“¿Dónde está tu hermano?” Preguntó Dios a Caín (Génesis 4:9). Esta pregunta permanente desafía a todos los individuos a no dañar a su hermano. Siempre y cuando se presuma que la identidad del hermano está lo suficientemente clara. Por lo tanto, el asunto es: ¿quién es mi hermano?
La Biblia tiene
dos respuestas a esta pegunta: hermanos y hermanas son los que
pertenecen a un mismo grupo familiar. Jesús tenía hermanos y hermanas (Mateo 13:55-56), es decir, personas que formaban parte de su círculo familiar íntimo. Según las Escrituras los
hermanos y las hermanas son también aquellos que hacen la voluntad del Padre que está en los cielos (Mateo 12:50), o sea, la gente que pertenece a la misma familia espiritual que tiene a Dios como Padre, a Jesús como Señor y Salvador y al Espíritu Santo como garantía.
Por una parte hay la familia natural (o grupo de individuos) y por la otra está la “familia de la fe” (Gálatas 6:10).
¿Qué pasa con el resto? La Biblia dice que
todas las demás personas son “prójimos”, gente que está en nuestro entorno, cerca o lejos, pero que vive en nuestro ambiente y comparte parte de nuestro trayecto. “¿Quién es mi prójimo?” (Lucas 10:29) es la otra pregunta que se hace todo el mundo constantemente. Prójimos son todos los que tenemos cerca y somos llamados a amarles como a nosotros mismos (Mateo 22:39).
¿Hacia una fraternidad auténtica entre cristianos y musulmanes?
La Biblia traza una distinción entre la hermandad natural o espiritual y los semejantes en general, aunque el Vaticano ya no reconoce esta diferencia. En un mensaje enviado a los musulmanes al final del Ramadán y titulado significativamente “Hacia una auténtica fraternidad entre cristianos y musulmanes” (24 junio 2014),
el Consejo Pontificio para el Diálogo Inter-Religioso reafirmó la idea de que los cristianos y los musulmanes son “hermanos y hermanas”. El mensaje en sí mismo sigue la pista del origen y la aprobación oficial de este lenguaje desde Juan Pablo II a Francisco:
El Papa Francisco … os llamó “nuestros hermanos y hermanas” (Angelus, 11 Agosto 2013). Todos nosotros reconocemos la riqueza de significado de estas palabras. En realidad, cristianos y musulmanes son hermanos y hermanas de una sola familia humana, creada por el Unico Dios. Recordemos lo que dijo el Papa Juan Pablo II a algunos líderes religiosos musulmanes en 1982: “Todos nosotros, cristianos y musulmanes, vivimos bajo el sol de un único Dios misericordioso. Todos creemos en un solo Dios creador del hombre. Aclamamos la soberanía de Dios y defendemos la dignidad del ser humano como siervo de Dios. Adoramos a Dios y le profesamos una sumisión total. En este sentido podemos llamarnos unos a otros hermanos y hermanas en la fe en un solo Dios” (Kaduna, Nigeria, 14 febrero 1982).
Lo que está pasando aquí es una redefinición contundente de lo que significa ser hermanos y hermanas. Primero, si bien estar “en Cristo” se convierte únicamente en una forma de ser hermanos y hermanas, la fraternidad se extiende a todos los que viven “bajo el sol”, o sea, “la familia humana”. Segundo, en lo que se refiere a los musulmanes, la fraternidad se consolida aún más por la creencia compartida en “un solo Dios” que es adorado tanto por los cristianos como por los musulmanes. El resultado es que éstos son verdaderamente “hermanos y hermanas en la fe en el único Dios”.
Una extensión injustificada
La redefinición de lo que quiere decir ser hermanos y hermanas es un intento de desenfocar lo que la Biblia espera que distingamos. Los “prójimos” se convierten en hermanos y hermanas. Nuestra humanidad común asume la connotación espiritual de estar “en Cristo” coma la base para la fraternidad compartida. ¿Cuáles son las implicaciones de tal extensión? A continuación indicamos dos de las principales.
Primero, los Papas
Juan Pablo II y Francisco toman la responsabilidad de reconstruir el lenguaje bíblico abandonando su propio significado y remodelándolo al servicio del punto de vista católico romano de la iglesia que representa al conjunto de la humanidad, incluidos los musulmanes y todos los demás. La presunción es que la finalidad de las Escrituras se ve socavada, su claro sentido es cuestionado y la Iglesia a través de su viva tradición se considera en el derecho de “actualizar” las Escrituras mediante el sistema de cambiar su llano mensaje.
Segundo, existe todo un conjunto de cuestiones cruciales relacionadas con esta redefinición.
¿Qué significa “fraternidad auténtica” en términos teológicos y soteriológicos? Parece indicar que el Dios bíblico y el Alá musulmán son el mismo Dios que acepta la adoración indistintamente, tanto en la forma cristiana como en la musulmana. Al fin y al cabo, todos somos “hermanos y hermanas” bajo El. Además, parece presuponer que, como hermanos y hermanas “en la fe en el único Dios”, los cristianos y los musulmanes serán salvos en última instancia como cristianos y musulmanes. La universalidad de la salvación está claramente prevista, si no se indica abiertamente. Este mensaje es una extensión adicional de la teología muy “católica” surgida del Vaticano II que desplazó el locus de la salvación de la profesión de la fe en Jesucristo a la humanidad compartida de todos los seres creados. No obstante, queda por ver si esto es o no es bíblico en absoluto.
Además de estos graves errores bíblicos,
no se necesita esta fraternidad redefinida para amar a los musulmanes y procurar vivir en paz con ellos, como quiere el mensaje vaticano que haga todo el mundo. No hay ninguna razón para distorsionar las llanas palabras de las Escrituras: un “prójimo” bíblicamente definido es más que suficiente para promover el compromiso cívico y la coexistencia pacífica con todos los hombres y mujeres.
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