Con el paso de los años, Superman ha ganado interés; aunque, además del tiempo, también ha podido influir la investigación. Es curioso cómo funciona la introspección de los superhéroes del cómic, más allá de la evolución de su vestuario y capacidades. A finales del siglo pasado (y podemos afirmar que esa tendencia permanece hasta hoy) surgió una especie de necesidad de conocer con la mayor precisión y profundidad posibles la psicología y las motivaciones de los personajes, al mismo tiempo que se miraba con un cierto cinismo a los defensores de la justicia.
Fue durante la presidencia de Ronald Reagan cuando surgió
The Watchmen, una novela gráfica de Alan Moore y Dave Gibbons en la que los vigilantes de la paz son puestos en duda como nunca antes, haciendo célebre la frase: “¿Quién vigila a los vigilantes?”. La década siguiente fue la consagración de autores como Neil Gaiman, Frank Miller o Mike Mignola, quienes exploraron los aspectos más oscuros de los héroes tradicionales y crearon una visión poco grandilocuente, entornos donde lo que resalta es la figura del antihéroe, con sus conflictos morales más cercanos a un universo de lectores cansados de promesas de salvación.
Es por eso por lo que sorprende la aparición en 1999 del cómic que hoy nos ocupa: Superman: para todas las estaciones (Superman For All Seasons en su versión original), del dibujante Tim Sale y el guionista Jeph Loeb, en colaboración con el colorista Bjarne Hansen. La serie limitada de cuatro números recibió el premio Wizard y dos años después el Haxtur a la Mejor Historieta Corta en el Salón Internacional del Cómic del Principado de Asturias-Gijón. Sorprende porque retoma la inocencia de Clark Kent en Smalville, celebra la vida del campo e incluso habla abiertamente de la amenaza comunista tan característica en los cómics de los años cincuenta; regresaba la esperanza, por primera vez en décadas y tras las continuas depresiones de sus protagonistas, en forma de trazos gruesos en amarillo, rojo y azul.
Al mismo tiempo, se cuenta la historia de cómo el chico de campo de Kansas que aún no es consciente del todo de su potencial se transforma completamente en el Hombre de Acero, tal como lo conocemos. Hay muy poca acción en estas doscientas páginas, centradas en la reflexión sobre el bien, la complejidad de convivir con esos superpoderes (hay momentos en que parece que Superman sabe que es un icono sociocultural), y la profundidad de los personajes secundarios.
Las cuatro partes están narradas desde el punto subjetivo de un personaje diferente. Para los creadores de la serie de televisión Smalville, este retrato intimista toma una proporción “legendaria. Este libro es un hito en el canon de Superman”.
Primavera. Jonathan Kent
Como si se tratara de un western de John Ford, con esa misma grandeza y emotividad (gracias también al trabajo impecable con el color de Bjarne Hansen), la primera de las historias cuenta cómo antes de Superman había un hijo. En este momento de su biografía, Clark Kent no ha descubierto aún su procedencia extraterrestre, ni sabe hasta dónde puede llegar con su fuerza.
Primavera nos muestra al Clark Kent de su último año de instituto: un tipo bonachón, bueno en los deportes y en las tareas de la granja, a ratos taciturno y distraído, con una prometedora relación con su vecina Lana Lang y un amigo (Pete Ross) que sueña con ganar una fortuna y nunca saldrá de Smalville.
La vida en este pueblo de Kansas es la que todos imaginamos, pero algo que plantea esta historieta es la razón por la que Kent decide irse a la enorme Metrópolis; es un detalle en absoluto menor. Jonathan Kent, alguien que se toma las cosas como vienen, que no es mucho de ir a la iglesia, nunca dudó de que “la Madre Naturaleza podía arrasarlo todo cuanto fuese necesario. Podemos labrar la tierra, sembrar los campos y recoger los frutos. De vez en cuando, tenemos que pagar un precio”. En
Primavera, ese precio toma forma de tornado, y mientras salva a varios habitantes del pueblo, el futuro Superman se da cuenta de que podía haber hecho más, del mismo modo que está en su capacidad de decisión elegir una carrera, cambiar de ciudad, o hacer el bien.
Con esta incertidumbre, acude al pastor Linquist. Él le dice que “puede que el Señor nos haya dado las herramientas, pero el hombre tiene que arreglarlo”. Clark le pregunta poco después: “¿Y si un hombre pudiera evitar esta destrucción?”. Linquist responde que “cuando el Señor fija un curso, no hay nada que ningún hombre pueda hacer”. Clark se acaba cuestionando (y de paso a nosotros): “Pero, ¿y si hubiera uno?” Esta es la clave que hace a Superman único, y el principio por el que fija su residencia en la gran ciudad: allí no combate catástrofes naturales, sino a delincuentes. Como dice Jonathan Kent: “Nunca me gustó mucho Metrópolis. No se puede ver el horizonte a menos que vayas volando. Quizá por eso Clark eligió instalarse allí después de todo”. Y allí se dirige, con el famoso traje en la maleta, un traje confeccionado por su madre.
La conclusión final a la que llega Jonathan Kent es similar a la que podría llegar cualquier otro cuando el hijo abandona el hogar: “A fin de cuentas, no estoy seguro de que seamos tan distintos de otros padres. Nos preocupamos por nuestro hijo. Que coma bien. Que haga amigos. Que no le pase nada. Incluso aunque sea Superman”.
Verano. Lois Lane
Con los personajes de cómic hacemos algo curioso: damos muchas cosas por hechas, sin preguntarnos demasiado lo que les ha conducido a ello. Un ejemplo es la profesión de Clark Kent. ¿Por qué se hizo periodista? El gran acierto de
Las cuatro estaciones es que se proporcionan respuestas de peso (no únicamente ingeniosas) a muchos de estos interrogantes. Su compañera rival, Lois Lane (que está enamorada del superhéroe, mientras Lana lo está de Clark), nos enseña una máxima periodística que se ajusta muy bien a la historia, y a la verdadera vocación: “Un reportero sigue tres reglas. No creas nada de lo que oigas. La mitad de lo que veas. Y todo lo que escribas”. Máxima que deja de tener relevancia cuando entra en escena Superman, y entonces se convierte en la obsesión de la ciudad.
A esto se suma la gran inquietud: Si puede hacer casi todo lo que quiera, si puede doblar acero con las manos, volar y ver a través de las paredes, y escuchar tan lejos… ¿por qué elige el bien? Es una pregunta llena de sentido, cuando “vivimos en un mundo en el que nadie se juega el cuello por nadie”. ¿Lleva el concepto de bien incorporado en su condición? La reportera especula con mil cosas. Pero sobre todo con el “elemento humano”. ¿Dónde está Superman cuando no hay nadie a quien rescatar? Cree que si encuentra la contestación adecuada, si averigua cómo es la “fortaleza de la soledad” de Superman obtendrá algo más interesante sobre lo que escribir, aspecto donde se ve continuamente superada por su compañero Clark Kent, alias “Smalville”.
Otoño. Lex Luthor
Según los cálculos de Lois Lane, “si Lex Luthor se encontrase un billete de 100 dólares tirado en la calle, no le compensaría el tiempo que tardase en agacharse para cogerlo”.
Otoño empieza con el gran agente de corrupción pisando una portada del Daily Planet que anuncia su detención, con la colaboración de Superman. Pero con quien realmente está resentido es con la propia ciudad: “Era mi dama. Crecí acostumbrado a su rostro. Aun así, me traicionó”.
Por ello, emplea la ciudad como modo para desorientar a Superman. A su modo, como Lois Lane, cavila mucho sobre la vida interior del superhéroe. Antes que la kriptonita, existen medios psicológicos de provocar tensión: si de algún modo puede abrumarle con la posibilidad del fracaso, con la idea de que “ser el más poderoso no significa nada si estás solo”, si logra hacerle ver que sus poderes son, aun con todo lo visto hasta entonces, limitados, entonces puede llevar al protagonista a un duro y largo invierno. Del mismo modo que Superman dudó en
Primavera si podía haber hecho más con el asunto del tornado, en
Otoño se da cuenta de que en la ciudad también pueden ocurrir cosas en las que no puede intervenir. Luthor emplea para su beneficio dos creencias muy extendidas en nuestra época: una es que podemos estar solos (algo incluso deseable); la otra es que todo depende únicamente de nuestras acciones. Pero ya sabemos que esto sólo conduce al invierno de la culpa, y a la necesidad de aislamiento.
Invierno. Lana Lang
“Cuando eres joven, lo único que tienes son tus esperanzas, tus sueños y tus oraciones”, dice la cuarta narradora del volumen. Esta vecina de Clark Kent, criada como él por padres adoptivos, es la única persona de Smalville (aparte de los Kent) que conoce su secreto. Ese secreto lo cambió todo, y asistimos en esta estación al cambio de un amor idílico a uno imposible, y el temor, la decepción o el enfado que este cambio puede producir a quien esperaba tanto de ello.
Crecer es doloroso. Pete, el amigo de infancia de Clark Kent, lo deja caer con una referencia a Corintios: “Cuando era niño, me comportaba como un niño. Ahora es el momento de dejarse de cosas de niños” (1ª Co. 13:11), dice en la cafetería de siempre, con los parroquianos de siempre jugando a una eterna partida de cartas. Pero hay algo más que una historia donde se encuentra la edad adulta bajo la lluvia y un final portentoso. El tomo comenzaba con una pregunta importante: ¿Por qué escogió Superman hacer el bien? Y Lana ofrece una lógica contestación: Nadie pregunta a la gente corriente por qué escoge el bien cuando lo hace. “Hay elecciones que todos tomamos no sólo para hacer el bien, sino para inspirar el bien en otros”.
Al final, los habitantes de Smalville se acercan a la iglesia tras otra amenaza natural que, por razones de peso, empuja a Superman a salir de su escondite. Un viejo pastor Linquist les habla precisamente de los problemas que conllevan las propias estaciones: “En momentos así, no es fácil recordar que a menudo encontramos recompensas mediante la adversidad. Que, en crisis, hombres y mujeres se definen por su comportamiento. Y aunque pueda que las hojas de un árbol estén marrones, y luego caigan, llegará la primavera, en la que ese mismo árbol se llenará de hojas, fortalecidas por la prueba del invierno. Debemos estar agradecidos por las estaciones, no importa lo crueles que puedan parecer. Pues es sólo mediante su paso…” que podemos apreciar lo que vendrá después.
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