado de desesperación. Pocas líneas después leemos: “Palabra de Jehová que vino a Jeremías” (cap.21:1). Dios lo utiliza nuevamente y le da otro encargo. A este hombre que estaba tan desanimado y deprimido el Omnipotente lo vuelve a usar. Y esto mismo lo sigue haciendo el SEÑOR en su misericordia en el día de hoy.



De esa boca que salieron estas palabras de desesperación van a surgir expresiones de gozo, paz y confianza. “He aquí yo hago subir sanidad y medicina, y los curaré y les revelaré abundancia de Paz y de Verdad” (33:6). Es este mismo profeta Jeremías quien ha de declarar “Por la misericordia de Jehová es que no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias nuevas son cada mañana, grande es tu fidelidad. Mi porción es Jehová, dijo mi alma, por tanto en el esperaré” (Lam.3:22).



 



Notas al margen



Pasur era un sacerdote. Tenía un puesto de jerarquía como encargado de mantener el orden en el templo*. Su nombre significa tranquilidad. Magor-misabib implica todo lo contrario: “Yo te convertiré en terror”. Hoy diríamos “Vas a ser un Frankenstein andante”.



Probablemente el profeta sufrió el castigo de azotes y luego fue puesto en el cepo**. Este era un instrumento de tortura. Se colocaban las manos, los pies y el cuello y la persona quedaba media doblada en dos, prácticamente completamente inmovilizada.



Los 40 azotes se mencionan en Deut. 25:3. Para estar seguros que no dieran uno de más en general se daban 39 latigazos (2 Cor.11:24).



El castigo físico que sufre Jeremías nos hace acordar a nuestro Salvador (Mat. 26:67) y a la bofeteada que soporta el apóstol Pablo (Hech.23:2).



 



Temas a considerar en grupos de estudio.



Dios está en completo control aunque todo parezca fuera de control.



Qué hacer cuando nos sentimos “deprimidos”? El profeta se alentó en las Escrituras (Isa.43:1-4).



¿Vale la pena ser un testigo fiel de Jesucristo? (2 Tim.1:8, Apoc.3:10). ¿Quién le dio la fuerza a Jeremías para poder soportar tanto? (l Tim. 1:12; 2 Tim. 4:17).



¿En qué consiste la importancia de reconocer que el Señor está con nosotros en nuestras pruebas? (Mat.28:20)



Extracto del libro “Cuatro mujeres y siete hombres de fe” de Editorial Mundo Hispano.



 



Bibliografía



 



* Jeremiah a Commentary. Charles L. Feinberg Zondervan 1982 pag.144



** Jeremiah mismo autor.


 

 


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