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El destierro de Jesús

José, su esposa María y el pequeño Jesús sufren las condiciones dramáticas de los prófugos, los desterrados, los emigrantes que tienen que dejar su casa, su tierra y su cultura para poder sobrevivir.

CONCIENCIA AUTOR Antonio Cruz 03 DE ENERO DE 2015 22:05 h

Después que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo (Mt. 2:13).



Cuando leo este texto del evangelio de Mateo, vienen a mi mente aquellas antiguas postales navideñas, en las que se representaba a una María de semblante austero y mirada perdida, montada sobre un dócil borriquillo que tenía escamas de purpurina sobre las orejas. A José se le veía con cara de resignación y una cuerda, a modo de brida, en las manos dirigiendo por delante al animal. Y el niño Jesús en brazos de su madre sonreía como si quisiera alegrarles el duro viaje. En el aire, cabecitas de ángeles que revolotean escoltando a la humilde familia de Nazaret en su doloroso camino del destierro.



Miles de tarjetas como ésta, cuando se les daba la vuelta deseaban: “Feliz Navidad y próspero Año Nuevo”. Era principios de los 60 y, por supuesto, el Facebook, el Twitter o el WhatsApp no aparecían todavía ni en las películas de ciencia ficción.



No obstante, Mateo nos dibuja aquí otra postal bien diferente. Sin adornos de purpurina ni ángeles de mejillas sonrosadas. Nos presenta en esta página a la familia de Jesús en el camino difícil e injusto del destierro. José, su esposa María y el pequeño Jesús sufren las condiciones dramáticas de los prófugos, los desterrados, los emigrantes que tienen que dejar su casa, su tierra y su cultura para poder sobrevivir. Se puede pensar que el niño Jesús empieza ya, en su más tierna infancia, a deambular por un camino que, en cierto sentido, le va a conducir al mismísimo Calvario. La existencia de Cristo fue difícil y amarga desde que vino a este mundo. Su vida y la de su familia estuvo siempre marcada por la incertidumbre y la inseguridad.



Pero, por otro lado, hay que reconocer que la huida a Egipto fue algo de lo más habitual en aquella época. A lo largo de los siglos anteriores a la venida de Jesús, era común que cuando algún peligro, desastre natural, hambre o persecución hacían insoportable la vida de los judíos, éstos buscaran refugio en el cercano país de Egipto. Tal situación provocó que en casi todas las ciudades egipcias hubiera colonias de judíos. En Alejandría, por ejemplo, había más de un millón de hebreos. De manera que José y María hicieron lo que muchos judíos habían hecho antes y después que ellos: emigrar para poder vivir. Por eso, cuando llegaron a Egipto con el pequeño Jesús, no se debieron encontrar totalmente aislados como extranjeros, sin entender el idioma ni las costumbres, porque en realidad había bastantes judíos que, a lo largo de la historia, se habían refugiado también allí.



A pesar de todo, el concepto que tenían los judíos contemporáneos de Jesús acerca de Egipto no era demasiado bueno que digamos. Según explica el gran teólogo de Glasgow, William Barcklay, Egipto se consideraba tradicionalmente como la tierra de la brujería, la magia y la mitología. En el Talmud, esa obra que recoge las discusiones de los rabinos sobre las leyes judías, tradiciones, dichos y leyendas, se puede leer que: “Diez medidas de brujería descendieron al mundo; Egipto recibió nueve, y el resto del mundo la otra”. Precisamente, cuando Jesús empezó su ministerio público, los principales enemigos judíos que se le opusieron, intentaban difamarle diciendo que su estancia en Egipto era la causa de las “barbaridades” que predicaba. Decían que, en el país del Nilo, Jesús había aprendido las artes maléficas de la magia y la brujería que le permitían hacer milagros y engañar a la gente. Y en el siglo III d.C., el filósofo pagano Celso escribió que Jesús se había criado como hijo ilegítimo en Egipto, y allí había aprendido las artimañas suficientes para realizar milagros espectaculares con la finalidad de regresar a Israel y autoproclamarse Hijo de Dios. Años más tarde, Orígenes se encargó de desmentir todas y cada una de estas calumnias de Celso, en su obra titulada, precisamente así: Contra Celso.



Al parecer, otro enemigo judío del cristianismo, el rabino Eliezer ben Hyrcanos, dijo que Jesús se había tatuado sobre su piel toda una serie de fórmulas mágicas con la intención de que no se le olvidaran y poder así seguir haciendo señales extraordinarias. No obstante, semejantes calumnias resultan absurdas ante la realidad de que Jesús llegó a Egipto cuando era tan sólo un bebé y regresó cuando todavía era un niño de corta edad. Por lo tanto, no tuvo tiempo de aprender magia ni brujería.



En el versículo 16 del segundo capítulo de Mateo leemos: Herodes entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos. Hay algunos críticos de la Biblia que sostienen que esta matanza no puede haber ocurrido, sencillamente, porque no se menciona en ningún otro lugar fuera de este pasaje de Mateo. El historiador judío Josefo, por ejemplo, no dice nada de tal masacre. En este sentido, el teólogo protestante, Ulrich Luz, escribe en su comentario al Evangelio según San Mateo, que este relato: “se inspira en la tradición de Belén, no histórica casi con seguridad, y no cuenta con ninguna analogía en Lucas” (vol. I, 177). Y tres páginas después dice: “El lector moderno encuentra extraño que a Mateo no se le plantee la cuestión de la teodicea ante el sufrimiento de los niños inocentes… Mateo no tiene en cuenta que Dios salva a su Hijo a costa de los inocentes” (vol. I, 180). ¿Qué pensar pues sobre esta matanza de inocentes? ¿Fue una historia que se inventó el evangelista Mateo u ocurrió de verdad?



Creo que se deben tener en cuenta, por lo menos, cuatro aspectos diferentes. En primer lugar, Belén era una aldea pequeña que, en aquella época, tendría como mucho unos mil habitantes. Esto permite suponer que nacerían aproximadamente unos treinta niños al año. Aunque si se tiene en cuenta que en el mundo antiguo la mitad de los recién nacidos moría prematuramente por motivos de higiene y enfermedades infantiles, este número se reduce a quince. Probablemente los niños menores de dos años no pasarían de los veinte o treinta. Es verdad que esta reducida cantidad no justifica para nada el horrible crimen perpetrado por Herodes, pero en una aldea pequeña e insignificante como era Belén, situada en una zona en la que el asesinato era moneda corriente, la matanza de treinta bebés no causaría gran conmoción, excepto por supuesto a las familias afectadas.



En segundo lugar, la tragedia encaja muy bien con lo que históricamente se conoce acerca del carácter del rey Herodes. Semejante personaje fue todo un artífice en el arte del asesinato. En cuanto subió al trono aniquiló a unos 45 miembros del sanedrín. Más tarde hizo una matanza improvisada de 300 oficiales de la corte que no le caían demasiado bien. A lo largo de su vida tuvo diez esposas y numerosos hijos que generaron numerosas intrigas palaciegas con el fin de conseguir más poder del que tenían. Los celos patológicos que experimentaba Herodes por mantener su poderío le llevaron a matar a su propia esposa Mariamne, a su suegra Alejandra, a su hijo primogénito Antípater, así como a otros dos hijos suyos, Alejandro y Aristóbulo. Y, por si todo esto fuera poco, para la hora de su muerte había preparado con antelación todo lo necesario con el propósito de acuchillar a una multitud de nobles hebreos reunida en el hipódromo de Jerusalén. Como sabía que el pueblo se alegraría notablemente cuando él falleciera, ordenó que se encerrara a los principales judíos y que se les ejecutara en el momento preciso de su propia muerte, a fin de asegurar que el pueblo lloraría cuando él muriera. Afortunadamente, esta orden de Herodes no fue cumplida.



¿Es sorprendente que un rey así, con semejante currículo sanguinario, acabara con la vida de treinta niños, entre los cuales podía haber uno que le usurpara su poder en el futuro? Yo creo que no ya que este asesinato a sangre fría de inocentes encaja perfectamente con el carácter del malvado rey Herodes y con todo lo que sabemos acerca de él.



En tercer lugar, el hecho de que algo no se cite expresamente por parte de los historiadores seculares o de los demás evangelistas, no es prueba concluyente de que no sucediera. Que esta matanza de inocentes no la cite, por ejemplo, el historiador judío, Flavio Josefo, y sólo lo haga Mateo (y no Marcos, Lucas o Juan) no es un argumento concluyente para determinar que no ocurrió. A Mateo le interesaba reflejar en su evangelio el miedo enfermizo que tenía Herodes a ser desbancado por cualquier otro monarca. Y, desde luego, todo este incidente es tan típico de Herodes que no tenemos por qué dudar de que Mateo nos transmitió la verdad.



Por último, en relación a las cuestiones éticas que plantea Ulrich Luz, al insinuar que “un Dios que salvara a su hijo a costa de los inocentes sería un Dios injusto”, decir, simplemente, que la divinidad no es culpable de la maldad que hay en el corazón del ser humano. Dios no tiene la culpa de la cruel matanza de bebés inocentes llevada a cabo por Herodes. Él nunca quiso tal masacre. Como tampoco Dios es responsable de lo que hizo la Inquisición española, o de la matanza de la noche de San Bartolomé sobre los protestantes hugonotes en Francia, o del exterminio de judíos ordenado por Hitler en Alemania, o del degollamiento de cristianos que está ocurriendo hoy en Siria por parte de los fanáticos del Frente Islámico. El hombre es el único responsable cuando hace caso de sus propios instintos y obedece al padre de toda mentira. La providencia divina hizo al ser humano libre para que éste eligiera sus propios caminos y fuera responsable de sus actos. Pero, por desgracia, el libre albedrío -esa característica tan fundamental del alma humana- nos ha conducido con demasiada frecuencia al egoísmo, a la injusticia, a la corrupción y al mal.



No creo que haya motivos serios para dudar de Mateo y pensar que se inventó la historia de la aniquilación de los niños por parte de Herodes. Sobre todo, teniendo en cuenta el carácter estilizado de los relatos de Mateo, en los que suele eliminar casi todos los detalles que resultan superfluos. Estoy convencido de que si Mateo lo menciona es porque realmente ocurrió. Así piensan también grandes estudiosos del Evangelio, como el teólogo suizo de la Universidad de Lausana, Pierre Bonnard, quien en su obra clásica, Evangelio según San Mateo (Cristiandad, 1976, p. 40) escribe, refiriéndose a esta matanza de niños, que: “…es de una innegable verosimilitud histórica”.



¿Qué enseñanza podemos sacar de este destierro forzoso de Jesús, tal como nos lo explica Mateo? Hay actualmente, por desgracia, demasiadas familias que pueden verse reflejadas en este relato. Las guerras, las persecuciones políticas, los racismos, la miseria y el hambre sacuden y rompen cruelmente a un número cada vez mayor de familias, cuyos miembros se ven obligados a llevar una existencia precaria, amenazada y humillada. Muchos se ven forzados a abandonar sus hogares y emigrar a países muy distintos a los suyos para poder ganarse la vida. Y allí, en tierras lejanas, incluso cuando encuentran trabajo, no siempre obtienen una verdadera acogida, ni el respeto necesario, o el reconocimiento a su dignidad personal. Con demasiada frecuencia tienen que enfrentarse a la hostilidad, los prejuicios, las sospechas y la marginación. A veces, sus sueños se apagan pronto bajo el aire helado del desprecio general, de ciertas actitudes mezquinas o de dificultades insuperables. Y el futuro se les muestra cada vez más difícil e incierto.



Hoy, más allá de esas postales romanticonas de la sagrada familia, el borriquillo y los ángeles que revolotean, es necesario que los cristianos nos pongamos en sintonía con el drama angustioso de tantos inmigrados, deportados, refugiados, de todas las víctimas del egoísmo, del rechazo y de la explotación porque la vida, en ocasiones, se hace insoportable cuando se vive lejos de los tuyos. El tiempo pasa mucho más lentamente y la amargura se hace interminable. No agravemos nosotros esos sentimientos propios del emigrante con la incomprensión y la dureza de nuestro corazón. Cristo, que fue también un niño desterrado, dijo treinta años más tarde: “Yo soy el camino” (Jn 14:6). Y ese camino que conduce al Padre y al Reino de Dios puede ser también -¿por qué no?- el camino del destierro. Para el cristiano, este camino puede ser el de la huida de todas las esclavitudes de este mundo, el del rechazo de cualquier injusticia contra el ser humano, o el del alejamiento de un cierto mundo artificial y consumista. No debemos olvidar que los creyentes somos también desterrados en este mundo. Aunque estemos metidos aquí, debemos tomar distancias frente a un cierto mundo de la apariencia, del abuso de poder, de la corrupción, de las ideologías, la mentira, las polémicas más necias, las competencias ridículas o los conformismos.



Estamos llamados a conservar en nuestro corazón el recuerdo de algo mucho mejor, de una tierra mucho más amplia donde mora la justicia. ¡Ojalá que durante este Nuevo Año 2015 sigamos trabajando unidos para crear en el mundo el reflejo de “esa otra tierra mucho más amplia” que nos está prometida!


 

 


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