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De cero a cien en una pisada

No recibimos ni la milésima parte de la bendición que Dios quiere darnos, el vértigo de la efectividad de esa pisada de acelerador, simplemente porque no estamos dispuestos a obtenerla.

EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín 27 DE SEPTIEMBRE DE 2014 20:49 h
velocidad

Una de las cosas que más me llama la atención del Evangelio, y espero decirlo de forma que no parezca irreverente ni moleste a nadie, es que es curioso. Asumo que probablemente no es, desde luego, uno de los calificativos más habituales para referirse a él, pero no deja de ser cierto, al menos tal y como lo veo, por muy extraño que parezca el adjetivo en este caso.



Me resulta curioso por muchas razones, pero la principal es probablemente que sus páginas, sus relatos, los episodios que se narran y todo lo que lo rodea, están llenos de golpes de efecto. El impacto espera a la vuelta de cada esquina: siempre sucede algo que uno no espera. El Evangelio es pura sorpresa.





  • ¿Quién espera con un mínimo de sentido común que el Dios del Universo, que no tiene necesidad de nada ni de nadie porque Él es poseedor y sustentador de todas las cosas, pueda dignarse siquiera a mirarnos y mucho menos a tener un genuino interés en nosotros o en nuestros asuntos? Sorpresa es la mínima reacción posible ante tal maravilla…




  • ¿Quién hubiera sido capaz de diseñar un plan de salvación en el que el Hijo del mismísimo Dios viniera a humanarse y a pagar una deuda que no es Suya? Sorpresa produce la creatividad y capacidad de entrega de tal Dios y que no nos lancemos corriendo a acogernos a tal opción…




  • ¿Puede entenderse de alguna forma que Aquel que tiene todo el derecho a cobrarse la deuda pretenda pagarla, pero además a través de la forma con mayor escarnio posible sobre Su persona, en vez de sobre la nuestra? Sorpresa y agradecimiento son dos conceptos que en este caso, van juntos y que nos asombran por lo poco común del motor que los mueve: el amor.




  • ¿Cómo es posible que Dios prefiriera la cruz para Su Hijo en vez de un simple chasquido de dedos? Sorpresa y maravilla para nosotros, que hemos sido liberados de tener que pagar nuestra deuda en esos términos, sorpresa también por un gesto de amor que nunca será comparable a ningún otro.




  • ¿Podremos entender algún día que el Evangelio siga estando asociado al respeto profundo del Creador por la libertad de decisión de Sus criaturas? Sorpresa ante la realidad de que un Dios Todopoderoso nos atraiga hacia sí, no por la fuerza, sino por amor infinito.




  • ¿Cómo comprender con suficiente profundidad que Dios no sólo nos salva de la destrucción y separación eternas, sino que además nos salva de la realidad de nosotros mismos cada día, nos perdona y, con Su perdón, nos hace pasar de cero a cien en una pisada de acelerador, sin que haya un mecanismo racional que pueda explicarlo? Sorpresa ante Su poder y Su amplia gracia, que no es gracia “a secas” sino gracia sobre gracia, para gloria de Su nombre. Puro amor… que sorprende.





En la decisión por Cristo se encierra uno de los más grandes misterios: cómo pasar de ser un paria, un apátrida, un despojo frente a los ojos de un Dios que no puede aceptar el pecado, a ser, de pronto, en cuestión de una décima de segundo, un hijo amado, protegido y colocado con cuidado en un lugar de privilegio en el corazón de Dios, una persona que ha sido repuesta en esa condición de dignidad tras haber despreciado hasta el extremo a Quien le dio la vida, alguien que lleva el ropaje y el anillo de su Padre y por quien Dios mismo declara que entregará hombres, que pagará rescate, incluso de naciones por esa vida (Isaías 43). Si estas cosas no nos producen sorpresa, impacto, cierta desorientación, incluso, verdaderamente estamos errados, absortos en nuestro propio ombligo y habremos dado por hechas demasiadas cosas que, aunque son un regalo, han sido obtenidas por un alto precio que no nos duele lo suficiente.



¡Qué cierto es aquello de que no solemos apreciar demasiado lo que no pagamos! Rápidamente convertimos el gesto generoso hacia nosotros en la obligación del otro, quitándole en un segundo todo su valor. Lo hacemos también cuando el gesto y sus consecuencias no nos zarandean lo suficiente. Y más aún cuando el “gesto” del que se trata ha cambiado el curso de los tiempos, como es el caso.



El ser humano de nuestra generación y nuestro tiempo ha perdido la capacidad de sorprenderse y, por ende, también la de emocionarse. Lástima que a los cristianos no nos pase algo distinto. Esto es algo que, por ejemplo, no le sucede a los niños, quizá porque aún no se han cargado de prejuicios y no les ha dado tiempo a dejarse sorprender por las “bondades y placeres” de esta vida. Pareciera que los mayores venimos de vuelta de todo y, al fin y al cabo, el Evangelio no es más que una simple opción entre otras muchas. ¡Qué triste conclusión para la más increíble gesta de todos los tiempos!



Hemos convertido las buenas noticias de Dios y Su salvación en una revolución a menudo sólo conceptual, pero que no transforma nuestras vidas lo suficiente. La pisada instantánea que hace pasar de cero a cien la hemos asumido de una forma estrictamente teórica, la conocemos, la predicamos y la expresamos con convicción, pero ya no nos produce sorpresa y tantas veces ni siquiera esperamos que ocurra en esta tierra en sentido literal. Sin embargo, creo firmemente que no recibimos ni la milésima parte de la bendición que Dios quiere darnos, el vértigo de la efectividad de esa pisada de acelerador, simplemente porque no estamos dispuestos a obtenerla. Como un buen amigo expresó cierta vez en su predicación, no se nos puede servir sopa si nuestro plato está a menudo boca abajo.



¿Buscamos la adrenalina y la velocidad en lugares equivocados? ¿Venimos tal vez demasiado estimulados por las “sorpresas” que este mundo nos ofrece y hemos infravalorado los tesoros y delicias que Dios nos trae en términos que son mucho más que sensoriales? Quizá es momento de dejarse atrapar, cautivar y convencer en un plano menos intelectual y más vivencial por la novedad grandiosa e intemporal del Evangelio, por la realidad de un Dios transformador, creativo y maravilloso en Sus planes y formas, que nos cautiva con la sorpresa de Su amor… cuando menos lo esperábamos. 


 

 


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