Los logros extraordinarios de Israel y su resurgimiento nacional a mediados del siglo XX, nos demuestran que la historia es conducida por la invisible y poderosa mano de Dios.
En mi reciente viaje a Israel, durante la Fiesta de los Tabernáculos, además de disfrutarlo turísticamente, he podido constatar nuevamente la singularidad de este bello y exótico país mediterráneo.
Estar en diferentes lugares como fueron los altos del Golán, Galilea, Nazaret, el desierto de Judea, el Mar Muerto, Belén, Betania, el lago de Genesaret, el río Jordán, el monte Carmelo y muy especialmente visitar Jerusalén, la ciudad de Dios por excelencia, sin duda es una experiencia impagable, muy particularmente para un creyente, por la significación de los lugares bíblicos (más allá de la inexacta precisión geográfica de los diferentes puntos históricos) y la implicación sentimental y emocional que ello supone para muchos de nosotros.
Estoy relatando abreviadamente mis impresiones personales sobre mi viaje a Israel, y lo hago como si yo mismo fuera descubriendo progresivamente la historia de este sufrido pueblo que, vez tras vez a través de los tiempos, ha experimentado el rechazo, la persecución y el exterminio más execrable que se pueda recordar en la historia reciente de la humanidad. Es por ello que no se puede dejar de visitar el Museo del Holocausto en Jerusalén.
La gente israelí es alegre, sobria y disciplinada a la vez; amante de su pueblo y de sus tradiciones. En el trato en corto es gente realmente encantadora y familiar. Su sentido de responsabilidad histórica y social es envidiable. Su instinto de supervivencia, en medio de tantos peligros amenazantes, y su capacidad para luchar por lo que creen y aman es indiscutible. La gente de Israel vive en un estado de alerta permanente, pero curiosamente sin ansiedad; también saben disfrutar del día a día como nadie, degustando de los buenos momentos como si estos fueran irrepetibles.
Tanto el judío ortodoxo como el judío cultural o laico tienen su fe puesta en la Providencia Divina, como si de un catalizador común se tratara para alimentar su esperanza y afirmar su identidad y sentido de trascendencia como nación. Ben-Gurión, quien fuera el primer presidente del moderno estado de Israel, dijo: "En Israel, para ser realista, uno tiene que creer en milagros". Su historia común es la historia de la Biblia, no tienen una protohistoria o una historia alternativa a la de la descripción bíblica. Prácticamente todos ellos se sienten orgullosos de sus orígenes y de ser “el pueblo elegido por Dios” para protagonizar los momentos más estelares de la historia de la humanidad; aunque, lo verdaderamente triste y paradójico a la vez, es que todavía siguen sin conocer y reconocer al verdadero Mesías, que es Cristo el Señor.
Federico el Grande interpeló al filósofo Jean Baptiste de Boyer, Marqués D´Argens, con la siguiente pregunta: “¿Puede usted citarme una sola prueba de Dios que no haya sido desmentida?” Y este otro le contestó: “Sí majestad, ¡los judíos!” Esta es sencillamente una aseveración ciertísima, además de categórica. Israel es una clamorosa evidencia histórica y actual de la existencia de Dios, sin lugar a dudas.
Por otra parte, la intratable relación entre Yahvé e Israel a través de la historia pone de manifiesto la ruptura espiritual, no solo de Israel sino también de toda la humanidad, dando la espalda a este buen Dios que lo único que ha procurado una y otra vez, es la salvación y el bienestar de este mundo perdido al que ha amado y todavía sigue amando apasionadamente.
Mientras uno viaja y pasea por los diferentes lugares de Israel, y muy especialmente por Jerusalén, puede percibir en el ambiente una serena y emocionada sensación de la presencia de Dios, como no es percibida tan fácilmente en ningún otro lugar del planeta.
Finalmente, decir que las pruebas históricas y testimoniales de los avatares, de los logros extraordinarios de Israel y su resurgimiento nacional a mediados del siglo XX, nos demuestran que la historia es conducida por la invisible y poderosa mano de Dios, a pesar de nuestros múltiples errores y contradicciones. Esta es clara y manifiestamente una contundente evidencia de Su existencia actuando en medio de uno de los pueblos más insignificantes de la tierra, como ha sido y sigue siendo el pueblo de Israel.
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