Como su padre, el pastor Eleazar Seguel Cabezas, quien hoy día, agosto de 2014, a sus 98 años de edad sigue pastoreando una iglesia tan viva y activa como lo es él, José Enzo Seguel Córdoba fue llamado por Dios al pastorado cuando recién cumplía los 26. Hoy, con sus 59, ha completado 33 de pastorado y espera que Dios le dé salud para superar la marca de su padre quien, precisamente este sábado 16 es agasajado en su iglesia de San Antonio, Chile, por estar cumpliendo 50 años al frente de esa congregación.
A sus 26 años, José Enzo Seguel era un joven lleno de expectativas, de planes, de ganas de hacer cosas grandes para su Señor.
Se había criado en la iglesia a la sombra del ministerio de su padre, de la misma manera que lo han hecho sus cinco hijos, todos los cuales son sus fieles y activos colaboradores en la iglesia matriz y en las veintitantas congregaciones que atiende en su distrito de la Novena Región de Chile.
La tradición de dejar como herencia el ministerio pastoral a los hijos, dicho sea entre paréntesis, es una de las características más llamativas e interesantes de la Iglesia Metodista Pentecostal chilena. Esta tradición (¿única en el mundo?) ha funcionado en general muy bien a lo largo de los 105 años de vida de la iglesia. No hay frivolidad en este proceso ni intereses que no sean los que tienen que ver con el Reino de Dios. Los hijos crecen sobre las rodillas de sus padres, y así aprenden a tocar instrumentos y a cantar, lo que les permitirá integrarse aun desde pequeñitos a los grupos musicales de la iglesia; a orar, a predicar, a empaparse de lo grato y de lo ingrato de la función pastoral; por eso, no es extraño que los muchachos, llegados a la edad adecuada, estén listos para seguir los pasos de sus padres y abuelos.
Cuatro meses después de su llamamiento y de ser ungido pastor, el obispo de aquel entonces, el reverendo Mamerto Mansilla, llamó a su oficina al pastor Seguel y le dijo:
«Tú eres un muchacho joven. Tienes por delante un sinfín de oportunidades como pastor, pero deberás cuidarte de cometer errores, de las tentaciones. Por eso, y para que te mantengas siempre humilde, te voy a imponer las manos y voy a pedir a Dios que te dé el espíritu de tonto». ¿Espíritu de tonto? ¡Sí, espíritu de tonto!
Y Dios se lo dio.
La palabra tonto tiene diversas connotaciones en nuestro contexto hispanohablante.
Hace unos años en Miami, una verdadera babel de la lengua española, me libré de una paliza gracias a que me encontraba acompañado de un ciudadano de un país donde decirle tonto a alguien es ofenderlo y provocarlo a la agresión física. Y yo, inocentemente, usé esa palabrita para referirme a uno de sus conciudadanos. En Chile, para ofender tenemos otros recursos lingüísticos mucho más filosos, de modo que podemos usar la expresión con bastante liberalidad y sin temor a que alguien nos vaya a caer encima. (Mi amigo se apresuró a dar las explicaciones del caso lo que evitó males mayores.)
El obispo Mansilla, sin embargo, tenía en mente algo diferente.
Lo contrario de tonto es listo, astuto, sagaz, calculador, acarreador de agua para su molino. En el mundo en que vivimos, el listo, el astuto, el egoísta, el que busca su beneficio personal por sobre los de la obra y por sobre los de los demás tiene más posibilidades de alcanzar el éxito que el “tonto”. Y para no cerrar los ojos a nuestra realidad eclesial, dentro de la iglesia también tenemos muchos listos. Quizás demasiados.
Sin la intención de ofender a Jesús, a Pablo y a otros tantos servidores de Cristo, todos estos ilustres antepasados nuestros demostraron ser más “tontos” que «listos».
«Como cordero fue llevado al matadero, y como oveja delante de sus trasquiladores. Enmudeció y no abrió su boca». «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo». «Ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí».
Desde que en su reciente visita a Miami escuché al pastor Seguel contar esta anécdota, me he interesado por «las tonterías de Dios». «El que se humilla, será ensalzado pero el que se ensalza, será humillado». «Porque el Señor es excelso y atiende al tonto, mas al listo lo mira de lejos» (perdón por la paráfrasis). «El fariseo, puesto en pie,
oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmo de todo lo que gano» (el listo). «Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador» (el tonto) (Lucas 18.11-13, itálicas añadidas).
¿Qué tal si nos ponemos de acuerdo para pedirle a Dios que nos invista con el espíritu de tonto? A lo mejor la iglesia recupera el tono potente de su voz y, de una vez por todas, el mundo vuelve a escucharla.
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