Al escribir este artículo quizás este influido por la sensación del poco tiempo que tenemos por delante, pensando en la gran necesidad que observo en todos nosotros, de un cambio profundo y significativo en nuestras vidas y en nuestras iglesias.
Cuando uno lee la historia de la Iglesia a través de los siglos, está leyendo los capítulos más intensos y contradictorios de la misma historia de la humanidad en los dos últimos milenios. Aunque las iglesias se han desviado de la verdad y de la pureza de la Palabra en ciertos periodos históricos, también es cierto que siempre ha habido remanentes que han preservado y encarnado la verdad el Evangelio, más allá del oscurantismo espiritual que ha sumido a la Iglesia en ciertas épocas.
Dios siempre tiene algo así como “la simiente escondida”, como la definían los hermanos moravos. Estos
remanentes en muchos casos, son grupos de visionarios radicales, que nos proponen en su ortopraxís un retorno a las esencias de la fe cristiana.
Yo creo que de la misma manera, hoy hace falta un movimiento transversal en el cristianismo bíblico de esta generación que huya de los clichés que están aprisionando a las iglesias en el formalismo religioso y en la tediosidad espiritual que esta ahuyentando de nuestras iglesias no solo a los jóvenes, sino que también está impidiendo la
incorporación de nueva gente con perfiles sociales y culturales diversos, que sean atraídos a la fe en Jesús por
comunidades contemporáneas a la vez que bíblicas y saludables en su convivencia comunitaria.
En ningún caso estoy hablando de modelos esperpénticos, carentes de profundidad y de verdadero poder espiritual. Sin duda alguna,
este estilo de vida que sugiero, tiene que ser aprendido mediante un discipulado bíblico, dinámico y relacional ejemplificado en primera instancia por los líderes de las propias comunidades cristianas. A estas alturas y viendo lo visto, considero que hemos de cambiar nuestro manual de estilo en el fondo y en las formas.
Cuando hablo del fondo, estoy hablando de
encarnar las verdades del evangelio que predicamos sin cuestionamientos filosóficos o racionalistas, atreviéndonos a ser verdaderas comunidades de fe; y cuando me refiero a la forma, estoy pensando en
nuestra puesta en escena, tanto dentro como fuera de nuestras iglesias. Y me estoy refiriendo a
una contextualización inteligente más que a una contemporización perniciosa y claudicante que puede acabar intoxicando nuestra preciosa fe en la misma Palabra de Dios.
Considero que esta propuesta tiene que ser
equilibrada, lo cual no quiere decir miedo al cambio ni mucho menos, pero sí que
tiene que ser valiente, atrevida y hasta arriesgada para entrar en la dimensión de
lo nuevo de Dios para este final de los tiempos, donde tanta falta nos hace tener un encuentro o reencuentro con el mismo Espíritu Santo, para
recibir ese toque de gracia y poder que nos convierta en gente con una santa determinación para servir a Dios y a los hombres y mujeres de nuestra generación sin tantas dudas y vacilaciones como estamos viendo en gran parte de nuestro pueblo actualmente.
El tiempo apremia, si no queremos perder a toda una generación de nuestras iglesias, deberemos espabilar y ponernos manos a la obra. Pienso especialmente en la gente de mi generación quienes tenemos la responsabilidad de preparar cuanto antes el relevo generacional y escenificarlo claramente como si de un rito solemne de transición se tratara, para entregar la antorcha de la fe en estado puro.
Por supuesto que tampoco estoy sugiriendo nuestra desaparición, desde luego que no, para que no se produzca el síndrome de Roboam; pero sí la de
practicar un mentorazgo amoroso y sabio, cual Eliseo con el joven rey Joás y otros ejemplos bíblicos como el de Moisés, Elías, y Pablo entre otros.
Definitivamente considero que
nosotros también tenemos que realizar nuestras primarias, pero en clave bíblica como una Comunidad Responsable que le entrega a la nueva generación lo mejor de sí misma, cual David a su hijo Salomón que le preparo toda suerte de materiales y abundantes recursos para la construcción del templo de Jerusalén ordenado por Dios.
Concluyo mi reflexión inacabada, ¿que Casa vamos a prepararle a nuestro Dios en este tiempo?, como será ese punto de encuentro entre el cielo y la tierra que el Señor ha determinado levantar para reunir todavía a miles y millones de hombres y mujeres que vendrán a la nueva Casa de Dios en esta misma generación, huyendo de la ira venidera y registrando sus nombres en el Libro de la Vida, con la tinta de la preciosa sangre del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…
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