La gente de los tiempos bíblicos no podrían ni imaginar un número como "666", porque no conocían el sistema decimal.
Sobre el 666 hay mucho que decir, y lo primero es que no existe como tal. Lo que la Biblia dice no es "6-6-6" sino "seiscientos sesenta y seis", lo que es muy diferente. No es un "triple seis", como sería "666" en la aritmética moderna. El texto bíblico no tiene ese efecto de repetición, una misma cifra tres veces seguida.
El énfasis no cae en los tres dígitos lado a lado, sino en la suma expresada por las tres palabras originales. Cualquiera que sea la interpretación, el significado no puede estar en los tres dígitos que se juntan sino en la cifra como suma total.
Además, los antiguos no tenían números, por lo que tenían que emplear las letras del alfabeto para su aritmética, comenzando con "A" como "1", "B" como "2", etc. Por eso tenían que escribir como palabras los números, en este caso "seiscientos sesenta y seis", o si no, juntar tres letras totalmente distintas, una para 600, otra para sesenta y otra para seis. Esas tres letras distintas serían en griego "JXS": el "ji" para seiscientos, el "xi" para sesenta y un "digama" (una letra arcaica) para el seis. Si la marca de la bestia es un tatuaje, no podría haber sido "666" sino aquellas tres letras que nos parecen bien raras.
Ahora, si cada letra del alfabeto es un número distinto, entonces cada palabra o nombre tiene también un número, que sería la suma total de los valores numéricos de sus respectivas letras. El nombre "Aba" sería "4" (1+2+1) o "Abba" sería 6 (1+2+2+1). En una pared de Pompeya hay un grafito bien romántico que reza, "Amo a una muchacha cuyo número es 545".
Sin embargo, pasaba una cosa interesante con esas matemáticas. Si conozco tu nombre, sólo tengo que saber leer y sumar y ya tengo tu número. Pero si me dicen un número, sin saber yo a qué nombre se refiere ni cuántas letras tiene o en qué idioma está escrito, no tendría manera de proceder del número al nombre correspondiente. Por eso y otras razones, es casi seguro que los creyentes de Asia Menor ya sabían de antemano a qué persona se refería ese número. Su desafío no era el de descifrar el número para descubrir quién era, sino el de entender el significado del número y ser fieles a ese mensaje.
INTERPRETACIONES: NERÓN
Del misterioso número de Apocalipsis 13:18, no sólo hay muchas interpretaciones, sino también muchas maneras distintas de interpretarlo.
Una de esas maneras es de tomar un posible nombre y calcular su suma matemática. Ese método ha producido una gran cantidad de candidatos, pero el más probable es "César Nerón", el primer perseguidor romano de la iglesia. Curiosamente, el cálculo resulta sólo si ese nombre, en su forma griega, es trasliterado a las letras del alfabeto hebreo con sus correspondientes valores matemáticos. Otro argumento confirma esta posibilidad. Algunos manuscritos tienen una variante textual de "616", y resulta que ese número corresponde a la forma latina del mismo nombre, que no tiene la "n" final de "Nerón", bajando así la suma por 50 puntos.
Hay otro detalle que confirma este análisis. El texto dice que "el número de la bestia es número de (un) hombre" (13:18). Pues bien, la palabra griega para "bestia" (thêrion), convertida de la misma manera a letras del hebreo, también suma seiscientos sesenta y seis. Se sabe que existía un grafito contra Nerón, basados en el hecho que "Nerón" y "matricida" sumaban exactamente igual. Entonces, Apocalipsis 13:18 estaría diciendo, Nerón y bestia son una misma cosa.
UNA SEGUNDA OPCIÓN
Sin embargo, tenemos también otra posibilidad. Un escrito antiguo, llamado Oráculos Sibilinos, tiene un bello pasaje que analiza el nombre "Jesús" en griego y concluye que suma ochocientos ochenta y ocho, o sea, más que perfecto. Este es un texto cristiano, escrito poco después del Nuevo Testamento, y muestra claramente que los cristianos usaban esos mismos juegos matemáticos. Pero a la luz de este pasaje, el 666 de Apocalipsis 13:18 podría sugerir que la bestia pretende ser absoluto (777) pero que siempre queda en un triste 666. Cristo, en cambio, es perfecto y más que perfecto. En ese sentido, el Anticristo no es sólo un anti-Cristo sino un pseudo-Cristo, un remedo y una parodia (muy ridícula) del único y verdadero Salvador.
Por supuesto, es posible también que el número se refiere al Anticristo final, y su marca será una especie de tatuaje en la frente. Sin embargo, el versículo siguiente, 14:1 (los capítulos están mal divididos), contrasta la marca de la bestia con "el nombre del Cordero y de su padre escrito en la frente".
El sello de Dios, de Cristo y del Espíritu es un tema muy frecuente en el Nuevo Testamento (Apoc 7:4-8; 2 Cor 1:22; Efes 1:13; 4:30), y sabemos que no es una marca visible ni física. Entonces, parece que la marca de la bestia tampoco será un tatuaje. Mucho menos estaba pensando Juan en computadoras y máquinas laser, cuando él ni conocía la electricidad. Tampoco tiene que ver con nuestro calendario moderno (6 de junio), de lo que Juan no sabía nada. Inventar tales interpretaciones es especular y añadir a la Palabra de Dios (Apoc 22:18).
Hay otra cosa curiosa en este pasaje: el texto no dice que la bestia "marcará a todos", en tiempo futuro, como si fuera una predicción. Dice que a la bestia "se le permitió infundir aliento a la imagen" y que "hacía que a todos ... se les pusiese una marca" (13:15,16), en tiempo pasado, no futuro. Parece obvio que los tiempos pasados de las visiones de Juan se refieren al momento cuando Juan había visto esa visión. Es típico de las visiones del Apocalipsis que casi siempre vienen en tiempo pretérito, no futuro. Por supuesto, muchas de las visiones de Juan son claramente futuras (como la venida de Cristo, el Armagedón, el juicio final y la nueva creación), pero otras claramente pasadas o presentes (como el Hijo del hombre entre los candaleros, el trono en el cielo).
Las visiones de Apocalipsis, por supuesto, pueden ser futuras, pero no lo son necesariamente, mucho menos cuando vienen escritas en tiempo pasado o presente. En el caso de la marca de la bestia, donde los verbos no son futuros, decidir si la marca es una realidad literal futura o no, es una decisión humana de interpretación del texto, no pertenece al sentido del texto mismo.
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