'¡Quien aprendió a decir “papito” aprendió un mundo! Este nombre es el que se encuentra en el inicio de todos los universos invocados por nuestras nostalgias.
Buscamos esta mirada.
Tal vez esta sea nuestro mayor deseo; percibir, en la mirada del otro, la más sagrada de todas las afirmaciones posibles: “Deseo que existas”. Mi deseo: que otro me desee. Saber que mi existencia es su oración [...}
Vive eternamente en nosotros la mirada del otro'.1
'Quiero confesarte, Dios mío, que a veces lo que deseo no es el rostro de un padre, sino el cuerpo de una madre. Mi oración queda diferente, entonces, no sé si herética o erótica:
“Madre mía, que llenas los cielos...”
No, no sé si sea cierto. Sólo quería preguntar, para saber. Quería saber si tú eres lo bastante grande para albergar, en tu misterio infinito, un nombre de mujer... Pero hay una cosa que no puedo negar: este es el nombre que, a veces, surge de las profundidades de mi deseo..'.4
Este deseo yace en lo más hondo del ser humano, pero está reprimido, adormecido, en el silencio. Otra vez, en aquel espacio que evadimos al hablar alto “para no escuchar aquello que el deseo nos dice en voz baja [...] Es preciso estar ocupado para no escuchar. Pero no se percibe que la voz de Dios sólo puede ser oída en el silencio del deseo”.5 La misma idea de Ernesto Cardenal en Vida en el amor (1970), quien dice que en el silencio nos espera Dios y por eso no queremos sumergirnos en él. El poeta-creyente se dirige de nuevo a Dios, en la confianza del deseo expuesto, para preguntarle:
'¡Oh Dios! ¿Quién eres tú?
Qué nombres moran en tu misterio sin fin?
Nadie te vio jamás.
Pasas como el Viento y sólo quedan las marcas de tu paso, grabadas en la memoria: el sentimiento de belleza, de tristeza, el cuerpo que espera, sin certeza, con un poema en la carne. Tu rostro, nunca lo vi. Sólo conozco los muchos rostros de mi nostalgia. Y, si te llamo por el nombre de Padre y por nombre de Madre, es porque estos son los nombres de mi nostalgia, en el latir binario del deseo.'6
Esta doble nostalgia la había expresado Alves en un texto de 1985, una protesta exaltada contra la inclusividad excluyente que oscurece los rostros de Dios.7 Porque el corazón busca aquella mano que le reciba con amor maternal, que revele una disposición interminable. En las historias infantiles aparece simbolizada esta carencia:
'Las historias son verdaderas: ninguna madre es tan grande que llegue a satisfacer nuestra nostalgia. Porque esta madre con que soñamos tendría que ser bella y tierna como la Pietá, y su regazo tendría que ser del tamaño del universo entero. En él se abandona el propio hijo de Dios. Oh Dios, nuestra nostalgia sólo será satisfecha si esta madre vive en ti. Así, cuando desde el fondo de la tristeza gritamos: “Oh madre, estoy perdido”, escucharemos la respuesta maternal: “Hijo mío, aquí estoy...”'8
¿Cómo no ha de contener el Dios-Padre lo maternal en su seno? Si su grandeza ya no es descrita en términos dogmáticos y estrechos, lo femenino-materno tiene un lugar propio en la comprensión de un Dios que, en su benevolencia, no ha rechazado asumir los sentimientos que habitan en una madre.
'El Vacío: ¿no es él la morada de Dios? “Padre nuestro que estás en los cielos...” Cuando yo era niño y repetía estas palabras, pensaba en un lugar muy distante, lleno de ángeles y casas brillantes. Confieso que no me atraía. Pero unos versículos más adelante se usa la misma palabra para indicar la morada de los pájaros: “Mirad las aves de los cielos...” (Mt 6.26). ¿Será que Dios y las aves habitan en el mismo lugar? ¿Que Dios se parece a los pájaros? ¿Que ellos precisan del espacio vacío? Los pájaros, para volar; Dios, para soplar como el Viento...'13
Volar es soñar, es escapar de las trampas idolátricas de la realidad: “Las presencias son los ídolos: las cosas que llenan nuestro espacio, las aves domesticadas, la transformación del vuelo salvaje en raciones distribuidas a granel [...] ¿Para qué volar si puede uno acomodarse a un espacio plagado de imágenes, de órdenes, de mensajes, de experiencias?”.14 Por culpa de ellas, la humanidad ya no mira al cielo con nostalgia, pero Dios sigue siendo aquél Padre de ojos mansos, el “vacío inmenso para las aves y para nosotros, espacio que se abre para la vida; convite y libertad”.15 Y “es preciso que el amor trabaje sobre el espacio vacío. La hoja en blanco, para el poema. El silencio para la música. El telar vacío, para el paño. En estos [otros] vacíos el amor va transfigurando al mundo, para que haya sonrisas”.16
'Y mi cuerpo, cuando lo pronuncia, se transforma en un altar:
Tu nombre,
lugar de mis deseos.
Aunque no sepa lo que diga,
no importa,
tu nombre lo contiene todo.'19
El nombre de Dios devuelve la vida, la esperanza, aquello que se ha perdido en la vorágine de los conflictos. Es un nombre renovador, revitalizador, acompañante:
'Y de él surgen los objetos de mi nostalgia,
que perdí,
y los horizontes de mi esperanza,
expectativas de “re-encuentros”.
Así, aunque esté solo,
no lo estoy.
Tu nombre es una canción
que hace la vida más bella...'20
La segunda oración se solaza en la belleza e infinitud de los múltiples nombres de Dios: “Tu nombre es único para cada persona, porque dentro de cada una habita un secreto. Un misterio. Son tantos tus nombres como las esperanzas y los deseos”.21 El nombre divino es como una flauta mágica de la que brotan mundos. Cuando la gente pronuncia el nombre de Dios, mecánicamente, no se imagina que nombrarlo es un momento místico de experiencia de lo infinito, del mismo modo que cuando se alcanzan a balbucir palabras en los instantes de alegría o de tristeza suprema. Invocar, en medio de la tristeza, el nombre de Dios es acercarse para oír sus gemidos y escuchar el nombre de uno, como si él orase también hacia nosotros y nos llamara...22
'La Palabra reverbera por los espacios vacíos,
y la Nada se conmueve,
queda grávida,
y de allá saltan mundos y actos...
Decir tu nombre,
Palabra Sagrada:
“No dirás el nombre de Dios
como si eso no hiciese alguna diferencia”...'24
Gandhi, “un santo que sabía del poder del nombre sagrado”,25 murió repitiendo las palabras aprendidas de labios de su madre para nombrar a Dios: Rami Ram, Oh Dios, mi Dios. Repetir los nombres de Dios es apelar a las profundidades impredecibles de nuestra nostalgia, por lo que no siempre serán los mismos.
'Qué cosa tan bella esta: tu nombre es sagrado por no ser necesario invocarlo.
Aunque no esté en mi boca,
aunque me olvide de ti,
tu nombre llena la tierra,
como el aire,
como la luz.
En mi silencio, está aquella confianza infantil:
“Yo sé que tú estás ahí. Por eso puedo jugar y dormir. En mi juego y en mi sueño, olvidándote, estaré diciendo, sin palabras, que confío en ti. Tú estás siempre cerca. Soy yo quien, a veces, me siento lejos. No soy yo quien dice tu nombre. Eres tú quien pronuncias el mío. Y escucho, en el silencio de las montañas y de los abismos de mis escenarios interiores, mi nombre, resonando por los espacios...”'27
¡Cuánta libertad, fuerza y alegría se ganarían si todos los creyentes pensaran y actuaran así! Sin atentar contra la liturgia y, por el contrario, especificándola más, podrían movilizarse para transformar el mundo con la certeza de que Dios está con ellos, animándoles a seguir en esa ruta interminable.
'Que la tierra era el destino de los hombres y las mujeres,
eso ya lo sabía.
Pero ahora sé que ella es también
tu destino.
Se van los altares y los templos:
Tú andas en medio del jardín.
Sí, Padre, que llegue tu Reino
para que la tierra se revele como una gran sonrisa.'33
Los anuncios del Reino son como un árbol que florece en el invierno, que levanta la esperanza contra todos los pronósticos, contra lo establecido y aparentemente inamovible:
'Y el Viento se hace Evento,
y el afe[c]to se vuelve feto...
En el lugar de las cosas posibles, los hombres escriben sus nombres.
Pero cuando lo imposible se hace carne, allí se escribe el nombre de Dios...'34
El “árbol del futuro” nietzscheano sirve como metáfora del Reino: hay que plantarlo, verlo crecer, imaginar cómo será la sombra que dará a los niños que aún no nacen. La intención de plantarlo es un rechazo de la muerte, es unirse en contra de los “sacerdotes del fin del mundo” y cantar esperanzas de un futuro manso, sin botas ni espadas: “Aquel que plantó primero un árbol a cuya sombra nunca se sentaría fue el primero en anunciar al Mesías”.35 Los mesianismos son proyecciones de la ansiedad por vivir en un mundo más justo y más humano, libre de guerras y enemistades, y es uno de los más antiguos impulsos de la humanidad.
1 R. Alves, “O olhar manso”, en Pai Nosso, p. 15.
2 R. Juarroz, Poesía vertical: Antología mayor. Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1978, p. 25. Cursivas de L. C.
3 R. Alves, “O olhar manso”, p. 16.
4 R. Alves, “Alguém que me embale no colo”, en Pai Nosso, p. 20.
5 Ibid, pp. 20-21.
6 Ibid, pp. 21-22.
7 R. Alves, “Sometimes...”, en Union Seminary Quarterly Review, 40, 3, 1985, pp. 43-53. Cuando Elsa Tamez, en una entrevista (Teólogos de la liberación hablan sobre la mujer. San José, dei, 1986, pp. 84-85) le recordó a Alves que había escrito algo sobre el lenguaje inclusivo, en referencia a este texto, y lo interrogó acerca de este lenguaje, él respondió: “Yo no puedo apasionarme por un Dios que es él y ella al mismo tiempo. Yo me quedo muy confundido. Porque, si es él y ella, es hermafrodita. Mis sentimientos de ser humano son separados: cuando yo amo a un hombre, yo tengo amor por un hombre (mi padre, mi hijo, mis amigos); también yo amo a mujeres (mi hija, mi esposa, otras mujeres, mis alumnas), pero son amores distintos. Entonces mi objeción es que ese lenguaje me perturba eróticamente. Yo creo lo siguiente: que el lenguaje teológico es un lenguaje que debe expresar el pulsar del deseo. Yo diría: a veces yo deseo una mujer, y cuando mi deseo es por una mujer, entonces Dios es una mujer. Sólo mujer. No hay por qué poner hombre en medio. A veces mi deseo es por un hombre -un amigo, un hijo- y cuando mi deseo es por un hombre, es un hombre. No hay que poner mujer en el medio [...] Lo que quiero decir con eso es lo siguiente: el nombre de Dios es un misterio, en el cual cabe el mundo entero”.
8 R. Alves, “Alguém que me embale no colo”, p. 22. Cursivas de L. C.
9 R. Alves, “Espaço para voar”, en Pai Nosso, p. 25.
10 Ibid, p. 26.
11 Idem.
12 Ibid, p. 27.
13 R. Alves, “Siléncio”, en O poeta, o guerreiro, o profeta, p. 30.
14 R. Alves, “Espaço para voar”, p. 28.
15 Idem.
16 R. Alves, ““A dádiva do invisível”, en Pai Nosso, p. 33.
17 Ibid, p. 34.
18 R. Alves, “Um nome gravado no peito”, en Pai Nosso, p. 41.
19 Ibid, p. 42.
20 Idem.
21 R. Alves, “O nome onde os mundos começam”, en Pai Nosso, p. 44.
22 Ibid, pp. 46-47.
23 Ibid, p. 47. Esta imagen se acerca muchísimo a la del poema “En la mano de Dios”, de Miguel de Unamuno, que lleva como epígrafe unos versos del poeta portugués Antero de Quental (“Na mão de Deus,/ na sua mão direita”) . Otro poema similar es “Salmo de la mano de Dios”, del escritor español José María Valverde.
24 Ibid, p. 48. Los dos últimos versos son una cita del tercer mandamiento del Decálogo, en traducción libre de Paul Lehmann, y aparecen como epígrafe de esta sección.
25 Idem.
26 R. Alves, “Quando o siléncio cobre o nome”, en Pai Nosso, p. 53.
27 Ibid, p. 54.
28 R. Alves, “Aperitivos do futuro”, en Pai Nosso, p. 60.
29 Ibid, p. 61.
30 R. Alves, “O altar onde se ora pelo retorno”, en Pai Nosso, p. 68.
31 R. Alves, “Não quero partir”, en Pai Nosso, p. 72.
32 Ibid, pp. 72-73.
33 Ibid, p. 74.
34 Ibid, p. 80.
35 R. Alves, “A árvore do futuro”, en Pai Nosso, p. 86.
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