Creo que todos conocemos aquello de “España is diferent” y es cierto, porque tiramos a raro. Según una vieja encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, la tercera parte de los españoles no piensa nunca –o casi nunca, lo cual es casi peor sobre el sentido de la vida.
Los monos, ni lo piensan ni se lo preguntan. Y a mí
“Desde el Corazón” me parece que por dura que ésta sea –incluso cuando más mala- esas cosas se piensan. Lo contrario produciría una sensación de fantochada, de impersonalismo y de titeretazo bajo los hilos de los tiempos y los vientos, incompatibles con cualquier tipo de razón, aunque sea de párvulos. Puede, sí, que se confunda el sentido de la vida con el sentido de
nuestra vida, o el que queremos darle, lo cual ya es un desacierto bastante grave, lo que no considero de recibo es que jamás se reflexione sobre ninguno de ellos.
La estadística del CIS y,
“Desde el Corazón” prefiero no fiarme en general, y de la presente en particular. Porque si el 33 por ciento se abstiene de meditar en un porqué previo a todo, un 24 por ciento lo hace a menudo y un 42 por ciento algunas veces;
lo cierto es que muchísima gente no sabe y se pregunta ¿para qué estoy aquí en la tierra?.
Afortunadamente, yo sí pienso –luego existo, como diría el filósofo- y por leer poesía para los momentos poéticos que desarrollo en la Radio, descubro poemas de los grandes amantes del Renacimiento, así como los místicos genuinamente espirituales, que muestran que éstos tenían bien claro que no sólo el sentido de sus vidas, sino de la vida, era el amor. Un amor ni siquiera correspondido, sino albergado y alimentado en su corazón por la bondad del Altísimo como lo único que vale la pena en este mundo. Amor como máxima prueba de estar vivo. Y si lo creemos así,
¿cómo no entender que dar la gloria a Dios, que es Amor, sea el fin primordial de la vida? y ¿cómo vamos a dar mejor gloria a Dios que viviendo? Proclamar la verdad, salvar la honestidad y la claridad, instalarse en la alegría, sonreír a cada nuevo amanecer, confiar en los otros hombres y ser entre ellos uno y amarlos, y procurar no haber venido en vano reconociendo con toda profundidad que no somos un accidente, con una firme fe, que fuimos diseñados para tener una vida con propósito. Salvo que en ella predomine la dejación y se conforme a no comprender nada del Creador.
“Desde el Corazón”, yo, no reconozco mundo más deslumbrante, rico y positivo que el interior, el espiritual; y
me entristezco cuando tantos se emperezan en las ausencias de raciocinio y fe y se encogen de hombros. Y me irrita de las religiones las trampas como la enseñanza de una fe que se resigna a la decadencia de las buenas costumbres, la moral y si algunos “progres” se preguntan ¿a qué se refiere esto de “las buenas costumbres”?; ¿en qué supera la moral cristiana, a la moral laica a que se aspira hoy? y como los increyentes son más activistas y beligerantes con los justos, que éstos con ellos, lanzan sus estudiados argumentos: ¿no se ha usado –y se usa- la moral cristiana como instrumento de poder, en periodos como valedora de la forzada estabilidad política y social, vía de la subyugación, y usando el archirepetido slogan ‘como opio de los pueblos’? y ya puestos, repiten como un sonsonete ¿no resulta más fácil predicar que dar trigo? y como colmo de ignorancia teológica creen poner broche de oro a la pregunta ¿no es cómodo prometer villas y Castillas tras la muerte para que en la vida, se disipen las exigencias de la libertad y del resto de los derechos humanos?; pues no, la ignorancia sobre los principios cristianos, sus valores, las fuentes de su inspiración y las insuperables normas éticas de vivirlo, es supina en los que no piensan, es decir, el 33 por ciento de los españoles que no piensan nunca, más el 42 por ciento de los que lo hacen “alguna vez”.
La vida –de momento ésta- nos espolea, nos urge, nos insta. En claro debate que podría hacerse entre la genial, genuina e insuperable ética cristiana y la farsa de la moral civil, laica e incluso la total moral ceremonialista y mítica en que las religiones inventadas por los hombres han producido tantos increyentes en ellas. Desnudemos las vendas de los hombres, hasta que todos, todos, se planteen las verdaderas cuestiones –tan personales, como importantes siempre- de porqué están aquí
. ¿Cuál es el centro de mi vida? ¿Para quién o para qué vivo? ¿Qué clase de persona soy y seré? ¿Cuál será la contribución de mi vida? ¿En qué comunidad podré contribuir mejor y que ésta sea noble e íntegra? ¿Cuál será la comunicación de mi vida y que esta vaya pareja entre ortodoxia y ortopráctica? En suma, hoy puede ser un día en que pensemos sabiamente, destartalemos la estadística del CIS, pero especialmente nos aseguremos de que vivir con propósitos ideales, es la única manera de vivir de verdad.
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