La carrera de
Billy Graham como evangelista le fue haciendo percibir en diferentes países y continentes un deseo de responder a las necesidades espirituales de la población. Su práctica de procurar que en sus campañas colaborasen el mayor número posible de iglesias le fue mostrando que había una inquietud generalizada por obedecer a la Gran Comisión de Jesús.
El otro arquitecto de Lausana, el pastor anglicano
John Stott, percibió la misma inquietud en el ámbito universitario en el cual evangelizaba y en su tarea pastoral en el centro de la ciudad de Londres.
Cuando ambos convocaron al Congreso de Lausana había un número notable de evangélicos en diferentes partes del mundo, que respondieron con entusiasmo.
La inquietud estaba también en otros ámbitos. Precisamente en 1974 el Sínodo de los obispos católicos de todo el mundo pidió al Papa Paulo VI un documento sobre la evangelización y al año siguiente apareció la encíclica
Evangelii Nuntiandi, documento sorprendente para un lector evangélico.
Por otra parte en la Asamblea del
Consejo Mundial de Iglesias en Nairobi, 1975 los participantes evangélicos insistieron en que se tratase el tema de la evangelización, y se desató un proceso que culminó en 1982 cuando el Consejo publicó una “afirmación ecuménica” sobre Misión y Evangelización.
Para quienes hemos seguido de cerca los procesos de descubrimiento mutuo, diálogo y consulta después de Lausana estas coincidencias no son casuales.
UN PUNTO DE PARTIDA ENTUSIASTA PERO HUMILDE
En el Congreso de Lausana hubo una atmósfera de entusiasmo por la tarea evangelizadora y de propuestas para avanzar en ella, pero también de realismo y hasta cierto punto de humildad, la cual no solía ser frecuente en el mundo de los ejecutivos de organizaciones evangélicas, particularmente en el mundo anglosajón.
Repasando el
Pacto de Lausana me han sorprendido de nuevo las
varias notas de autocrítica y arrepentimiento que lo matizan.
No hay espacio ni tiempo para todas pero
cito aquí algunas:
Dice la Introducción del Pacto “Impulsados al arrepentimiento por nuestros fracasos, y desafiados por la inconclusa tarea de la evangelización, nos sentimos profundamente conmovidos por las cosas que Dios está haciendo en nuestros días.”
Tuve el privilegio de ser parte del comité que redactó el Pacto y todavía recuerdo que
había participantes que no querían que hubiera referencia a “nuestros fracasos”. Hubo también debate sobre el párrafo 1 que
al final afirmaba: “Confesamos con vergüenza que a menudo hemos negado nuestro llamamiento y fallado en nuestra misión, conformándonos al mundo o separándonos de él.”
La nota de humildad que hace posible la autocrítica misionera aparece también en aspectos específicos como los referidos a la cultura, la falta de cooperación o el acomodamiento del mensaje.
Así en el párrafo 10 se afirma: “Las misiones, con mucha frecuencia, han exportado una cultura extraña junto con el Evangelio, y las iglesias han estado más esclavizadas a la cultura que sometidas a las Escrituras.”
En el párrafo 7 se admite: “Confesamos que nuestro testimonio ha estado a veces marcado por un individualismo pecaminoso y una duplicación innecesaria.”
Luego en el párrafo 12: “Reconocemos que nosotros mismos no estamos inmunes a la mundanalidad en el pensamiento y en la acción, es decir, a una contemporización con el secularismo… en el deseo de asegurar una respuesta al evangelio, hemos acomodado nuestro mensaje, hemos manipulado a nuestros oyentes por medio de técnicas de presión y nos hemos preocupado demasiado de las estadísticas y hasta hemos sido deshonestos en el uso que hemos hecho de ellas. Todo esto es mundanal.”
PROPÓSITO DESPROVISTO DE VOLUNTAD DE PODER ECLESIÁSTICO
Lausana es un movimiento, no una institución. El genio de los organizadores fue el de convocar a personas de todo el mundo que tuvieran vocación evangelizadora, sin importar su afiliación denominacional, ni su posición en una jerarquía eclesiástica.
El evangelicalismo de los organizadores era teológicamente articulado, y al mismo tiempo abierto y realista, sabiendo que el Protestantismo mundial está dividido en sectores muy diversos. Se puede decir de los auspiciadores y organizadores como Billy Graham, John Stott, Leighton Ford, el Obispo Jack Dain, el evangelista Paul Little, para mencionar a unos pocos, que tenían al mismo tiempo convicción evangélica y apertura por encima de criterios denominacionales o institucionales estrechos.
Tuve el privilegio de participar en la Comisión de programa y fui testigo de intentos de descalificación de algunos participantes y expositores por personas cuyo evangelicalismo era más bien cerrado, aislacionista y separatista, es decir de talante más cercano al fundamentalismo: “Si participa fulano, yo me salgo”.
[1] El genio de Lausana fue conseguir un consenso teológico amplio que está bien expresado en el
Pacto.
Otro factor importante es que Lausana no amenaza a nadie. No es un grupo de poder interesado en la política institucional eclesiástica. No se arroga la representatividad de mayorías de iglesias o personas. Busca sobre todo el consenso y la cooperación en lo que concierne a la evangelización y la acción misionera, el estímulo mutuo y el apoyo efectivo.
[1] Me he ocupado del Fundamentalismo en Maximo García Ruiz, Ed.
Protestantismo en cien palabras, CEM, Madrid, 2005.
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