¡Abajo las resistencias!

No sé a cuántos de ustedes les habrá pasado algo similar a lo que describiré en las próximas líneas. Hay tiempos en la vida del creyente en que la vivencia espiritual, la alineación con las cosas del Señor y el tiempo de búsqueda de Su presencia a través de la Palabra y la oración están prácticamente ausentes. En esos momentos, es absolutamente evidente que nuestro interés por las cosas del reino no está, no existe, está dormida, simple y llanamente, y no nos sorprende demasiado que nuestra conducta vaya en esa dirección. Al fin y al cabo, es coherente con nuestra desmotivación al respecto.

El cristiano se siente en esas épocas como adormecido, cauterizada su conciencia, abandonado a cuestiones más superficiales con las que el mundo nos entretiene y con las que nos gusta ser entretenidos, reconozcámoslo. Y en la lejanía de la fuente de calor es evidente que pasamos frío, mucho frío. Pero la distancia la ponemos nosotros y si la hemos buscado nosotros, quizá ni nos sorprende.

Me preocupan hoy, sin embargo, momentos de frialdad mucho menos evidentes que estos. Porque los que acabo de describir, al fin y al cabo, son obvios hasta para el menos espiritual de los mortales. “Pasas frío porque no te abrigas ni te acercas a una fuente de calor. ¿Qué esperas, si no?”- nos diría cualquiera al que le intentáramos explicar lo que nos pasa. La lógica, ciertamente, es tan aplastante que da miedo y cuando estamos en esos tiempos de invierno, redirijamos o no el rumbo, podemos entenderlo claramente. Al fin y al cabo, en la separación de Dios la falta de bendición es lo que toca (con todo y que en la misericordia de Dios aun en esos tiempos Él nos sigue mostrando mucho de Su gracia).

Los momentos que resultan más chocantes, más inquietantes y hasta más peligrosos por su sutileza (y de esto sí creo que el enemigo de nuestras almas se aprovecha de pleno, porque somos bastante poco perceptivos para captar manipulaciones y otras cuestiones delicadas) son los que albergan esas resistencias que se presentan en nosotros, en nuestro fuero más interno, en aquellos tiempos en los que, aparentemente al menos, estamos cerca del Señor. Eso dicen nuestras formas, nuestras listas de tareas cumplidas.

Quizás ahí tenemos buenos hábitos y costumbres, leemos con deseo la Palabra, acumulamos conocimiento acerca Dios y Su carácter, le conocemos más íntimamente incluso, oramos… pero en el momento en que se espera de nosotros esa rendición absoluta que convierte a los oidores en hacedores, cuando se trata de “saltar” a la acción o hacer algún compromiso difícil, de esos que suponen sacrificar algo a lo que estamos muy apegados, algún tipo de resistencia interna, sutil y hasta a veces desconcertante nos impide que lo que hemos recibido cale, arraigue en nuestros corazones y convierta nuestra fe, muerta siempre si es sin obras, en una fe viva que cambia nuestras vidas y las de los que nos rodean. Esa es la fe que transforma el mundo, la que hace al mensaje del Evangelio verdaderamente poderoso. Porque no hay cambio, sanidad o arrepentimiento sin rendición absoluta. Lo demás son filosofías huecas de contenido si no trascienden la teoría y nos empapan en la práctica.

¡Qué fácil es conformar nuestra conciencia a veces dormida con migajas legalistas, cumplimientos vanos de preceptos y actividades que, con todo y ser buenos y hasta “cristianos”, no son el fin, sino el medio! ¡Cuántas veces nos conformamos con esos “caminos” hacia la santidad sin aspirar a un verdadero cambio en nosotros, a una revolución en nuestros cimientos, a algo que verdaderamente nos conmueva y nos saque de nuestra comodidad! ¡A ser verdaderamente santos! De poco nos sirve leer, orar, clamar, conformarnos con la apariencia de nuestras formas, por piadosas que nos parezcan, cuando nosotros mismos ponemos limitaciones a la obra que el Espíritu quiere hacer en nosotros a través de esas herramientas de poder, que no son sino eso: herramientas.

Será de valientes y arrojados, de osados y de obedientes, de cristianos comprometidos con algo más que “fichar cada día”, poder gritar de rodillas ¡Abajo las resistencias!