Uno de cada siete habitantes del planeta vive en la indigencia. Los seis restantes: ¿son todos ellos responsables por igual de esta cruel realidad? Las bienaventuranzas enseñan que el Señor Jesucristo otorga el Reino de los cielos a los pobres. ¿Qué recompensa reciben los que no son pobres?
Acabo de regresar de las terceras Jornadas sobre Arquitectura y Cooperación que, bajo el nombre de ARCADIA III1, organizaron catedráticos y profesionales de distintas áreas del quehacer académico, y se desarrollaron en Madrid, los días 6 y 7 de este mes, con énfasis puesto en ‘acciones transversales’.
Desearía tener el poder de síntesis y la claridad del buen escritor para poder transmitir todo lo que he recibido en dos intensos días de trabajo y que sirve al enfoque de este artículo. Quizás los párrafos que encontré en un link de OXFAM, y que transcribo, ayuden al lector a comprender lo que refiero debajo del título:
“La riqueza mundial está dividida en dos: casi la mitad está en manos del 1% más rico de la población, y la otra mitad se reparte entre el 99% restante. La desigualdad económica crece en la mayoría de los países, el secuestro de los procesos democráticos por parte de las élites son demasiado a menudo interdependientes y los gobiernos sirven abrumadoramente a las élites económicas en detrimento de la ciudadanía de a pie.2”
Estas conclusiones han sido motivo de preocupación para los especialistas del Foro Económico Mundial que considera que la tremenda desigualdad apuntada “supone un grave riesgo para el progreso de la humanidad y es el momento de tomar medidas para revertir esta situación.” 3
Frente a este contexto los seguidores de Jesucristo no podemos hacernos los desentendidos. Estamos frente a unos desafíos imposibles de eludir, y hay unas respuestas que debemos dar sin más demora.
Sin embargo, muchos no salen de discusiones banales perdiendo la oportunidad de crear una sinergia sumándose a los que están dispuestos a pagar el precio de servir al prójimo.
Una de ellas es si en el Sermón del Monte Jesús plantea la primera de sus Bienaventuranzas respecto de los ‘pobres en espíritu’ o de los ‘pobres’ en general.
Sería bueno conocer cuáles son los discutidores pertenecientes a uno y otro grupo.
¿‘POBRES EN ESPÍRITU’ O SIMPLEMENTE ‘POBRES’?
Ya definimos lo que significa ‘bienaventurado’ en nuestro artículo anterior. En el griego del NT (makarios) significa dichoso o feliz; es una referencia a la felicidad de los dioses; refiere a los que poseen un corazón dispuesto a contribuir todo lo necesario para afianzar ‘el bien común’. El ‘bienaventurado’ –decíamos, y repetimos - es dichoso porque su felicidad no depende de las circunstancias favorables como la prosperidad o momentos placenteros. Un ejemplo de esto lo da el apóstol Pablo quien, a pesar de sus muchos sufrimientos, llegó a conocer y disfrutar el gozo verdadero 4. Entonces, no depende esta felicidad de la prosperidad, ni de los eventos agradables, sino de la condición del corazón no egoísta.
El evangelista Mateo transcribe “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.” 5
Al definir la condición humana Pablo afirma que todos pecamos y esa es la razón por la cual, sin excepción, estamos “destituidos de la gloria de Dios.” 6 Según el apóstol a los gentiles todos somos indigentes frente a Dios; por eso, Jesús llama ‘pobres en espíritu’ a los humildes, los que reconocen que son pecadores y buscan el perdón de Dios. Lucas da un ejemplo de qué es ser ‘pobre en espíritu’ en la conocida parábola que presenta a un humilde cobrador de impuestos (publicano) en contraste con el orgulloso fariseo judío, perteneciente a la clase que desafiaba a Jesús7.
El carácter divino es definido con claridad en la Biblia, en la que se nos advierte acerca del peligro mortal que conllevan la soberbia y el orgullo de los individuos seguros de sí mismos. El sabio Salomón por ejemplo dice: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu. Mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios.” 8
El apóstol Pedro lo sabía muy bien, por eso afirma: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” y recomienda al que desee oírle: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo.” 9 El apóstol Santiago por su parte repite lo dicho por Pedro: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” 10.
La condición del pecador es tal que resulta mucho más fácil inclinarse al egoísmo que a la generosidad. Esta condición iguala a todos; mientras los judíos se enorgullecían de ser ‘hijos de Abraham’11, los griegos confiaban en su sabiduría12. No faltaban los que confiaban en su poder terrenal, como hoy los poderosos de turno que salen en los periódicos, o en sus conocimientos científicos. Estos últimos no son menos necios que el Faraón egipcio cuando negó la existencia de Dios13. El auto convencimiento, las supersticiones, la fe en uno mismo, la dependencia de la ‘energía luminosa’ (violeta, casi siempre), y los rezos a amuletos, estampitas o personajes favoritos, engrosan la lista de los que son resistidos por Dios.
La condición de los que no son ‘pobres en espíritu’ está descarnadamente descrita por Pablo en su epístola a los primeros cristianos de Roma14. La soberbia es la base de la degradación humana y hace creer al hombre y la mujer que ‘tener mucho’ o ‘ser alguien reconocido’ es su recompensa15. Lo que aleja de Dios al individuo es no querer reconocerse pecador. Puede ser muy religioso pero si no acepta reconocer un error doctrinal o de conducta, su religiosidad –lejos de religarlo – lo desliga de Dios.
Jesús comparó a los pecadores con los enfermos: “Respondiendo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.”16 Ningún médico puede curar al enfermo que se niega a ser atendido.
En resumen: el pobre en espíritu es como un mendigo que vive cargado de necesidades y sin recursos espirituales para hacerles frente; aspecto que completaremos en nuestra próxima nota.
El Señor nos libre de no querer reconocer nuestro estado real. Si no lo hacemos ya estamos condenados.
Si Dios lo permite, continuaremos con Lucas: ¿Por qué dice “Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”?17. Hasta entonces y la paz del Señor sea con todos.
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Notas
1. De la conferencia magistral del profesor José Antonio Sanahuja (Filósofo, politicólogo internacional y catedrático en la Universidad Complutense de Madrid) este autor extrae el dato: “Más de un mil millones de personas viven aún en la extrema pobreza, según el Banco Mundial. Uno de cada siete seres humanos es pobre en extremo, indigente.” ¿Qué impide que seis no indigentes se pusiesen de acuerdo para ayudar a uno de ellos? Jesús anticipó lo que ocurriría: "Siempre tendréis a los pobres con vosotros, y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis." Marcos 14:7
2. Informes de Oxfam: aquí, aquí y también aquí.
3. Ibíd. 2. El FEM es una entidad sin fines de lucro. Se reúne en Davos, Suiza, para analizar la situación económica mundial.
4. 2ª Corintios 11:23-28; Filipenses 4:6, 7, 11,12.
5. Mateo 5:3; negritas del autor.
6. Romanos 3:23.
7. Lucas 18:9-14: “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.”
8. Proverbios 16:18, 19.
9. 1ª Pedro 5:5b, 6.
10. Santiago 4:6.
11. Mateo 3:7-12.
12. 1ª Corintios 1:21.
13. Éxodo 5:2. “Y Faraón respondió: ¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová.”
14. Romanos 1:18-32.
15. Ibíd. 12:3, 16.
16. Lucas 5:31, 32; 15:1, 2; 19:10; comparar con 1ª Timoteo 1:15.
17. Lucas 6:20.
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