"Hay gente tan pobre, que lo único que tiene es dinero".
Sin duda este análisis que estamos haciendo de cristianismo, Biblia y consumismo requiere mucho más profundización, y tampoco debemos generalizar más de lo que justifican los hechos.
Pero la cultura consumista es una realidad innegable, y el primer paso para salir de ella es reconocer que existe y que estamos todos y todas metidos en ella.
Sin embargo tampoco basta con sólo analizar y denunciar. Los profetas hebreos, que deben ser nuestros ejemplos hoy, denunciaban el mal de su pueblo pero también anunciaban la esperanza de cambios y al final del reino de Dios y su justicia.
En ese sentido, ¿qué podemos hacer hoy para aportar a soluciones para este mal ético y social?
En primer lugar, habiendo reconocido estas realidades, debemos repudiar los anti-valores del consumismo y liberarnos de ellos. Como cristianos y cristianas, tenemos que hacer una gran declaración de independencia: no dejarnos reducir a meros consumidores; no dejarnos manipular por la propaganda para comprar cosas que no nos hacen falta; no medir a las personas por valores materialistas; y repudiar de una vez para siempre el culto al éxito.
Contra los anti-valores del consumismo, debemos comprometernos con los valores cristianos y humanitarios de una sociedad alternativa.
Lo expresó elocuentemente Facundo Cabral en muchos de sus canciones-sermones-adagios:
Aún más revolucionaria es la consigna de San Francisco de Asís:
"Deseo poco,
y lo poco que deseo,
lo deseo poco."
Los extremos y abusos de nuestro consumismo hoy están estrechamente relacionados con el concepto de "propiedad privada" como un valor absoluto e incuestionable. Para la Biblia, estrictamente hablando, la propiedad privada no existe, porque Dios es el dueño de toda la tierra y nosotros no somos dueños sino mayordomos de bienes que no son nuestros (¡véase Lev 25:23!).
En el Pentecostés "tenían todo en común" y "nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones" (Hch 2:44-45; 4:32). El papa Pablo VI expresó bien este principio bíblico cuando declaró que "toda propiedad privada lleva una hipoteca social".
Aunque hoy día tenemos una economía de mercado y de propiedad privada, estos modelos bíblicos deben relativizar radicalmente nuestra pasión por acumular bienes personales a espaldas del bien común social.
Esta visión bíblica de la vida económica revolucionará nuestra actitud hacia el salario mensual. Lo normal es pensar, "Este sueldo es mío, ¿de él, cuánto debo dar a Dios y al prójimo? y el resto por supuesto me toca a mí".
Ahora vamos a pensar, "Dios me ha confiado la mayordomía de este sueldo pero ni un centavo me pertenece; ¿cuánto de él puedo retener para proveer una vida digna para mí y mi familia, y cómo sirvo a Dios y a los pobres con todo el resto?"
Segundo, nuestra liberación del consumismo significará simplificar radicalmente nuestro estilo de vida.
La propaganda comercial y la presión social nos llevan a comprar muchas cosas que de hecho no nos hacen falta. Complicamos la vida más de la cuenta, y nos acomplejamos con ansiedad por mantener "un nivel de vida". Pero la misma abundancia de cosas materiales suele ser obstáculo para un "nivel de vida" humana y espiritual.
No cabe duda que para la mayoría de nosotros nos convendría simplificar significativamente nuestra vida. Un bello ejemplo de eso es la fiesta de tabernáculos en Israel. Todo el pueblo -- los que poseían mansiones y que ocupaban humildes chozas -- por una semana vivían en enramadas en el patio, sin refri, televisor ni micro hondas (diríamos hoy), cocinando con leña, todos iguales unidos en una vida sencilla y solidaria.[6]
Lejos de consumismo y de cualquier teología de la prosperidad (versión religiosa del consumismo materialista), esta ética bíblica de las finanzas nos llevará a hacer de toda nuestra vida un proyecto de servicio a Dios y al prójimo en vez de un proyecto de acumular y consumir.
Podemos tomar como modelo el famoso sermón de Juan Wesley, "Sobre las riquezas", con sus tres puntos:
(1) Gana todo lo que puedas (pero justa y honestamente)
(2) Ahorra todo lo que puedas (estilo sencillo de vida)
(3) Dar todo lo que puedas, a Dios y a los pobres.
Dios ama al dador alegre, pero parte de la sociedad consumista comercial es la obligación de dar regalos de cumpleaños y de Navidad, a veces regalar por presión social más que por amor sincero y por gozo. Una actitud bíblica hacia mi sueldo hará mucho para liberarme de esa obligatoriedad, pues no estoy "sacrificando", quitando algo de "mi sueldo", sino al contrario, para eso Dios me ha confiado determinada cantidad de dinero más allá de mis necesidades básicas.
Aquí quiero agradecer a nuestra hija Rebeca por habernos enseñado la alegría de dar regalos. Para Rebeca, dar regalos lindos y bien escogido es una pasión, uno de sus proyectos vitales. Rebeca es aeromoza con American y no le sobran recursos, pero sí le sobra amor y tiene un montón de amigos y amigas, desde niños y niñas hasta ancianos, de toda cultura, religión y raza y todos relativamente pobres.
Como ella vive en Miami, vive pendiente de las ofertas, pero casi sólo para sus amigos y amigas. Es capaz de ver en febrero, en un precio alcanzable, un regalo maravilloso para el cumpleaños de alguna amiga en noviembre. Otro principio de Rebeca es de comprar de unos amigos para dar a otros amigos (p.ej. alguna amiga que vende cosméticos, o artesanías. pasteles etc). Ha sido emocionante acompañar a Rebeca en sus visitas a esta tropa de amigos que tiene y ver la alegría de niños y viejos al abrir sus regalos. ¡Gracias, Rebeca, por habernos enseñado tanto!
Es interesante, y muy importante, que en los evangelios los únicos "regalos navideños" se dan a Jesús mismo. Los pastores no trajeron regalos, y los magos no dieron nada a José y María ni ellos intercambiaron regalos tampoco. Sólo muchos siglos después comenzó la costumbre de dar regalos en la Navidad, costumbre que el siglo pasado se comercializó vergonzosamente. En la Navidad, el único regalo que importa es la entrega total de nuestra vida (incluso billetera y cuenta bancaria) a Jesucristo el Señor, y de esa entrega nacerá una vida de compartir en vez de acumular y consumir.
En esta Navidad haremos bien en tomar al corazón las palabras del mártir Oscar Arnufo Romero:
Que no se dé como limosna lo que ya se debe de justicia.
Y que antes de hacer caridades baratas, regalitos, fiestas navideñas, etc.,
revisemos nuestra justicia social,
que no puede haber paz de Navidad
si no hay verdadera justicia en las relaciones de los salvadoreños.
¡Es esa la Paz que anhelamos!...
No busquemos a Cristo
entre las opulencias del mundo,
las idolatrías de la riqueza,
los afanes del poder,
las intrigas de los grandes.
Allí no está Dios.
Busquémoslo entre
los niños desnutridos que
se han recostado esta noche
sin tener qué comer.
"Salgan de ella, pueblo mío,
para que no sean cómplices de sus pecados"
(Apoc 18:4)
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