Estoy a favor de la unidad. Por supuesto que sí. Después de todo, la unidad es el gran propósito de Dios en todas las esferas de la vida creada. La unidad en la diversidad refleja la naturaleza del Dios trino.
Cuando Dios creó al hombre, no lo dejó solo. Le hizo una compañera preciosa para que hubiera unidad en la diversidad. Adán y Eva juntos representan el gran ideal del Señor para la humanidad. Sólo con la existencia de ambos es que la Escritura declara que son la imagen y semejanza del Señor (Génesis 1:27). Siendo dos, eran uno. Así como la Trinidad: siendo tres, son uno.
La pasión de Dios por la unidad, sin embargo, no sólo implica el mundo creado, sino el reino redimido también. La oración de Cristo por su Iglesia fue que "todos sean uno, así como nosotros somos uno" (Juan 17:22). La Iglesia de Cristo había de ser una Iglesia unida que trasciende todas las naciones, lenguas, tribus y grupos étnicos. Siendo muchos, iban a ser uno.
Pero ¿en qué sentido Jesús intercede para que sean 'uno'?
¿Acaso simplemente desea la unidad por el bien de la unidad visible? ¿O fue su petición de unidad algo más específico? Si leemos un poco antes en Juan 17 captaremos la respuesta.
Juan 17:8 habla de las condiciones de la unidad cristiana. La unidad de los discípulos era de lo más importante en la doctrina enseñada por Jesús. Permítanme citar ese versículo: "Porque yo les he dado las palabras que me diste; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que Tú me enviaste".
Así que antes de que Jesús orase por la unidad en el versículo 22, Él presupone en el versículo 8 que Sus seguidores han recibido su enseñanza (que provenía de su Padre).
Esto significa que la apelación a la unidad cristiana debe ser una unidad muy concreta, a saber, se trata de una unidad que se deriva de una común adhesión a las enseñanzas de Jesús. Donde no se acepta la doctrina de Jesús, no puede haber unidad del Evangelio.
Este descubrimiento bíblico es de suma importancia para nuestra escena contemporánea en la Iglesia, donde el canto que suena por doquier en todos los sectores de la cristiandad ecuménica (Ortodoxa oriental, Católica Romana y Protestante liberal) es: "¡Unidad, unidad! ¡Formemos una comunidad!"
El problema es que la unidad tan anhelada en nuestros días no es la unidad en los términos de Cristo (como Juan 17:8 deja claro).
Es sólo una definición generalizada, descafeinada y sin azúcar de unidad que abraza a toda confesión de fe, siempre y cuando se comprometa a no ofender a nadie y ya está. Esta noción de unidad de fabricación humana está completamente desprovista de cualquier contenido centrado en Jesús y por lo tanto puede ser completamente descartada por ser anti cristiana y anti bíblica. Es en contra de este tipo de unidad que tenemos que librar la batalla hoy. Esta no es la preciosa unidad mencionada por el Señor Jesucristo en Juan 17:8 que da a conocer la gloria del Padre y del Hijo.
Una unidad que no se basa en las palabras de Jesús es una unidad falsa.No es ni siquiera digna de ser llamada así. Por eso me niego a seguir los caminos de los populares protestantes Peter Kreeft y Ulf Ekman que finalmente se convirtieron al Catolicismo o de los mega pastores Kenneth Copeland y Joel Osteen que alaban abiertamente al Papa Francisco.
De todas formas, el movimiento a favor de la unidad ecuménica ha sufrido dos grandes golpes en estas últimas dos semanas. Por un lado, la Iglesia de Inglaterra finalmente aprobó la ordenación de mujeres al obispado –“
un evento grave que complica el camino ecuménico” en palabras del director del
Osservatore Romano Giovanni Maria Vian.
[1]
Por otro lado, el domingo pasado saltó la noticia inesperada:
Tony Palmer, el mediador principal entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia carismática, murió en un accidente de moto en el Reino Unido. El obispo anglicano dedicó los últimos seis meses de su vida a sembrar el mensaje de que la Reforma protestante había terminado. “La protesta de Lutero ha terminado. ¿Verdad? […] Si no hay más protestas, ¿cómo puede haber una Iglesia protestante?”
La Reforma protestante no ha terminado. Y mientras haya creyentes que creen que la unidad de la Iglesia se basa en las exigencias de las Escrituras (Juan 17:8, por ejemplo), el espíritu noble del protestantismo seguirá avanzando.
Dime, ¿cómo es posible caminar en unidad con el Catolicismo romano y ser fiel a Juan 17:8?
Respuesta: no se puede. ¿Por qué no? Algunas razones doctrinales serían la Mariología, oraciones a los santos, la sucesión apostólica, el purgatorio, la infalibilidad papal, la división entre los cleros y los laicos, la transubstanciación, la regeneración bautismal, los libros apócrifos, los siete sacramentos, los pecados mortales y veniales, etc.
Una vez más, estoy a favor de la unidad. Pero la unidad en los términos de Cristo. La unidad con los que creen y practican lo que Jesús enseñó. Como Charles Spurgeon (1834-1892) dijo una vez, “
La unidad en el error es la unidad en la ruina”.
Traducido por: Antonio Espino
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