Declaramos muy a menudo: “todo está corrompido”; ¡bien que nos quedamos en el lado de: ‘nosotros no’!
En este tema de las diferencias (en el sentido estricto de la palabra tema: idea fija que suelen tener los dementes) muchos podemos equivocarnos. A unos les gustaría ser distintos, únicos, exclusivos; otros quisieran parecerse punto por punto a otros. Pero ¿a cuáles? a la mayoría, por descontado ¿y cómo es la mayoría?; ¿son idénticos quienes la componen? y, por otra parte, ¿no son innumerables las posibilidades de diferenciación? Algunas, puramente externas: los altos, los bajitos, los calvos, los que tienen ojos de un color insólito; otras más hondas: ideológicas, religiosas, de actitud –machistas, feministas, nacionalistas, fetichistas ; otras de raza; otras de carencia –enfermos crónicos, envejecidos, minusválidos ; otras…
No percibimos que, por una parte, todos somos irrepetibles, que cada ser humano se distingue por algo peculiar; detalle que a veces sirve a los caricaturistas para representarnos de forma pictórica o con expresiones no verbales. Pero por otra parte, todos somos de una raza singular. Es bien cierto que la Naturaleza, con la majestuosidad con la que el Creador la diseñó, pródiga no repitió ningún ser. Una rosa no brota exacta a otra. Equivalente sí, pero nunca la misma, aunque en cada una quepan todas las primaveras, y quizá sea su aroma, algo así como su alma; aroma que en sí mismo es diferente entre las salvajes, las de invernadero o las cuidadas en jardines silvestres. Así, el hombre siendo una raza singular, todos hemos nacido pecadores. Como seres naturales, somos animales que pecamos, y no por las imitaciones externas, sino por disposiciones de dentro. Así lo decía el más joven biógrafo de Jesús: "y decía: lo que sale del hombre, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las maquinaciones perversas, las fornicaciones, hurtos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, el engaño, la desvergüenza, envidia, maledicencia, arrogancia, estupidez; todas estas maldades de dentro salen y contaminan al hombre". Como puede leerse y verse, diversidad de maldades, pero de un origen común.
“Desde el Corazón” soy de la opinión que si somos sinceros, cuando nos vemos a nosotros mismos, podemos entender que somos raza de perversos. ¿Qué es el hombre?; el erudito escritor hebreo Isaías lo afirmaba en su impresionante escrito 59, analizando su época y sus gentes con todo tipo de iniquidades en el corazón de las personas. Y nosotros, si nos examinamos con honradez, hasta sin darnos cuenta lo declaramos muy a menudo cuando decimos: “todo está corrompido”; ¡bien que nos quedamos en el lado de: ‘nosotros no’!, podemos llegar a la conclusión de que somos maliciosos. Los que son honestos consigo mismo deben llegar a esta conclusión.
Sí, “Desde el Corazón” observo que no hay muchas personas que admitan que son masa de pecados, y entre éstas las que se burlan, cualifican a los que intentan ser diferentes, es decir, los cristianos que han nacido con nueva naturaleza, como retrógrados, conservadores, beatos (sin saber que beatos significa felices) y hasta de fanáticos. ¿Por qué aspiran a que estos diferentes se parezcan, piensen y actúen como la masa?. ¿Por qué pretenden, con retorcimientos, que los que actúan con nueva naturaleza, se callen, se queden en la sacristía o se sientan atrasados?. ¿Y por qué –incalificable atrocidad llegan -sea sutil o físicamente- a perseguirlos?; por su conciencia, porque todas las personas tienen una conciencia que les dice –hasta que llegan a cauterizarla, adormecerla, incapacitarla para la reacción “esto no se hace”; “esto es vergonzoso” y al igual que Adán y Eva, se escondieron cuando se descubrieron desnudos y malintencionados tras su pecaminosa rebeldía, hoy en día muchos pecadores se ocultan debajo de nuestra vil cultura –nuestra cultura de pecado, pues maliciosos seres no pueden rehacer una cultura virtuosa. Ellos se ocultan con sus similares, con los que se definen como normales con las normas que ellos mismos se establecen, y ello para ocultarse de la ética cristiana y, por ende, del juicio de Dios. Además de molestos de encontrarse con sólidos creyentes genuinamente cristianos, que revelan su inconsistencia y la mediocridad de su proceder.
El hombre es racional, pero muy poco razonable. Pues en lugar de esforzarse por multiplicar su reino en función de las cualidades de los diferentes: su nueva naturaleza, su integridad personal, su amor a la vida, la virtud, la piedad, la honestidad, la fraternidad, el respeto y todas la virtudes cardinales al máximo posible; procuran difuminarlas, empequeñecerlas, marcando jerarquías, gradaciones, lenguaje falsamente progresista y dominios, fundados todos en caracteres accesorios, placenteros, impuestos de fuera a dentro de la carne y no del espíritu. Los tales viven engañados por sí mismos y están viviendo bajo sus propias ilusiones. Ellos se envían a sí mismos a su destrucción, debido a sus propios engaños, ¡qué pena que no sean diferentes!
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