Lo más sorprendente de este último viaje de Pablo es que tuvo por fin un servicio a los mismos pobres que atendió la iglesia de Jerusalén después del Pentecostés.
La enseñanza bíblica del Año de Jubileo incluía, como hemos visto en artículos anteriores, la cancelación de todas las deudas cada siete años (Dt 15:1-4) y una total reforma agraria cada medio siglo (Lev 25:10,13). Por eso, Dios prohibió la "venta a perpetuidad" de la tierra, porque "la tierra mía es", dice el Señor (Lev 25:23).
Como no podía existir la "propiedad privada", sólo se podría "vender" el usufructo de la tierra (sus cosechas) hasta el próximo Año de Jubileo (Lev 25:14-17).
Cuando Israel vivía en obediencia a Dios, cumplía estas leyes, y cuando no las obedecía, sabía que estaba en rebeldía contra el Señor (Jer 34).
Hemos visto también que el Jubileo es el tema del primer sermón de Jesús (Lc 4:16-20) y un aspecto central del significado del Pentecostés (Hch 2:42-47; 4:32-37). En esa original comunidad pentecostal, "ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común, y se repartía a cada uno según su necesidad" (Hch 4:32,35). El proyecto especial de esa comunidad pentecostal era un comedor popular para los pobres de Jerusalén (6:1-7). En un sentido esa forma radical de compartir los bienes fue voluntaria, porque la iglesia no es un estado político, pero a la vez era una obligación ante Dios, basada en la ley del Año de Jubileo. Más que una invitación a la filantropía bondadosa, era todo un nuevo modelo económico.
Algunos se han atrevido a decir que este proyecto de la iglesia pentecostal fue un error, o aún que actuaron en la carne, contrario al Espíritu Santo. Es cierto que continuó la pobreza entre los creyentes de Jerusalén, pero eso no se vio como fracaso del proyecto sino llamado a intensificar la acción solidaria.
Según Pablo, la decisión del Concilio de Jerusalén, guiada por el Espíritu Santo (¡Hch 15:28!), incluyó como su condición que "solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cuál también procuré con diligencia hacer" (Gal 2:10). En toda su labor misionera, Pablo cumplió ese compromiso hecho en Jerusalén de ser fiel al proyecto que nació el día de Pentecostés como práctica del Jubileo.
Es especialmente impresionante el papel central de este tema en la culminación del ministerio de Pablo. El proyecto que marcó el final de su vida fue el de llevar una ofrenda a los pobres de Jerusalén, en las mismas monedas de las diferentes provincias, junto con creyentes representativos de cada zona evangelizada por él. (Eso lo expone Pablo en 1 Cor 16:1-4, 2 Cor 8-9, Rom 15:25-31 y lo narra Lucas en Hch 20:1-6, 22-25; 21:10-14,17. Hch 20:4 da la lista de los creyentes que acompañaban a Pablo).
Eso no sólo sería un aporte monetario a los pobres de Jerusalén, fiel al ejemplo del día de Pentecostés y al mandato de Concilio de Jerusalén, sino también un gesto muy convincente de amor en Cristo en aras de la unidad del pueblo de Dios. Habían ocurrido muchos conflictos entre Pablo, con su ministerio a los gentiles, y los judeo-cristianos de Palestina.
Al final de su ministerio, Pablo dedica todo su esfuerzo a favor de los pobres de Jerusalén y en pro de la reconciliación con los que le habían dado tanta guerra.
Pablo sabía bien que este viaje iba a ser sumamente peligroso; es más, presagiaba su propia muerte como consecuencia (Hch 20:22-25). El Espíritu Santa le testificaba múltiples veces de este grave riesgo (Hch 20:22-25), y el profeta Agabo le exhortó, con lágrimas, no ir a Jerusalén (Hch 21:10-12). Sin embargo, con terca valentía y aun contra la voz profética, Pablo insistió en hacer el viaje (21:13-14).
Lo más sorprendente de este último viaje de Pablo es que tuvo por fin un servicio a los mismos pobres que atendió la iglesia de Jerusalén después del Pentecostés. Pablo no iba a Jerusalén para una campaña evangelística, ni cursos de teología sistemática ni talleres de formación de líderes -con todo respeto a esas muy dignas actividades.
San Pablo estaba dispuesto a desafiar a las profecías y poner su propia vida en inminente peligro de muerte, por un proyecto de servicio a las necesidades materiales de los pobres de Jerusalén. Eso fue una consecuencia del proyecto de la comunidad pentecostal, el cual a su vez se basaba en el Año de Jubileo.
En 2 Cor 8-9 Pablo elabora la base y la lógica de este proyecto mediante una hermosa teología de la gracia y la gratitud (8:9; 9:8-10,15). El trasfondo fue que los tesalonicenses (más pobres) habían cumplido su prometido aporte para la ofrenda (8:1-2), mientras los corintios (más ricos) no habían cumplido. Pablo apela al ejemplo de Jesús, "que siendo rico se hizo pobre" (8:9). Más adelante, les asegura que Dios es poderoso para darles a ellos la gracia de ser generosos hacia los pobres (9:8-10). Y todo eso debe nacer de nuestra gratitud hacia Dios por su gracia para con nosotros (9:15).
Llama mucho la atención que Pablo nunca pide dinero para si mismo ni para "la obra" o "el ministerio". Pide una ofrenda para los pobres, y él mismo da el ejemplo. La razón básica, repetida dos veces en un solo versículo, es que Dios quiere la igualdad (2 Cor 8:14), lo mismo que en el Año de Jubileo y el proyecto pentecostal.
La desigualdad es un mal que no agrada a Dios. Dios es enemigo declarado de cualquier sistema social que fomenta y favorece la desigualdad, como es nuestro actual sistema económico.
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