Hasta Pentecostés, Dios daba el don del Espíritu a ciertas personas específicas, nunca a todo el pueblo. Era individual. Pero desde Pentecostés es corporativo.
Vimos la pasada semana que el concepto bíblico de la profecía se descubre mejor por el análisis de los escritos proféticos de las escrituras hebreas (Isaías a Malaquías, en nuestro canon), junto con los "profetas anteriores" (Moisés, Miriam, Samuel, Elías, Eliseo, Natán etc). Ese grupo numeroso no se caracterizaba por concentrarse en el futuro a expensas de su contexto del presente. Al contrario, su eje central era el cumplimiento fiel del pacto de Dios con Israel y con las demás naciones.
También analizamos 1Cor 14:29-33. Este pasaje, tan lleno de sorpresas, no trata de profetas itinerantes o "de oficio" sino de mensajes proféticos que surgían espontáneamente en medio del culto.
Eran profetas congregacionales, en Corinto más de veinte años después del Pentecostés. Un hecho que se daba entre las congregaciones que fundó San Pablo, constatándose –como vimox- que hubo dos extremos en cuanto a la profecía (“antipentecostales” y “ultrapentecostales”) que en ambos casos tuvo que regular y controlar el apóstol.
Hoy vamos a ver que hasta Pentecostés, Dios daba el don del Espíritu a ciertas personas específicas, nunca a todo el pueblo. Era individual. Pero desde Pentecostés es corporativo, de todo el cuerpo de Cristo.
PENTECOSTÉS Y LA IGLESIA PROFÉTICA
En el día de Pentecostés, en que nació la iglesia cristiana, se cumplieron un antiguo anhelo de Moisés y una profecía de Joel.
En una ocasión Moisés convocó a setenta ancianos al Tabernáculo, donde Yahvéh les impartió el Espíritu y profetizaron. Dos ancianos, Eldad y Medad, no se acudieron a la reunión pero a pesar de esa rebeldía el Espíritu vino sobre ellos y también profetizaron. Cuando un joven reportó eso a Moisés, en vez de molestarse por esa aparente amenaza a su autoridad, respondió, "¿Estás celoso por mí? ¡Cómo quisiera que todo el pueblo del Señor profetizara, y que el Señor pusiera su Espíritu en todos ellos!" (Num 11:24-29).
Ese anhelo de Moisés se realizó plenamente el día de Pentecostés.
El profeta Joel, en un momento de crisis nacional y juicio divino, anunció tiempos de salvación en que Dios derramaría su Espíritu sobre toda carne (Joel 2:28-29).
Este texto de las escrituras hebreas sirvió de base para el sermón de Pedro el día de Pentecostés:
17 “Sucederá que en los últimos días —dice Dios—, derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano ["toda carne"]. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán visiones los jóvenes y sueños los ancianos. 18 En esos días derramaré mi Espíritu sobre mis siervos y mis siervas, y profetizarán. Hech 2:17-18)
1.- Este pasaje repite dos veces que en el día de Pentecostés Dios derramó su Espíritu sobre "toda carne".[4]
Antes del Pentecostés, Dios daba el don del Espíritu a ciertas personas específicas, nunca a todo el pueblo. Era individual, pero desde el Pentecostés es corporativo, de todo el cuerpo de Cristo.
De esa forma, la promesa del Espíritu atañe a la iglesia misma como entidad y a todos y cada uno de sus miembros como personas. El don se imparte sin discriminación alguna, sea de edad, sexo o categoría socio-económica (hijos, hijas, jóvenes, ancianos, siervos/as; cf. Gal 3:28).
Muchos textos del N.T. enseñan que todo cristiano/a, desde el momento de entregar su vida a Cristo, es morada del Espíritu Santo (Efes 1:13; 1Cor 12:13; 2 Cor 1:22; Jn 14:18). El Espíritu. es la vida común del Cuerpo de Cristo y asigna los dones y funciones de cada miembro (1Cor 12:11).
De estos hechos la primera epístola de Juan saca una conclusión sorprendentemente radical:
17 Estas cosas les escribo acerca de los que procuran engañarlos. 27 En cuanto a ustedes, la unción que de él recibieron permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Esa unción es auténtica —no es falsa—y les enseña todas las cosas.
¡Qué bajada de piso para los que pretendemos ser maestros del pueblo del Señor! ¡El texto nos dice que sobramos! (Cf. Stg 3:1). Pone al mismo nivel maestro y alumno y declara que desde el Pentecostés la comunidad tiene el mejor de los maestros, ¡el Espíritu Santos! Somos "maestros ayudantes" que acompañamos al pueblo creyente; no somos autoridades ni indispensables Esto también es consecuencia del Pentecostés y explica la base del escrutinio congregacional de las profecías.
2.- Es impresionante como el pasaje de Joel, citado por Pedro, se concentra en un solo ministerio del Espíritu: la profecía. Los hijos e hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones, los ancianos tendrán sueños y los siervos y siervas de Dios profetizarán.[5] Esta marca para siempre a la iglesia, que nace en ese suceso, como una comunidad profética por esencia. ¡Desde el Pentecostés la iglesia es una comunidad de visionarios y soñadores ("yo tengo un sueño", Martin Luther King)!
La frase "sobre toda carne" podría significar "sobre toda clase de creyentes". sin distinción de edad o sexo, pero el sentido natural es más amplio e inclusivo. El antecedente de Num 11;29 y las ensñanzas del N.T. sobre la morada del Espíritu en todo creyente favorecen la interpretación de que cada creyente, sin excepción, comparte el don del Espíritu del Pentecostés. Eso significa que todo creyente también, al igual que la iglesia misma, tiene un llamado profético y un deber de cumplirlo de alguna manera.
EL MISMO Y ÚNICO ESPÍRITU
El Espíritu que Dios derramó sobre la iglesia naciente era el mismo Espíritu de los antiguos profetas de Israel. Dios no tiene otro Espíritu más cómodo y más agradable, menos exigente y amenazante al status quo.
El prototipo para la iglesia tiene que ser el mensaje y la praxis de esos antiguos portadores de la verdad y la voluntad de Dios. De forma similar, todo cristiano está llamado/a a una presencia profética, de alguna forma, en la iglesia y en la sociedad.
A la luz del significado bíblico y del modelo de la práctica profética, podemos concluir que la iglesia nació para ser una comunidad de discernimiento crítico, de cuestionamiento, de dialogo y debate abierto.
Desde el Pentecostés. la denuncia y el anuncio proféticos son deberes de la iglesia, como lo son para todos los y las fieles. Es deber también para todos y todas participar activa y críticamente en el análisis de las decisiones de las Iglesias, las aclaraciones doctrinales y los debates exegéticos sobre la interpretación bíblica.
Si estamos llamados a examinar las profecías, mucho más imperativo es cuestionar a los políticos, los biblistas y teólogos, y hasta los mega-pastores. Después del Pentecostés, suprimir la criticidad profética o evadir el debate sólo para quedar bien y no tener problemas es desobediencia al imperativo bíblico.[6]
Esta perspectiva sobre la profecía es profundamente liberadora en nuestra moderna sociedad burguesa, donde la "religión" se relega casi totalmente a la esfera privada, donde tener convicciones se malinterpreta como falta de tolerancia y donde la crítica directa se condena como falta del amor.
Nuestro llamado profético, de todos y todas, nos libera para afirmar convicciones radicales, que entendemos como la voluntad de Dios... ¡y también libertad para equivocarnos!
NOTAS AL PIE
[4] Hace unos años escuché una novedosa interpretación de "toda carme", cuando un ganadero dijo por televisión, "mis vacas son carne también y tienen el Espíritu Santo". ¡A veces la interpretación literal produce desastres teológicos! Por otra parte, la traducción "todo el género humano", tomada fuera de contexto, podría sugerir un derramamiento del Espíritu Santo sobre todo ser humano, sin excepción alguna.
[5] El texto de Hch 2:18 agrega el verbo final, "y profetizarán", que falta en el texto hebreo y en la Septuaginta.
[6] v El otro extremo, de críticas irresponsables e injustas (critconería), es pecado y hace mucho daño en las iglesias.
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