Hacemos iglesia aquí, un desierto. Donde se han fabricado a lo largo de siglos todo tipo de oasis reparadores para descanso y solaz de forajidos, los que desde siempre se han forrado a costa del más débil. Somos de natural corrupto, pero no se puede asumir una ética de corrupción o para la corrupción.
Presumiendo de capacidades y méritos propios, aquí no se ha visto necesario colocar, en política o donde sea menester, balances y contrapesos para que ese natural corrupto no tenga el camino dispuesto para sus fechorías.
La ética “protestante” (bíblica, de los redimidos, de los que hacemos iglesia) parte de la base de la corrupción, de nuestra natural corrupción, pero no tolera el ejercicio público de la misma; es una ética de la responsabilidad, absoluta, sin rebajas, sin arreglos. La referencia en esa ética no es la corrupción humana, sino la Justicia de Dios, la Verdad; por eso es absoluta, aunque nosotros seamos unos miserables incapaces.
La presentación de esta situación, en la que somos corrupción, pero estamos redimidos, y que lo que nos identifica no es ya la corrupción con sus consecuencias, sino la nueva situación por la redención, la nueva vida, lo explica de forma óptima por medio de una comparación Antonio del Corro.
En su comentario a Romanos (editado con traducción del latín de Francisco Ruiz de Pablos como Comentario dialogado de la Carta a los Romanos, Sevilla, 2010) ofrece al final una “breve disposición… expuesta mediante la semejanza que el mismo Apóstol utiliza a partir del injerto de los árboles, cuando trata de la justificación y de su inseparable santificación acompañante, también del triple estado del hombre: no renacido, que renace, y renacido”. Se editó con las figuras de ese modelo de injerto. (Hay que advertir que no es el modelo que se toma como ejemplo para la inclusión de los gentiles, es decir, un tronco de árbol que está calificado como propietario de las promesas, al que luego se incorpora una rama silvestre, que al juntarse con el tronco participa de su identidad.)
Antonio del Corro acude al modelo de injerto en el que una planta que está sin frutos recibe el implante de una rama buena y fructífera, de tal manera que por la eficacia de la nueva rama, toda la planta se regenera y da frutos, es una buena o nueva planta. No está calificada por su condición anterior, sino por la actual, en la que está la vida de la rama implantada.
Ese es el modelo de nuestra salvación. Somos planta de corrupción y muerte, sin remedio, solo para el fuego.
Cristo, como rama de vida, es incorporado a cada uno de sus redimidos: eso es la nueva vida, necesaria para todos (judíos o gentiles). “La parte inferior de este árbol era silvestre, pero, vuelta cultivada por el poder y beneficio de Cristo, da frutos dulces. Y aunque todavía aparezcan vestigios de la antigua culpa, sin embargo, no están de ninguna manera expuestos a la condenación los injertados en Cristo, los cuales caminan según la decisión no de la carne, sino del Espíritu. Pues la ley del Espíritu de vida en Jesucristo los libra de la ley del pecado y de la muerte… se muestra también la fisura, o lugar del corte en el que fue injertado el árbol, para que el hombre se acuerde perpetuamente no sólo de su primera pecaminosidad, sino, sobre todo, del beneficio recibido, y atribuya por entero a la gracia divina y no a sus méritos todo el bien que vea en sí mismo… La parte superior injertada en el árbol silvestre es la eficacia y el Espíritu de Jesucristo, Hijo de Dios, que al ser hombre y Dios, atrae con su fuerza el jugo del tronco injertado hasta el retoño superior, esto es, hasta el hombre nuevo, para que ambas partes del árbol produzcan al mismo tiempo frutos de justicia… Por otra parte, así como al árbol lo injerta no la naturaleza, sino el arte de los agricultores, así al hombre lo hace de injusto justo y santo no la naturaleza, sino la sabiduría de Dios… El autor de este injerto es, por tanto, sólo Dios.”
Y otras cosas selectas que deben leerse de nuestro autor. Otro árbol de esos de frutos que aquí tuvimos y tenemos. “Este ‘ser plantado’ es la elección divina, la cual es el verdadero fundamento del justo y la verdadera seguridad de su bienaventuranza. Ésta no tiene otro fundamento ni otra razón sino solo la voluntad divina, la cual hace de sus criaturas lo que a ella bien le parece, porque Dios es el Señor y el hacedor de ellas y como tal se puede servir de las obras de sus manos. No te eligieron por lo que tú eras, porque naciste ayer mismo y tu elección, sin embargo, está concertada desde los días de la eternidad; no por lo que habías de ser, pues sabia el Señor que te eligió que nacerías enemigo suyo y en pecado y en condenación. Te eligió en Jesucristo para que fueses redimido por él y tornado y restaurado a la gracia que perdiste. De aquí se ha de considerar cuán poco tienes de que ensoberbecerte por ser elegido, pues te eligieron tantos años antes que tuvieses ser; y cuántas gracias debes al Señor porque no hizo la elección por las obras que tú habías de hacer, pues tu primera obra o tu primer nacer había de ser en pecado. Debes juntamente ser agradecido todos los días de tu vida, pues el Señor que te creó no dejó en tu escoger lo que había de ser de ti, porque lo perderías y te perderías teniendo enemigos tan grandes. Nos aseguró con elegirnos él, con tomarnos a su cargo, con tenernos en sus manos, de las cuales no nos podrá sacar todo el poder del infierno. Lo que resta a nuestro cargo es que para más seguridad y más paz de nuestra conciencia, y para que tengamos una como certeza de ser elegidos por Dios, fructifique en nuestras obras, como es razón que lo haga el que es escogido de Dios y plantado en su elección”. Largo texto, de nuestro Constantino de la Fuente, en su comentario al Salmo 1 (editado en seis sermones, Sevilla, 2009). Es que tenía su libro delante para ponerles algunas señas de los malos del Salmo, los que no tienen felicidad, los corruptos de nuestra historia reciente. Todo predicado en Sevilla; buena época aquella, y la nuestra, a pesar del desierto, pues los árboles los sigue plantando el mismo Señor, con el mismo poder, por la misma palabra.
Con esta enseñanza del poder de la gracia de Dios hacemos iglesia. Podía ponerles algo semejante de Casiodoro de Reina, o de Juan Pérez de Pineda, o de Cipriano de Valera… Era nuestra Reforma, y desde ese plano escribo estas notas. Y ese hacer iglesia implica una manera de vivir, una ética, que tiene en cuenta nuestro natural corrupto, pero no es su linde o excusa, sino que propone una justifica social, una ética cívica “absoluta”, en su condición temporal, es decir, que el servicio tiene que ser óptimo, aunque lo realicemos con nuestras carencias, pues no es una de “salvación”, la cual es de Cristo en su totalidad, sino de vida aquí, en el orden que el Creador ha marcado.
Se trata de una ética (protestante) que requiere la responsabilidad sin rebajas o arreglos, aunque reconoce la condición de los hombres. Precisamente por estar desarreglados, podemos proponer una acción cívica, en conjunto, con todos, de responsabilidad, sin componendas. La ética de las instancias salvadoras, que son varias (iglesias, gobiernos, ciencias…) de necesidad requieren laxitud y son abajadas a la medida de esas instancias. Y todas se levantan como “salvadoras” (ustedes déjense guiar por nosotros, que somos los que sabemos: eclesiásticos de todo pelaje, políticos, científicos, sociólogos…). Y luego se hacen con su “patrimonio”, vaya que se hacen ricos, y asumen como si nada que son propietarios de lo público, de lo privado (el alma de cada uno y su destino), todo en sus manos que son las “justas y adecuadas”. Frente a estas pretensiones: ética protestante.
Seguiremos, d. v., con estas reflexiones. Antes, porque mientras escribo esto, estoy viendo en la tele el funeral del misionero español muerto de ébola, no puedo dejar al lado este ejemplo de ética pública, de gestión de lo público. (Aborrezco, siempre, la acción y significación de una misa y su eucaristía, y su anexo de intercesores, ya el mismo misionero, según se afirma.) Incluso hay quien saca pecho como si se hubiera realizado una buena y ejemplar gestión, vaya que se apuntan puntos. Creo que es ejemplo de mala gestión, una irresponsabilidad. Mártires, los que se apunten, pero aquí los únicos generosos y competentes han sido los profesionales de la medicina, los auxiliares, los conductores, todos los que se han visto metidos en ese lío por la insensatez de otros. La persona infectada se tenía que haber quedado en su sitio de infección. (Otra cosa es que hubiera opción, por ejemplo, de una intervención quirúrgica que solo es factible en nuestros hospitales: todos los medios, hay que traer al enfermo, eso está bien.)
Hacemos iglesia con la Verdad.
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