Cartas en Diciembre (1)

Querido Dios:

Tú bien sabrás, que en mi infancia –porque Tú lo sabes todo? mi familia, me exigía con ternura pero con autoridad, que escribiera cartas a la familia y a las buenas amistades para felicitarlas y en particular para los reyes magos, aunque bien sabía yo, que ni eran los que se anunciaban ni cosa por el estilo; pero la cuestión era hacerme escribir; así que ahora, en este singular mes, voy a escribirte algunas cartas, pues sigo intentando ser un “aprendiz de escribidor”.

Ya ha pasado mucho, mucho tiempo desde que empezaste aquella aventura cósmica de poner la vida en juego, y sólo un par de milenios desde que decidieras compartirla con nosotros bajo el mismo techo. Esto parecía una locura, tienes que reconocerlo, pues si tu Creación, tus Revelaciones, tus escogidos profetas, tus demostraciones de amor, tu poder manifestado así como tu gran paciencia, tuvo eco en no muchas personas, hace sólo un poco más de dos mil años, aparentemente, todo seguía igual. Pero Tú estabas ahí. En medio de la vida, dentro de la gente. Y a partir de ese momento, se confirmaba la más grande evidencia de tu existencia, tu evidente misericordia. Tú eras la manera infinita de ser hombre y el espacio ilimitado de nuestro entorno. Y tu presencia venía a encajar en el puzzle a recomponer de toda la humanidad.

A esto lo llamamos Natividad. Una experiencia fascinante que nos permite ser creyentes sin conservantes ni aditivos convencionales. Un camino para la fe gratuita que convalida el simple acto de creer para motivar el simple oficio de vivir. Porque la trascendencia de encarnación es el fondo divino, que queda cuando apuramos la vida, sorbo a sorbo, día a día.

“Desde el Corazón”, querido Dios con nosotros, siento que las cosas empezaron así de sencillas. Tu unigénito comparecía de paisano como hijo de una virgen y de un justo carpintero venido a educador de calle. Y ahí le encontraron los primeros vecinos religiosos, sorprendidos ya de su saber, cuando ejercían en un templo abarrotado de profesionales del ceremonialismo. Llegará el día –le oyeron decir? que los verdaderos creyentes adorarán al Padre “en espíritu y verdad” y los que así se rindieron a Él, le entronizaron en el fondo de sus almas para sentirse habitados, y manifestar con sus vidas los signos de Tu presencia,  la lucha por la justicia y la proclamación con fidelidad y compromiso de tu glorioso mensaje.

Pero nosotros te hemos enmendado la plana para organizar una religión como Dios no manda. Convocamos a las festividades desde lo alto de campanarios y edificios, creamos estructuras necesarias para preservar el espíritu de la materia y del consumo. Magnificamos curias, decoraciones, jerarquías, programas de artificial luminosidad, y todo para pasar de puntillas por una fiesta que debería ser por tu Niño, pero éste no saben dónde está.

Y Tú, querido Dios de estar por casa, a los creyentes no nos llamas feligreses, sino amigos y hermanos. Porque el feligrés entra en la Natividad, ahora ya por el nuevo invento “Viernes Negro” y sale tras el día de los Magos y hasta la otra festividad. Y nos creemos que porque celebramos tu nacimiento, se nos apunta un plus de espiritualidad, y porque en los Centros Comerciales se cante “Adeste Fideles” o “Campanas por Doquier” estamos alabando la Navidad. Y Tú nos adviertes diciendo: “no os conozco”.

Perdónanos querido Dios, hemos construido una Religión por el tejado. Un manual avalado por el nihil obstat tanto de curias romanas como protestantes. Fiestas tan grandes que las luces nos ciegan y no podemos ver la Luz y árboles tan adornados que no nos permiten ver el bosque. Somos muy religiosos a golpes, pero con las almas vacías. Y “menos evangélicos” con nuestras mentalidades de la contextualización esclavizada.

Querido Dios, esta es la primera vez que te escribo una carta en Diciembre y, estando Tú en todas partes, no la enviaré a dirección alguna, pero la compartiré con la gente de a pie, que es tu parroquia y la mía. Ayúdanos, a ver si entre muchos logramos restaurar la Iglesia que tiene tantas piedras carcomidas. A despertarnos a no hacer mucho de lo que creemos que es adoración y es inaceptable para Ti, porque además está personalizada en uno mismo. Una adoración que toque cada área de nuestra vida, no sólo en unas fechas de Diciembre; sino en cada día y cada circunstancia, una vida comprometida en hacer bien, compartir con otros y alabar al único Dios verdadero.

La Iglesia necesita volver a la esencia básica de la adoración y no distraerse con actividades que están vacías de honor, de genuina alabanza y de malversación del maravilloso mensaje de la Natividad.

Te doy las gracias, mi Dios. Sé que por tu Espíritu estás entre nosotros y nosotros en Ti y por esto me siento muy aliviado al poderme dirigir a Ti. Te seguiré escribiendo y dándote las gracias por todo lo que haces y harás por este mundo.