Nos juntamos estas semanas próximas para hacer iglesia. No es algo opcional, sino natural; y lo hacemos edificando o estropeando, pero siempre “haciendo”.
De necesidad es advertir que “hacer” no implica que esté la Iglesia con faltas o carencias, y que dependa de nuestra acción que algo se subsane. En sentido de obra de Cristo está completa, él se la ha presentado plena, santa, sin mancha, etc., y no se le puede añadir o quitar. Este es el planteamiento que aquí seguiremos. Ni se mete nadie por obra humana, ni se saca a nadie por obra humana. Todo es de Dios, y por su soberana gracia.
Hacemos iglesia en este plano temporal, edificando o estorbando con nuestra responsabilidad, pero sabiendo que actuamos en lo de aquí, temporal, y que en el tiempo presente siempre se da una mezcla de trigo y cizaña.
Que la iglesia visible es diferente de la salvada por Cristo, la cual es su cuerpo, y que todos los redimidos vivimos, de un modo u otro, en esa iglesia visible, pero que no se puede identificar la una con la otra.
Edificamos sabiendo que es contra nuestra propia naturaleza heredada, con su corrupción. Lo mismo que en cada uno existe una lucha entre el principio salvífico, el espíritu, y nuestra carne; así es en la comunidad en general. Pertenecemos a la “celestial”, pero existimos en el tiempo junto a la terrena.
Irán saliendo cuestiones; pero nos puede servir de guía que miremos de momento la situación de dos pequeños grupos, iglesias, las que reciben la 2ª y 3ª cartas de Juan. Queda claro que hay quien edifica en el Señor, quien (siendo redimido) estorba y daña, y quien es simplemente enemigo de Cristo y de su Iglesia y quiere destruirla siempre, por todos los medios. Hacemos iglesia reconociendo esta situación.
En la 2ª carta de Juan tenemos a alguien que escribe, para edificar, que sabe cómo es el edificio, que tiene autoridad y sabe qué es lo bueno y lo que estorba. Eso es necesario. El ciego que guía, o el edificador que no sabe ni qué forma tiene el edificio, no valen.
Y escribe a una mujer de su casa, llamada Señora (si fuere hebrea se llamaría Marta), que califica de elegida. Ella y sus hijos eran un grupo en su lugar, una comunidad, una iglesia. Esto ya nos avisa de cómo edificar, pues esto es un edificio local (por supuesto, nada que ver con piedras o formularios institucionales).
Esta mujer creyente era la responsable de ese grupo, a ella le escribe el autor, y ella participa de los que deben “mirar por vosotros mismos”. La gente, cada uno de los que allí están, aunque podemos suponer que no eran muy numerosos, tenían la responsabilidad individual de edificar. ¿Era pastora? En el sentido que hoy se da al término, seguro que no, pero era la madre que edificaba esa iglesia de su casa. Los que no quieren el pastorado femenino moderno se ofuscan en quitar a esta mujer hasta su condición de persona, y la han reducido a nombre simbólico para expresar a toda la congregación. No, eso es una extrañeza añadida; el texto es más simple y sencillo.
Una mujer, con sus hijos, que son la iglesia, la comunidad. Ni más ni menos. Era alguien que conocía la verdad, y sus hijos. De eso se trata. Con eso vamos a edificar juntos; vamos a hacer iglesia.
En contra tendremos a la estructura de la iglesia Romana y de todas sus hermanas (cada vez menos “separadas”) protestantes. Así que haremos iglesia contra las iglesias, con las piedras vivas del edificio santo contra las muertas del edificio que desde el principio la Antigua edificó. Gozoso trabajo, edificar la casa de Dios y destruir la del diablo.
Seguimos, d. v., la próxima semana.
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