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Protestante Digital

 
Quién es Jesús V
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Miriam Borham: Jesús habló de igualdad y solidaridad

Jesús vino para darnos esperanza, y nosotros le aparcamos en el belén, sin pensar que este nacimiento permitió su pasión, su resurrección, y que ya no viviéramos en condenación.

MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 27 DE DICIEMBRE DE 2014 22:45 h
Miriam Borham Puyal Miriam Borham Puyal.

Hoy continuamos hablando de Jesús con Miriam Borham Pujal, Doctora en Literatura Inglesa por la Universidad de Salamanca, donde actualmente trabaja como profesora de inglés. Ha colaborado como traductora en Protestante Digital y es la organizadora del encuentro anual centrado en el significado de la alabanza, “+ q músicos”, el cual ha alcanzado ya su octava edición.



Las reflexiones de Miriam nos llevan a confirmar que la Navidad es Cristo, y que por su descenso a esta tierra tenemos qué celebrar; él es el motivo. Él es el que debe tener el lugar principal en nuestra mesa. El agasajado. El del cumpleaños. Todos los preparativos deben estar centrados en sus gustos. ¿Se lo hemos preguntado? Creo que no necesitamos releer los evangelios para saber cómo es la mesa que a él le gustaba. Que no faltara el vino y el pan, pero también le gustaba la mesa global, diversa. Estaban sus amigos, los anfitriones, los más cercanos; no obstante, también otros a los que quería darse a conocer y, sobre todo, sabía que le necesitaban desesperadamente porque el tiempo se les acababa. Él era el Hijo, el privilegiado. El Heredero. El misionero por excelencia que había atendido el llamado. Al que le habían encomendado el rebaño de las negras, blancas, marrones, beiges... Con lana más suave o áspera... De balidos suaves o ruidosos.



La mesa global no sabe de diferencias, de colores, de estratos, de solera, pareciera que nos dice con su ejemplo. Incluso pueden tener acceso los informales que llegan sin estar en la lista de invitados, como aquella mujer que derramó valioso perfume de nardo sobre sus pies durante una cena muy bien organizada.



 



PREGUNTA.- Si hoy Jesús le preguntara, ¿quién crees que soy yo? ¿Qué le respondería?



RESPUESTA.- Le diría lo mismo que le dijo Pedro: “Tú eres el Cristo”, eres el Mesías y el hijo de Dios.



 



P.- ¿Cómo y cuándo lo conoció? ¿Es para usted un amigo?



R.- Crecí en una familia cristiana, así que para mí Jesús siempre fue una figura muy cercana. Me inculcaron la idea de que era un amigo, alguien que siempre estaba a mi lado y para el que yo era importante. Todavía lo siento así y creo que el Jesús de los evangelios, ese Jesús que asiste a bodas, que llora por la muerte de sus amigos y que promete estar con nosotros todos los días, demuestra que lo que él busca y ofrece es esa relación cercana.



Me fascina la manera tan cercana en la que Dios habla en el Antiguo Testamento, y cómo Jesús recoge ese testigo después. Creo que nos marca el tono: respetuoso, reverente, pero también natural. Si soy sincera, muchas veces mis oraciones se parecen a conversaciones que podría tener con un amigo: expreso enfado, alegría, tristeza, como hicieron Job o los profetas.



 



P.- ¿Hay evidencias históricas del paso de Jesús por la tierra? ¿Podemos los cristianos hablar de un Jesús histórico?



R.- Por supuesto que sí. Tenemos referencias primitivas a Jesús como figura histórica, por ejemplo, menciones de historiadores romanos y judíos como Tácito y Flavio Josefo, respectivamente. Tenemos los testimonios de todos aquellos mencionados en la Biblia, y poseemos muchos testimonios recogidos en otros textos. El retrato que todos ofrecen de Jesús y su época es demasiado coherente como para pensar que no existió o que no tuvo un impacto en su época.



Incluso si olvidáramos la dimensión espiritual de su mensaje, Jesús sería la figura histórica más relevante de todos los tiempos; su mensaje cambió el mundo y lo sigue transformando hoy, en todos los ámbitos: morales, sociales, políticos, legislativos. Jesús no deja a nadie indiferente, eso es seguro.



 



P.- ¿Por qué decimos los cristianos que Jesús es nuestro Salvador personal?



R.- Porque para nosotros no se queda en una mera figura histórica, en un revolucionario o filósofo. Nosotros creemos lo que Dios prometió y lo que anunciaron Isaías y otros profetas: un Salvador vendría para rescatarnos y darnos esperanza. Y lo haría por amor a cada uno de nosotros. Por eso Jesús no solo es un salvador, es decir, un caudillo o un líder poderoso, sino que podemos hablar de un Salvador personal, relevante para ti y para mí.



 



P.- ¿Cómo puedo explicarle a una persona que no le conoce, que fue enviado por Dios para salvarle?



R.- Dios ama a la humanidad. Es un Padre que quiere el bien de sus hijos e hijas. Desde el momento en el que el hombre y la mujer se apartaron de Él, Dios ha intentado restaurar esa relación rota. Sin embargo, una y otra vez, nos hemos negado a escuchar ese mensaje y hemos pagado las consecuencias. Solo tenemos que ver cómo se encuentra el mundo natural o la corrupción de la sociedad para saber que algo anda mal con nuestra forma de ser y de hacer las cosas. No es culpa de Dios, nosotros recibimos libre albedrío y lo hemos utilizado mal.



Precisamente por esa libertad que gozamos, el plan de salvación tenía que pasar por una decisión personal, no podía venir impuesta. E iba a ser una prueba de amor definitiva que demostrara que Dios no se da por vencido con nosotros. Dios hizo el sacrificio máximo: mandar a su propio Hijo para redimirnos y para que el mundo tuviera una nueva esperanza a través de la fe en Él. Ese es el alcance de su amor por nosotros. Y esa es también la independencia que nos ha dado: que por fe podamos ser salvos, que por fe seamos verdaderamente libres. Como nos dice Romanos: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).



En palabras de San Agustín: “¿Pues qué gracia de Dios pudo brillar más intensamente para nosotros que ésta: teniendo un Hijo unigénito, hacerlo hijo del hombre, para, a su vez, hacer al hijo del hombre hijo de Dios?”. Dios busca hacernos sus hijos a través de ese acto de gracia. En este sentido, el que le busca, puede estar seguro de que le hallará. Es la experiencia de quienes le hemos conocido.



 



P.- En las Escrituras dice que Jesús es el intermediario entre Dios y los hombres. ¿Por qué piensa que muchos cristianos buscan otros intermediarios dejándole de lado?



R.- Los seres humanos estamos llenos de paradojas – ¡y me pongo la primera en la lista! Por una parte, creo que es difícil para nosotros, con nuestra limitada concepción del tiempo y el espacio, pensar en alguien eterno, incorpóreo, como un intermediario directo. Nos vemos muy pequeños para hablar con alguien tan grande. Por otra parte, somos tan soberbios que nos cuesta pensar que la salvación no es algo que podamos ganar o negociar. Por ello creo que buscamos alternativas que encajan más con nuestra forma de pensar o nuestra naturaleza: por eso buscamos otros intermediarios, de carne y hueso o de madera y pintura, que podamos sentir cerca y que nos permitan tener unos rituales que nos hagan sentir más seguros. Y no debemos apresurarnos a señalar a otros en esto: en las iglesias evangélicas muchas veces pecamos de excesiva líder-dependencia o líder-centrismo, una exaltación de los hombres y no de Dios. Aunque estas personas realizan una labor encomiable, nuestra fe, y su expresión en la iglesia, siempre debería ser cristocéntrica.



 



P.- ¿Cuál fue la misión que se le encomendó al bajar a este mundo? ¿Es integral esta misión, es decir, incluye las necesidades básicas del ser humano, desde su necesidad de Dios, pero también su necesidad de alimento, educación, salud, relaciones, amor...?



R.- Al venir al mundo como un hombre de carne y hueso, pudo experimentar integralmente las necesidades de todo ser humano, y pudo hablar de ellas y abordar cambios necesarios en muchos aspectos de nuestra vida. Por ejemplo, permitió que sus hambrientos discípulos comieran en el día de reposo, predicó la aceptación de lisiados, apestados o marginados con el ejemplo, o habló de la corrupción que puede ocasionar el dinero. Jesús no solo predicó la existencia de un reino espiritual, de un lugar mejor, sino que nos dio las pautas para vivir mejor y de manera más justa en el lugar en el que ahora estamos.



 



P.-¿Por qué piensa que Dios le envió como si fuera cualquier ciudadano de a pie? Se esperaba a un rey poderoso que acabara con el yugo romano.



R.- Sí hubiera venido como un rey poderoso, ¿podría yo identificarme con un gran caudillo? ¿Podría confiar en que lo que consiguiera no fuera simplemente consecuencia de su poder o fuerza? ¿Podría hablar de compasión un hombre violento? A lo largo de toda la Biblia se nos dice que Jesús nacería de manera humilde, en una pequeña aldea, en una familia poderosa venida a menos. Y que con un comienzo tan humilde, Dios haría grandes cosas, entre ellas, darnos un Salvador que de hecho comprende lo que es ser pequeño, lo que es sentirse despreciado o ignorado, lo que es sufrir dolor y tristeza.



 



P.- ¿Por qué piensas que Jesús pone como ejemplo a los niños en medio de una sociedad que los ignoraba?



R.- ¡Me encanta ese momento! Me imagino a los líderes religiosos, a los adultos que estaban allí escuchando, quizás molestos porque los niños interrumpían sus sesudas conversaciones con Jesús, boquiabiertos ante semejante ejemplo. Los niños representan la inocencia, la confianza absoluta en Dios; los niños representan la esperanza, la fe. Miran al futuro y ven sus posibilidades, se permiten maravillarse y emocionarse, se permiten pensar en nuevas formas de entender el mundo, no están limitados por prejuicios y convenciones, como ocurría con los fariseos o incluso con los apóstoles, quienes habían crecido con una imagen muy sesgada de quién sería el Mesías y que todavía dudaban después de ver los milagros de Jesús.



Hoy en día los niños siguen siendo un ejemplo de valentía, de honestidad, de capacidad de perdón y de fe en que las cosas pueden ser mejores: Malala, los niños de distintas razas o etnias que juegan juntos aunque sus padres no se hablen… Los adultos podemos aprender mucho de ellos. Sin una fe como la suya, nunca lograremos nada.



 



P.- Mucha gente piensa que esa actitud choca con las situaciones injustas que se suceden en el mundo: pobreza, llanto, violencia, corrupción, desastres ecológicos... ¿Qué podemos decirles?



R.- Puedo entender por qué piensan así. Hemos convertido el mundo en un valle de lágrimas. Muchas veces no puedo ni terminar de ver las noticias: me puede el dolor o la rabia ante lo que está pasando a nuestro alrededor. Pero, al mismo tiempo, aunque todo ello escape a nuestra comprensión en muchos aspectos y aunque llevemos muchos años en esta tierra y el cinismo amenace nuestra visión y capacidad de acción, debemos tener fe, debemos creer que existe la posibilidad de esperanza, de redención. No podemos cruzarnos de brazos y rendirnos: debemos tener la visión de un niño y pensar en maneras de mejorar las cosas. Un niño ve un obstáculo y piensa cómo superarlo; no conoce realmente el significado de “imposible” hasta que no es adulto. ¿Cuántas veces nos rendimos incluso antes de empezar?



Edmund Burke decía que lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada y que el mayor error lo comete quien no hace nada porque sólo podría hacer un poco. Es decir, no podemos quejarnos de una injusticia que hemos generado entre todos y no hacer nada para mejorar, ya sea dentro de nuestra pequeña parcela (nuestra familia, clase, trabajo, iglesia) o en temas mayores. Y en eso también demostramos nuestra fe. Porque hay que tener fe, mucha fe, como los niños: eso es lo que acaba moviendo montañas.



 



P.- ¿Qué significan las Bienaventuranzas pronunciadas por Jesús? ¿Quién es el hombre citado en las mismas?



R.- Las bienaventuranzas son una guía para la vida, nos hablan de lo que es mejor para nosotros como individuos y como sociedad: ser mansos, humildes, misericordiosos, pacificadores, pacientes, sufridos. Jesús nos presenta el modelo para sus seguidores, un modelo radicalmente distinto a lo que estamos acostumbrados en un mundo donde se estimula la competitividad, la fortaleza y la opresión del débil.



 



P.- ¿Cómo podemos vivir las Bienaventuranzas aquí y ahora?



R.- Viviendo de acuerdo a la actitud y el comportamiento descritos en ellas. Son tan relevantes y necesarias ahora como lo eran entonces.



 



P.- ¿Se comprometió Jesús con la realidad que le tocó vivir?



R.- Por supuesto. ¿Cómo puedes amar a alguien, como Jesús amó a todos aquellos por los que vino, y no involucrarte en su vida, sus circunstancias, sus problemas, su época? Jesús trató temas de economía y política –en su célebre “al César lo que es del César”, por ejemplo. Jesús enseñó misericordia hacia los débiles, los discapacitados, los apestados, las mujeres, los niños. Jesús habló de igualdad y solidaridad. Fue un ejemplo de compromiso social, y lo sigue siendo.



 



P.- ¿Fue una estrategia el renunciar al poder que poseía? ¿Cuál fue su alternativa al dominio y poder de este mundo?



R.- Jesús nunca ambicionó el poder de este mundo, ni su misión fue obtenerlo. Creo que el pasaje que mejor lo resume es Filipenses 2: 6-11: Jesús renunció a su poder, se despojó a sí mismo y se hizo siervo, tomando forma de hombre, y humillándose hasta la muerte de cruz, la forma más degradante de morir en la época. A través de esa humildad y obediencia, fue exaltado por Dios y ahora toda lengua confiesa que Él es el Señor de Señores.



 



P.- ¿Cómo encaja en lo anterior su muerte y posterior resurrección? ¿Cuál su importancia para el hombre?



R.- La Biblia nos dice: “Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él” (2ª Corintios 5:21). Jesús no merecía estar en esa cruz, pero él se puso en nuestro lugar y pagó nuestra deuda, redimió el precio de nuestra culpa. Fue el cordero inocente, el sacrificio de expiación del que habla Isaías 53. Y gracias a ese sacrificio de amor, el hombre ya no está condenado a la oscuridad y la muerte, sino que ha recibido nueva vida, como nos dice el famoso versículo en Juan 3:16.



 



P.- Podemos concluir que el hombre es de suma importancia para Jesús, el Hijo, y para el Padre que lo envió. ¿Cómo debe entonces ser el papel de la iglesia frente al hombre y todas sus necesidades?



R.- La iglesia debe responder a esas necesidades como ellos lo hicieron. Por ejemplo, Dios exhorta al pueblo de Israel a tratar bien a los extranjeros, a ser misericordiosos con huérfanos y viudas, a dar a quien lo necesita. Jesús refuerza esos mensajes y vemos cómo la iglesia primitiva se caracteriza en muchas ocasiones por ese sentimiento de comunidad que responde a las necesidades de otros (solo hay que pensar en Dorcas, por ejemplo, una mujer conocida por su misericordia). La iglesia no puede vivir de puertas para adentro, ni puede vivir en una burbuja “espiritual” que olvide que hay quien padece también necesidades de otro tipo. La iglesia y todos sus miembros están llamados a ser relevantes en el mundo y a ayudar en todo aquello que puedan. No lo digo yo: es un principio bíblico.



 



P.- ¿Cuál debe ser la respuesta del hombre?



R.- Juan 3: 16 también lo deja claro: el hombre necesita responder a ese sacrificio con fe, aceptando el regalo de la gracia. Tan sencillo como eso.



 



P.- Se acerca la Navidad... Veo grandes preparativos. ¿Hemos entendido su verdadero significado?



R.- Sé que es casi un cliché decirlo, pero me temo que no. Incluso en un entorno cristiano, es fácil dejarse llevar por el entorno –yo necesito pararme a reflexionar y recordar qué celebro cada año.



Jesús vino humilde y pobre, nosotros buscamos el lujo y el consumismo. Jesús predicó que todos somos iguales, y es en esta época cuando más se perciben las desigualdades sociales. Jesús trajo un mensaje de amor, paz y renuncia, y nosotros a veces apenas tenemos tiempo de dar un abrazo a quien tenemos a nuestro lado, nos estresamos y tenemos muchas discusiones familiares por tonterías y, por supuesto, no siempre queremos renunciar a lo que nos gusta para darlo a quién más lo necesita. Jesús vino para morir por nosotros y darnos esperanza, y nosotros le aparcamos en el belén, sin pensar que este nacimiento permitió su pasión, su resurrección y que nosotros ya no viviéramos en condenación. El nacimiento de Jesús trajo gozo sin par, fue celebrado por ángeles y pastores, compartido con todos. Y nosotros a veces ni sonreímos al cantar que Jesús vino al mundo por nosotros.



 



P.- ¿Cómo se celebra la Navidad en su casa?



R.- En mi casa siempre ha sido un tiempo muy tranquilo y familiar, y del cual he disfrutado mucho desde pequeña. No hacemos grandes comidas ni festejos. En Nochebuena y Navidad solemos cocinar, cenar, leer la Biblia y orar, todos juntos. A veces tomamos la Santa Cena. También cantamos mucho; nos encanta la música clásica, el góspel, ¡e incluso los villancicos! Me encanta escuchar “El Mesías” de Haendel y alguna de las composiciones de Bach, ambos compositores muy espirituales, o cantar “Oh ven, oh ven”. Tienen un mensaje muy poderoso y nos sirven para expresar nuestra necesidad de redención y para celebrar la esperanza que nos ha nacido en Jesús.



Es una celebración sencilla, ¡pero no la cambiaría por el festejo más suntuoso del mundo!



 



Finaliza la entrevista. Gracias, Miriam, por invitarnos a relacionarnos con un Jesús cercano que está dispuesto a entrar en nuestra vida y renovarla si se lo permitimos.


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

MICTAM
06/01/2015
21:36 h
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Amén y amen. Respuestas claras y muy adecuadas. Una visión de Jesús sin oropeles, pero muy adecuada al Jesús que nos presentan las escrituras. Gracias Miriam, un placer leerte.
 



 
 
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