El segundo capítulo de El espejismo de Dios, se inicia con una crítica feroz del Dios del Antiguo Testamento, así como de la moralidad que se desprende del mismo. Richard Dawkins escribe las siguientes palabras: “El Dios del Antiguo Testamento es posiblemente el personaje más molesto de toda la ficción: celoso y orgulloso de serlo; un mezquino, injusto e implacable monstruo; un ser vengativo, sediento de sangre y limpiador étnico; un misógino, homófobo, racista, infanticida. Genocida, filicida, pestilente, megalómano, sadomasoquista; un matón caprichosamente malévolo”1. A lo largo de esta obra, Dawkins se refiere también a determinados acontecimientos de dudosa moralidad relatados en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, el ofrecimiento que hace Lot de sus dos hijas a los hombres de Sodoma que pretendían violar a sus dos invitados (Gn. 19:4-11); las relaciones incestuosas de las hijas de Lot (Gn. 19:30-38); el sacrificio de Isaac a manos de su padre Abraham, que casi se llegó a consumar (Gn. 22:1-19); la matanza de tres mil israelitas llevada a cabo por Moisés cuando descubrió que habían hecho un becerro de oro con la intención de adorarle (Éx. 32:25-29); la orden divina de masacrar a los madianitas (Nm. 31:17-18) o el genocidio de Jericó a manos de Josué (Jos. 6:21). Dawkins concluye que la conquista de la tierra prometida se realizó exterminando a los hombres y raptando a las mujeres para procrear. ¿Qué clase de Dios permite tales cosas?
Aparte de ignorar por completo la máxima de los historiadores, de que jamás deben imponerse los valores y criterios morales de nuestra época a los propios del pasado histórico que se pretende investigar, ya que cada tiempo tuvo sus particulares códigos éticos, Dawkins tampoco tiene en cuenta las costumbres de los otros pueblos periféricos a Israel. Ni una sola palabra de cómo se percibía la violación como humillación, el incesto, el culto idolátrico a la fertilidad, la homosexualidad, la hospitalidad o la guerra en las distintas culturas de la antigüedad. No explica, por ejemplo, que el pecado de los habitantes de Sodoma y Gomorra fue un intento de violación colectiva por parte de varones, manifiestamente heterosexuales, que pretendían humillar a los extranjeros tratándolos como si fueran mujeres. Esta era una práctica habitual de la época contra los vencidos en la guerra, pero las leyes de Israel la condenaban severamente. Además, cuando Jesús se refiere al castigo de Sodoma (Lc. 10:5-12), no está hablando de la homosexualidad sino del pecado de la falta de hospitalidad. Algo importante para los pueblos semíticos. Sin embargo, este detalle se le pasa por alto al famoso biólogo ateo en su intento de demostrar la maldad de Dios.
Dawkins no dice, en relación con el incesto, que en Egipto el matrimonio entre hermanos era práctica común. Y no solo en la familia real, sino entre el ocho por ciento de la población. La propia Cleopatra se casó con dos de sus hermanos menores por razones religiosas, políticas y económicas2. En general se trataba del pecado más común de la antigüedad, sobre todo en un contexto de casas rurales aisladas y clanes patriarcales. Israel tolera al principio las relaciones incestuosas dentro de la misma generación pero legisla pronto contra el incesto intergeneracional al que considera tabú. Es evidente que Dios elige un pueblo no porque éste fuera moralmente irreprochable sino en base a su misericordia y divina soberanía. Israel mantenía al principio algunas prácticas típicas de las culturas de le época. Sin embargo, a pesar de las imperfecciones y rebeldías del pueblo elegido, su fe monoteísta y sus valores éticos le distinguían de los demás pueblos que le rodeaban. Dios toma al ser humano allí donde está para perfeccionarlo hacia la santidad.
Otra cosa que Dawkins no explica, es que los sacrificios humanos suponían desgraciadamente una costumbre habitual en la antigüedad. En tiempos de hambrunas y calamidad, se recurría al sacrificio de personas, en muchas ocasiones de los hijos de los nobles, con el fin de apaciguar la ira de los dioses y obtener de ellos la fertilidad de cosechas y ganado. Los cananeos practicaban tales actos en el contexto de sus ritos de fertilidad (2ª Sam. 21:1-14). La historia bíblica registra este comportamiento en su medio, sin embargo Israel abominó tales atrocidades (Dt. 12:31; 18:31; Lv. 18:21). Pero, al parecer, Dawkins no ha leído estos versículos y si lo ha hecho, los obvia por completo.
La guerra en el mundo bíblico es también un drama humano que puede expresar el combate espiritual entre Dios y las fuerzas del mal. Yahvé lucha contra el pecado y contra quienes lo propagan. Por eso, cuando el pueblo elegido le da la espalda a su Dios y empieza a adorar a dioses ajenos, Yahvé no duda ni un instante y lo combate igual que a los enemigos de Israel. Los dioses paganos de los pueblos que rodeaban al pueblo elegido eran fundamentalmente guerreros. Sus luchas divinas se concebían como el origen de las guerras humanas. Cada país o ciudad tenía su propia divinidad que les protegía aparentemente de los demás dioses de sus enemigos. Es en este contexto donde hay que entender las guerras antiguas de Israel.
No obstante, lo que no aparece jamás en la Biblia es el concepto de “guerra santa” o guerra de religión. El deber de propagar la fe por medio de las armas. El pueblo hebreo, a diferencia de otras culturas de la antigüedad, combate por su existencia, no por su fe o su religión. Según tal concepción, era Yahvé quien peleaba por su pueblo y no al revés. Dios no tiene más remedio que presentarse ante el ser humano a través de lo que éste es realmente. Se muestra así porque el hombre era así. Tal es el precio que hubo que pagar para que la humanidad empezara a ser transformada. Dios tiene que rebajarse hasta la estatura moral y espiritual del ser humano de aquella época para poder manifestarle su plan de la salvación. A los ojos del hombre del Antiguo Testamento, Dios no es violento a pesar de actuar así, porque no quebranta su alianza3. Pero aquel tiempo ya pasó junto con la ley del talión y el Nuevo Testamento nos muestra que la verdadera naturaleza del Padre no es, ni mucho menos, la del Jehová de los ejércitos, sino la que nos ofrece Jesucristo.
Pero, supongamos que todo esto no nos convenciera. Imaginemos que después de leer a Dawkins abrazamos su ateísmo y rechazamos la Biblia. De hecho, esto es lo que él pretende y por desgracia en muchos casos consigue. ¿En base a qué criterios morales podemos condenar al Dios del Antiguo Testamento? Si Dios no existe ni el bien o el mal tampoco, ¿por qué tanta indignación contra la moralidad del Dios malévolo? Su furor va dirigido, qué duda cabe, contra los creyentes, pues el universo que predica Dawkins es completamente indiferente al mal o al bien. Y aquí surge una curiosa contradicción en su pensamiento.
La mayoría de las objeciones que Dawkins dirige contra Dios y contra los personajes históricos de la Biblia, se le pueden hacer también al darwinismo ateo, que él profesa. En efecto, ¿qué clase de dios sería la evolución ciega que se nos propone como alternativa al Dios del Antiguo Testamento? ¿Sería también una divinidad injusta e insensible al sufrimiento de sus criaturas? ¿Masacraría sobre todo a los débiles y enfermos? ¿Se comportaría como un sadomasoquista que usara el dolor, la destrucción y la muerte para formar nuevas especies? ¿Podría tachársele de matón malévolo por carecer de propósito para el futuro de sus seres creados? ¿Acaso no se le debería acusar de limpiador étnico, genocida y racista por enfrentar entre sí poblaciones, tribus, razas y especies en su lucha por la existencia? Resulta que al sustituir el Dios bíblico por la selección natural, muchos de los rasgos morales que Dawkins encontraba malvados y repugnantes se encuentran también en su dios darwinista.
Además, si nos fijamos en las estrategias genéticas seguidas por la selección natural difícilmente encontraremos mejores ejemplos que los llevados a cabo por los hebreos en el Antiguo Testamento y que tanto enfurecen a nuestro autor darwinista. En su libro El gen egoísta Dawkins afirma: “A nivel de gen, el altruismo tiene que ser malo, y el egoísmo, bueno. (…) El gen es la unidad básica del egoísmo. (…) En lo que concierne a un gen, sus alelos son sus rivales mortales, pero otros genes son sólo una parte del medio ambiente, comparables a la temperatura, alimentos, predadores o compañeros”4. Si esto es realmente así, ¿qué hicieron mal los antiguos israelitas, desde el punto de vista evolutivo, al eliminar las otras tribus de la tierra prometida? ¿No dijo Darwin que la competencia se vuelve más intensa cuando dos razas o especies próximas luchan por el mismo espacio? Si los genes humanos sólo son máquinas de supervivencia, ¿qué hay de malo en robar hembras con fines reproductivos? Desde el punto de vista darwinista y materialista, es difícil acusar a los hebreos primitivos de dudosa moralidad por comportarse como máquinas de supervivencia ya que, al fin y al cabo, sólo seríamos animales evolucionados.
A pesar de todo, Dawkins reconoce que no se deberían usar El origen del hombre de Darwin, ni tampoco su propio libro El gen egoísta, como guías de moralidad. Pues bien, por las mismas razones, lo mismo se puede decir de ciertos pasajes del Antiguo Testamento. No deberían utilizarse como guías morales para el hombre de hoy. Sería ilegítimo aplicar actualmente aquellos mandamientos que se dieron en un momento concreto de la historia de Israel. Desde luego, esto no explica la cuestión teológica de cómo aquel Dios, revelado después en Cristo, pudo dar semejantes instrucciones pero las encuadra dentro del contexto de la historia bíblica global. Lo cierto es que, mientras en el Antiguo Testamento se muestra a Dios luchando por Israel, y ordenándole combatir, el Nuevo Testamento presenta a Jesús como el portador de la paz definitiva. El misterio envolverá siempre como una espesa niebla el rostro enigmático de Dios. Sin embargo, aquello que su revelación nos permite entrever tiene que ser suficiente.
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1 Dawkins, R., 2011, El espejismo de Dios, ePUB, p. 30.
2 Ropero, A., 2013, Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia, CLIE, p. 1234.
3 Cruz, A., 2003, La violencia del Antiguo Testamento, en El cristiano en la aldea global, VIDA, Miami, pp. 108-118.
4 Dawkins, R., 1979, El gen egoísta, Labor, Barcelona, p. 64.
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