La iglesia evangélica contemporánea agoniza porque ha dejado de creer en el poder que la Palabra de Dios tiene para dar vida espiritual, y en lugar de predicarla se dan testimonios o consejos terapéuticos de autoayuda.
Hoy cruzamos el charco para hablar sobre Predicación con Alejandro Peluffo, de Argentina. Peluffo es Pastor de la Iglesia Bautista Misionera en Lobos (Buenos Aires-Argentina), desde 1990, y profesor de Física y Química a nivel Secundario desde 1993. Ha realizado un Máster en Divinidad (2010) y en Teología (2013) en TheMaster’s Seminary, Los Ángeles, California. Actualmente dirige IDEAR (Instituto de Expositores en Argentina). Está casado con Mónica Debus y tiene tres hijos.
Pregunta.- En la actualidad en Europa estamos desarrollando nuestra fe en un mundo postmoderno y secular, donde prima el relativismo ético, y la religión se oferta "a la carta", según las necesidades de la demanda. ¿También en Argentina se está pasando por esta situación?
Respuesta.- Sí, claro que sí. El mundo de hoy hiperconectado no deja demasiado lugar para que un país se mantenga al margen de lo que pasa en el resto. Ya en la época del Nuevo Testamento llama la atención que Pablo escribiera cartas tan similares a dos congregaciones distantes como Éfeso y Colosas. O a Tito en Creta, y a Timoteo en Éfeso, dejándonos entrever que los desafíos procedentes de la cultura eran similares.
P.- ¿Qué desafíos presenta la cultura posmoderna tanto a la interpretación de la Palabra como a la exposición bíblica en la pastoral y docencia?
R.- Los mismos desafíos de siempre. Siempre el intérprete y el expositor han sido tentados a acomodar ese mensaje a la cultura en la que viven, a diluir su contenido o a reescribir su significado, para así, “hacerlo más pertinente” al oyente contemporáneo. Sin embargo, la Palabra de Dios presenta un mensaje que es universal y atemporal. Un mensaje que siempre es pertinente pues Dios, el Espíritu Santo, promete utilizar la Palabra que Él mismo inspiró. La iglesia evangélica actual ha perdido su confianza en el poder de la Palabra de Dios para hablar al hombre de hoy, y en su arrogancia, cree saber o poder acomodar ese mensaje a lo que el individuo posmoderno necesita escuchar. Al modificar ese mensaje, al hacerlo más “cool” lo despoja de poder espiritual. El desafío que hoy tiene el expositor y maestro bíblico es a ser fiel y preciso con lo que Dios le ha dado para administrar. Después de todo, eso es lo que significa ser un “ministro".
P.- ¿Cómo debe el expositor bíblico adaptarse a estos cambios culturales? Pero antes de contestar esta pregunta, díganos qué entiende por predicación expositiva. ¿Es un método nuevo o estamos hablando de la predicación de toda la vida...?
R.- Predicación expositiva es la predicación que procura que el punto del sermón sea tomado del punto del texto bíblico que se considera. Todo el sermón expositivo se edifica alrededor de una gran idea, que debe ser la idea principal de la unidad de pensamiento (párrafo o episodio) del texto bíblico que se estudia. De esa manera el sermón está imbuido de la misma autoridad de Dios, y el predicador puede decir "Así dice el Señor". No es un nuevo método de predicación, sino que a lo largo de la historia, los fieles hombres de Dios, arraigados en una sólida teología, han visto que ésta es la manera de predicar la Palabra que hace que el predicador se ponga al servicio del texto y no que el texto sirva al predicador. La teología bíblica nos informa que nuestro corazón y capacidad de razonamiento han quedado afectados por la caída en pecado, de manera que la verdad no está en nosotros. Por otro lado, la Biblia asegura que Dios sigue hablando hoy como en el pasado, pero ya no de forma audible sino por medio del texto inspirado al ser predicado. Estas y otras grandes verdades de las Escrituras llevan a la conclusión de que Dios no hablará de la misma forma por medio de cualquier clase de sermón. La Palabra de Dios es viva y eficaz, así que, el sermón que respeta y se guía por Su Palabra tendrá Su poder y Su autoridad.
El expositor no debe preocuparse por los cambios culturales. Sin saberlo, o sin ser plenamente consciente de ello, cada predicador es parte de la cultura en la que vive. Eso es suficiente para que suene de manera relevante a su cultura. Con estar medianamente informado de lo que lo rodea, estará listo para hablar de manera clara y directa a su generación. ¿Quién de nosotros no sabe, por ejemplo, que los jóvenes de hoy postergan el matrimonio, que hay un problema tremendo con la pornografía, que se nos hace cada vez más difícil enfocarnos en una tarea sola hasta terminarla, que el entretenimiento ha dejado de ser un apéndice del trabajo, etc.? Con esto quiero decir que los pastores no necesitamos leer a Jacques Derrida o Michel Focault. El predicador debe conocer su Biblia. La cual dice que el ser humano tiene el mismo problema básico desde Adán y Eva, que Dios no cambia, y que siempre la solución a nuestro gran problema no ha salido de dentro del hombre sino que ha venido de Dios, en Su gracia y misericordia, por medio de la redención que es en Cristo Jesús.
P.- ¿Podría hacer un diagnóstico de la situación de este ministerio en las iglesias de su país? ¿Está el púlpito evangélico en crisis?
R.- La iglesia se ha dejado engañar. Los seminarios e institutos bíblicos han comprado la falacia de que demasiado estudio bíblico puede matar a una congregación. Eso de que “la letra mata pero el espíritu vivifica” ha calado hondo en el pueblo evangélico. Me refiero por supuesto a la mala interpretación de ese texto (2 Cor 3:6). Hay un concepto generalizado de que estudiar mucho para predicar un sermón es no confiar en el Espíritu Santo, y por lo tanto, un sermón preparado matará a la iglesia. Como contrapartida se estimula la improvisación como sinónimo de "dejar que el Espíritu guíe". Pero todo esto surge de una interpretación ilegítima de ese versículo. Pablo está contrastando el antiguo pacto de la ley, con el nuevo pacto del espíritu. Él dice que la letra de la ley mata, pero no puede dar vida. Y es que para eso fue escrita la ley, para “matarnos”, en el sentido de atraparnos o llevarnos presos. Así es como en Argentina todavía hablamos: “me mataste” es sinónimo de "me atrapaste". Pablo explica en Romanos 7, que la ley lo mató en ese sentido, y el Espíritu, obrando por el evangelio, le dio vida (Rom 8). ¿A quién se le ocurre pensar que la Palabra de Dios produce muerte? Todo lo contrario. Dios creó el mundo por Su palabra, y esa misma Palabra vivificante es la Biblia. Eso se ve de manera impresionante en Ezequiel 37, cuando Dios manda al profeta a predicar a un montón de huesos muertos, ¡y estos cobran vida! Esto es especialmente indicado en Stg 1:18 y 1 Pe 1:23, donde se nos dice que Dios nos ha dado vida espiritual por medio de la Palabra implantada en nuestros corazones.
La iglesia evangélica contemporánea agoniza porque ha dejado de creer en el poder que la Palabra de Dios tiene para dar vida espiritual. Y en lugar de enseñar, explicar y predicar la Palabra de Dios se dan testimonios, consejos terapéuticos de autoayuda, lo que se ha llamado psicología pop (que es lo mismo que decir “consejos de almacén”) y discursos improvisados carentes de poder divino; ¡y todo esto con la pretensión de que es el Espíritu que está hablando por medio de su “ungido”! Esa arrogancia mata una iglesia y aun una denominación entera. En eso consistió la denuncia de Dios, por medio de Jeremías, al pueblo de Israel justo antes de llevarlos cautivos: ellos seguían las imaginaciones de su propio corazón, en lugar de obedecer la Palabra de Dios (ver Jer7:24, 31; 11:8; 13:10; 14:14; 18:12; 23:16).
Soy consciente que lo que estoy diciendo es fuerte y negativo, pero la iglesia necesita desesperadamente volver a la Palabra, y esto significa que debemos llamar a sus líderes al arrepentimiento.
P.- ¿Puede ser la narrativa una de las formas más acertadas de comunicar el evangelio en esta época posmoderna?
R.- Hay una forma válida de predicar narrativa y una forma ilegítima. La Biblia posee distintos géneros literarios, entre ellos la narrativa. De hecho, dos tercios de la Biblia son narrativos. Sin embrago, la Biblia enseña verdad proposicional, siendo la narrativa una manera de iluminar o ilustrar lo que en otro lado está dicho sin vueltas y de manera directa. Cuando se propone usar la narrativa como una forma de comunicación oral, no precisamente para predicar las porciones narrativas de la Biblia, sino para presentar la verdad de manera oblicua y un tanto ambigua y relativa, la predicación se desvirtúa. Se trata, en ese caso, de quitar la ofensa que produce tener un mensaje autoritativo. La cultura postmoderna rechaza como algo arrogante cualquier declaración que indique certeza. Sin embargo, la Palabra de Dios está llena de certezas, de verdades absolutas, que deben ser predicadas con autoridad y convicción. La autoridad del "así dice el Señor". Por supuesto que esto debe hacerse con humildad y amor por parte del mensajero. Entiendo el deseo postmoderno de tener una perspectiva múltiple de los asuntos, pero Dios ha elegido revelarse por medio de verdades proposicionales, y un ministro de Dios no puede ser fiel a Quien lo reclutó como portavoz de esas verdades si trata de evitar hablar con convicción.
P.- Cuando se prepara una exposición, ¿es importante conocer y entender el contexto donde están insertos los oyentes, conocer sus desafíos, sus problemáticas; conocer la realidad que los circunda? O una exposición surge del criterio personal del predicador.
R.- Es importante conocer y entender el contexto cultural y social en que se vive, a la hora de relacionar los principios generales, universales y atemporales con las vidas y circunstancias particulares de los oyentes. Pero, repito, cada predicador que es un hábil observador de su congregación, de su ciudad, e incluso de lo que escucha, ve o lee en los medios de comunicación, sabe lo suficiente como para no hablar desde una torre de cristal. Un pastor gana cierta perspicacia leyendo a los clásicos de la literatura, que son clásicos precisamente porque han sabido exponer las pasiones y motivaciones ocultas del corazón humano. Pero la mayor fuente de información de la naturaleza humana es la Biblia misma, pues allí tenemos lo que Dios dice sobre quiénes somos nosotros, para qué nos creó, y cuál es nuestra problemática. Al final del día, cada uno de nosotros debe reconocer que hay una dimensión incomprensible del corazón humano (Jer 17:9). Y es allí donde nuevamente somos llamados a confiar en el poder que tiene la palabra de Dios para penetrar dentro de los oyentes y revelar los motivos ocultos del corazón (ver Hebreos 4:12).
P.- ¿Se abordan desde el púlpito temas como la pobreza, sexualidad, la crisis, la política, la corrupción, la violencia en todos sus aspectos, la injusticia social, etc.? O considera que estos temas no atañen a los evangélicos...
R.- Yo creo que hay varias maneras de abordar esos temas, pero no creo que deban marcar la agenda de un pastor. La mayoría de las problemáticas que Ud. menciona son más bien sintomáticas de problemas de fondo mucho más serios. Poner demasiado el foco en esos asuntos sería como diagnosticar aspirinas a alguien que tiene un tumor cerebral. Además, cuando un ministerio se enfoca en problemas sociales como su razón de ser, sin quererlo, su mensaje se vuelve moralista. La Biblia no nos dice que nos pongamos las pilas, o que le echemos más ganas, o que seamos más buenos. El punto es justamente que por más que lo intentemos, no podemos reformarnos a nosotros mismos. Todos esos problemas, dijo Jesús, salen del corazón del hombre. Esto es otra forma de decir que no somos víctimas de un sistema impersonal corrupto, cualquiera que sea. El principal problema que tiene cada uno de nuestros oyentes es su propio corazón, ¡y debe saberlo!, si es que ha de hacer algo al respecto. Suena duro e insensible, pero la buena noticia del evangelio es que Cristo vino a este mundo a remediar ese problema. Cada ser humano nace alienado de Su Creador, y toda su insatisfacción con la vida procede de no tener una relación íntima con Dios. Agustín, quien se convirtió en cristiano a los 31 años, luego de enredarse en un sinfín de problemas buscando llenar ese vacío existencial, lo expresó de manera memorable: "Tú nos hiciste para ti, Señor; y nuestras almas no hallan descanso hasta que se hallan en ti".
De manera que sí se habla de esos temas, pero no como el asunto que la iglesia está llamada a manejar, sino como evidencias del problema de fondo que aqueja a cada persona (tanto la víctima como el victimario) y del que la iglesia sí tiene mucho que decir.
P.- ¿Debe ser el predicador el primero en entusiasmarse, apasionarse, demostrar su fe, por la verdad para luego transmitirla a sus oyentes?
R.- Yo estoy convencido de que si el texto que estoy estudiando, primero no me conmueve a mí, no tendré un sermón para predicar. Si yo no me sorprendo con las verdades del texto, nadie se sorprenderá al escucharme. Si yo no me quebranto con lo que Dios dice en ese pasaje, nadie se quebrantará. Para que un mensaje sea una predicación debe necesariamente tener un elemento de persuasión, de urgencia, de pasión. De otra manera será más bien una clase magistral, una charla o una conferencia sobre un tema más o menos antiguo. Cuando el predicador estudia la Biblia para que primero de todo Dios le hable a él mismo, el sermón reflejará esa convicción imprescindible. Esta es otra de las razones por las que se debe preferir la predicación expositiva por sobre cualquier otra forma de predicación. Cuando el pastor estudia una porción de la Biblia, sin preconceptos, buscando honestamente encontrar su significado, Dios le habla, y él crece, y la Biblia lo santifica de la misma manera que lo hace con la congregación. En cambio, cuando un predicador improvisa, aduciendo falsamente que el Espíritu le está guiando, solo habla de sus opiniones y sentimientos, y entonces su crecimiento se estanca, y así el de la congregación.
P.- ¿Escasea el don pastoral cuando se predica o enseña? ¿Se están preocupando los predicadores por inspirar respeto y afecto por parte de quienes los oyen?
R.- ¡Que pregunta interesante! Nosotros los pastores debemos ser ejemplos de la grey en todos los aspectos de la vida cristiana. Como cualquier cristiano somos vulnerables y débiles, ¡y eso se nota! Cuando un pastor no encuentra su satisfacción en Dios, su identidad en su unión con Cristo, la buscará en sustitutos imperfectos. Lamentablemente, es demasiado común dentro del ministerio cristiano que busquemos nuestro sentido de importancia en el “éxito” laboral, en el respeto o admiración que nos den los demás. Nunca estaremos libres de esa tentación, como cualquier otro cristiano debemos cuidar nuestro corazón, y asegurarnos de que nuestro contentamiento viene de Dios.
Un ministro que esté demasiado preocupado por agradar a su gente no será un buen expositor de la Biblia. Un buen expositor busca ante todo agradar a Dios.
Por otro lado, si uno tiene el “don pastoral” como Ud. dice, lo tiene cuando predica, cuando come, cuando duerme, o cuando juega al fútbol. Yo más bien diría que escasea el don pastoral en general. El pastor es quien, por amor a su Salvador, se hace siervo de todos para ayudarles a crecer en la fe. Me gusta pensar en ese “don” en la manera en que Pablo describe a Timoteo, cuando dice “a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (Fil 2.20-21). No es extraño que en esta época de individualismo exacerbado falten personas con "don pastoral". Sin embargo, como en todos los demás aspectos del ministerio, Dios es quien, al llamarnos, nos capacita de forma sobrenatural para eso.
P.- ¿Debe el predicador evaluarse cada cierto tiempo? Si es así, ¿cómo debe llevar a cabo esta evaluación? ¿Debe la iglesia evaluar a sus predicadores?
R.- Yo suelo usar una analogía para explicar esto: ¿Por qué Roger Federer, el tenista más grande de todos los tiempos, aún necesita un entrenador? Todos somos propensos a deslizarnos hacia vicios o tics que perjudican nuestra “performance”. A mí me parece saludable ser evaluado de tiempo en tiempo. Una manera simple de hacerlo es por medio de vídeos o grabaciones. Otra más saludable aún, es por medio del liderazgo compartido (tema que también es necesario rescatar por el bien de la iglesia). Solemos tener muy buenas charlas “técnicas” con el otro anciano que gobierna la iglesia junto conmigo, donde evaluamos los sermones que ambos predicamos.
La iglesia, de alguna manera, también evalúa. Yo he tenido muy buenas experiencias en ese sentido. Cuando recién comenzaba el ministerio, hace 25 años atrás, un hermano no tan maduro espiritualmente, pero sí biológicamente, me invitó a comer a su casa especialmente para decirme que le exasperaba mi manera de dar vueltas cuando explicaba algo. ¡Me dolió mucho, pero me sirvió más! Unos años después, un seminarista que venía a nuestra iglesia a hacer prácticas, esperó el momento oportuno para decirme que él consideraba que las citas que yo leía en mis sermones a él le gustaban mucho, pero que estaba seguro que atragantaban al resto de la congregación. “Que te lleguen a vos, no quiere decir que a ellos les va a llegar”. ¡Gran lección! Finalmente, otra gran advertencia me vino de uno de mis discípulos, que un día me mostró el cuaderno donde anotaba mis sermones, y de manera indirecta me hizo notar que antes llenaba varias páginas con sus notas, pero últimamente no anotaba casi nada. ¡Una manera muy elegante de decirme que estaba improvisando demasiado!
P.- Usted está participando en la creación de un nuevo seminario. ¿Podría decirnos si se está dando la importancia que merece la predicación en los planes de estudio de las distintas entidades educativas evangélicas?
R.- Estamos comenzando un Instituto de Expositores, donde todo nuestro programa gira alrededor de la predicación expositiva. Para ello es necesario que los alumnos aprendan a hacer exégesis, lo cual a su vez requiere conocimientos sólidos de hermenéutica, introducción bíblica e idiomas originales.
Los planes de estudio tradicionales de los seminarios se basaban en el aprendizaje de idiomas originales. Eso comenzó a modificarse cuando la iglesia dejó de confiar en el poder de la Biblia para cambiar el corazón. Ahora erróneamente, se cree que el trabajo pastoral es más de tipo terapéutico, y por tanto, materias de consejería y psicología pastoral han desplazado primero a los idiomas originales, y luego inexorablemente a la predicación.
P.- ¿Se están enfrentando los predicadores del siglo XXI a unos oyentes con una buena preparación bíblico-teológica o de otra índole?
R.- Los oyentes no tienen una buena preparación bíblico-teológica. Pero eso no quiere decir que no puedan apreciarla y disfrutarla. Los creyentes nacidos de nuevo, que han experimentado la regeneración, tienen siempre sed de Dios y Su Palabra. Así como los discípulos camino a Emaús dijeron: “¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?”, de la misma manera los creyentes verdaderos tienen hambre y sed de buena enseñanza.
Por otro lado, uno de los tristes resultados de haber aplicado técnicas de mercadeo para hacer crecer las iglesias es que gran parte de su membresía no son personas convertidas, y por tanto no tienen amor por la verdad, sino rechazo hacia ella. Cristianos profesantes siempre resistirán la verdad y preferirán las “fabulas de viejas” y todo tipo de supersticiones (ver 2 Timoteo 4:1-4, note también cómo Pablo en Rom 6:17 identifica la conversión como “habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados”).
P.- ¿Se le resta autoridad a la Biblia si se admite que está culturalmente condicionada?
R.- Que lo que dice la Biblia tenga un contexto histórico, lingüístico y cultural, no significa que su mensaje haya perdido vigencia. Todas esas barreras significan un desafío para el intérprete, pues éste debe llegar a entender qué significó la porción que se estudia para los lectores originales. Recién entonces estará listo para hacer el “puente” para los oyentes actuales. Las circunstancias particulares y el contexto cultural es diferente, pero los principios teológicos son universales, basados, como dije antes, en que Dios es el mismo, y el problema básico y fundamental del hombre también.
Lamentablemente, muchos pastores y profesores usan las diferencias culturales como una excusa para desestimar y desatender el mensaje de la Biblia y así restarle autoridad.
Es revelador ver cómo Jesús y los apóstoles usaron el Antiguo Testamento creyendo que tenía la autoridad divina a pesar del paso de los años. Jesús, por ejemplo, cita con autoridad pasajes que hablan de Abraham (quien vivió dos milenios antes) y de Moisés (1.400 años antes).
Un pastor que no puede creer que la Biblia tenga la autoridad de Dios es un intruso en la iglesia cristiana, debería bajarse del pulpito y con honestidad intelectual renunciar a llamarse ministro de Dios.
P.- Una recomendación clave para los predicadores de este siglo XXI...
R.- Debemos arrepentirnos de nuestra incredulidad. La única esperanza para la iglesia del siglo XXI es que sus pastores crean que Dios habla hoy por medio de Su palabra de la misma manera que habló por medio de Jesús en el siglo I de nuestra era, o a Abraham en forma directa, en el siglo XXI de la era pasada. Dios sigue hablando y el Espíritu sigue iluminando la mente de los oyentes para que entiendan y apliquen Su Palabra a sus vidas. Por eso sigue vigente la misma recomendación de siempre:
“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra”.
Finaliza la entrevista. Gracias, Alejandro, por colaborar con esta iniciativa, que pretende hacer reflexionar sobre el tema de la Predicación.
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