No creo que el fútbol provoque violencia ni racismo. No por sí solo. Aunque es una excusa perfecta: pasiones desbocadas, un falso concepto de superioridad moral por ser de uno u otro color (de camiseta), la sensación de que cada torneo es la oportunidad más importante (quizá única) de dejar una impronta en la memoria de un colectivo determinado. Todas estas características conforman la justificación de la violencia contra el otro; y justificar tiene mucho que ver con esa idea de pensar que se está condenado de antemano, de que hay una consecuencia lógica detrás de todo mal. Por otro lado, no todo el que justifica algo, incluso algo tan grave como la violencia, es necesariamente violento, pero contribuye aun partiendo de la ignorancia a que esa violencia (o cualquier otro mal) suceda y tenga partidarios. Es un asunto complejo, lo suficiente como para despacharlo con la apelación a una minoría que nos avergüenza. Por esta razón, el fútbol como actividad social, quizá ha desatado cosas que no pretendía en un origen.
Hay otros deportes de contacto, como el rugby, que no se han visto tan rodeados del fanatismo que se suele atribuir al fútbol, aunque lo tengan. ¿Por qué? Una explicación para este y otros problemas puede estar en el modo en que se ha visto a este deporte como un lucrativo negocio que normalmente beneficia a unos pocos individuos a costa de los demás; donde hay negocio hay necesidad de control, y donde existe esta necesidad se acomoda el miedo y la extremismo. En el fútbol hay historias hermosas, hay verdaderas lecciones que aprender; creo que son las que más pesan. Sin embargo, no está libre de injusticias. Entre todas las injusticias que podemos tratar, hay dos que destacan por el modo condescendiente con que la sociedad suele observarlas: el racismo y la explotación laboral de menores. Insistimos en que no conforman al fútbol en sí; ni siquiera tendrían que formar parte de su entramado económico. Pero son injusticias que existen y se les permite existir.
El editor norteamericano Sean Wilsey habla de la violencia en el fútbol: “los desmanes de los hooligans y los tumultos en estadios abarrotados son lo que muchos estadounidenses asocian con este deporte. Pero el fútbol también ha demostrado tener una capacidad única para salvar diferencias y superar prejuicios nacionales. El hecho de que el Mundial pudiera celebrarse a la vez en Corea del Sur y Japón, como sucedió en 2002, fue una victoria de la tolerancia y el entendimiento. En menos de medio siglo, Corea del Sur ha pasado de impedir que la selección japonesa cruce sus fronteras para disputar un partido de clasificación para la Copa del Mundo, a organizar el torneo junto con su antiguo invasor. Démosle al mundo 50 años más y puede que veamos un Mundial organizado conjuntamente por Israel y Palestina. ¿Por qué no? La universalidad del fútbol estriba en su sencillez, en que puede jugarse en cualquier lugar, con cualquier cosa”.
Me gusta esa idea de que, debido a su sencillez, el fútbol tiene la capacidad de unir a las personas. De ahí que la vulgar sofisticación a la que a veces se ha sometido, resulte además de todo punto antinatural. Y luego, cómo no, hay ciertas actitudes en las que es fácil caer pero no ayudan demasiado a resolver los problemas. Como si para que el fútbol para que sea tal necesitara de un punto de fanatismo para ser creíble, de determinados tópicos y de ciertas ignorancias amables para que la fiesta siga su curso. ¿De qué clase de actitudes, o de posturas, hablamos? Pues una se escucha cada vez que se produce un disturbio en un estadio, por ejemplo. Esa frase que solemos pronunciar: “son solo dos o tres [ponga aquí su apelativo favorito] que quieren hacer ruido, pero no representan a la mayoría”. Por supuesto que un campo no está exclusivamente ocupado por hooligans, pero eso no quita que si sumemos a los dos o tres de cada disturbio semanal no obtengamos una cifra inquietante de vandalismo. El problema, además, es que identificamos el mal comportamiento con un sector social, cuando en realidad hay hasta padres de familia que acuden al campo con sus hijos y los ves arrojando sobre los jugadores o el árbitro todos los tacos que un ser humano es capaz de inventar. Claro que, esto hay que permitirlo porque, una vez que alguien compra una entrada, tiene todo el derecho del mundo a insultar y a convertirse en un energúmeno, aunque solo sea por un par de horas. De hecho, nos hace hasta gracia que una señora de ochenta años se permita incluir a la madre del árbitro en ya sabemos qué sector profesional.
Como contraste, un jugador de fútbol, y aquí entramos en el tema del racismo, no puede quejarse a la grada.
Está mal visto que un jugador recrimine al público de casa (no digamos ya al que lo “recibe” como local) su actitud. Recuerdo aquél partido en el que el camerunés Samuel Eto’o se plantó cuando iba a sacar un córner y dijo al árbitro que no jugaba hasta que dejaran de llamarle “mono” desde la grada. Sorprendentemente, el árbitro le dio la razón, y también gran parte de su equipo; al contrario que muchos medios de comunicación (fuera de la llamada “caverna mediática”), que reprobaron su queja por, atención, poco elegante. Lo mismo en el caso más reciente del plátano que algún gracioso lanzó a Neymar, recogido y mordisqueado por Dani Alves como gesto de protesta. Parecía que quien quedaba fuera de lugar, el autor del agravio, era el jugador, y no el que provocó la situación. No sé en el extranjero, pero en España queda muy bien eso de soportar las calamidades en silencio; ya sea por no llevar las cosas más lejos, o por la presunta elegancia del que nunca protesta, hay una cierta inclinación a convertir en héroe al tipo que aguanta estoicamente toda clase de improperios y nunca se cansa. Quizá forme parte de nuestro trasfondo histórico, en el que la queja siempre ha sido para los señoritos y es preciso idolatrar a quien mejor demuestre lo mal que lo ha pasado en esta vida con su rubor silencioso, con la valentía que supone padecer y aguantar. Todo muy taurino y muy romano.
Otro camerunés, Despin Tchoumke, del mismo barrio de Eto’o redactó un texto para el periódico El Mundo (
http://www.elmundo.es/cronica/2014/05/04/5364b0fcca4741c96b8b456d.html) donde contaba sus experiencias con el racismo al llegar a Europa para ganarse la vida, como uno más. A la gente le sorprendía mucho que no hubiera saltado ninguna valla (la de los prejuicios aparte) para llegar a Madrid, que no hubiera cruzado el Estrecho en patera, y que nunca haya cruzado el desierto; incluso se ganó alguna carcajada al decir que era de Burgos. El modo simpático de expresar el tema, no deja de ser preocupante: “nunca, es verdad, me han lanzado un plátano, pero sí me han preguntado si en África vivimos en casas”. Es ese factor ya no de ignorancia de una cultura determinada, sino de elegir permanecer en esa ignorancia, lo que crea una justificación para problemas como el racismo. Si trasladamos esa falta de interés por el otro (es posible que por miedo) a una olla a presión como un estadio de fútbol, ya tenemos el conflicto asegurado.
Explica Tchoumke: “Antes de llegar aquí, creía que Europa era mucho menos racista de lo que después he podido conocer. Especialmente tratándose del siglo XXI. Pensaba, y pienso, que el racismo era una invención de aquellos que, durante mucho tiempo, han dominado mi continente. Racismo es separar y dividir con el objetivo de vencer sobre otros. Lo que sucede es que este sistema ha calado muy hondo en la sociedad europea, creando divisiones sociales en todos los países de la Unión”. Su ONG, Bazou Young Association, intenta suplir las necesidades de aquellos que sufren desigualdades raciales y de todo tipo, pero a veces se encuentra con el racismo que más le molesta, el institucional. “Aquel que, desde la Administración, dificulta la vida de tantos especialmente si son extranjeros en todo lo que concierne a plazos, fechas, entregas y documentación. Incluso cuando se trata del mito de la nacionalidad española, ese reto de sentirse español, de tener toda la documentación necesaria. Pero las cosas no terminan ahí. A menudo los inmigrantes, cuando presentan su nacionalidad, han de escuchar de la Policía comentarios como: ‘A pesar de ese papel, no eres español’. El Gobierno, todos los partidos, tienen la obligación de integrar en sus equipos personas capacitadas para hacer una labor política a favor de la integración. Me da igual que esas personas sean africanas, españolas o latinoamericanas. Basta con que estén capacitadas para esa responder a esta necesidad social”.
El fútbol, como fenómeno social, como espejo de lo que podrían ser nuestras grandes virtudes, debe empezar por eliminar el racismo de sus estadios y de sus instituciones; si diera con la fórmula para hacerlo, podría dar un ejemplo absoluto. Cabe preguntarse si a las federaciones internacionales les interesa cortar con el extremismo. A veces, tristemente, da la sensación de que el racismo desaparece de un jugador solo cuando su salario es muy alto, y siempre que no lo sea demasiado.
La otra gran injusticia puede ser más grave aún. Porque al menos con el racismo podríamos buscar una excusa barata y disimular que es parte del ser humano ese miedo ancestral al miembro de otra tribu. Podríamos sostener sin dar excesivas explicaciones que ha existido desde siempre (como si eso lo resolviera), y pronto tendríamos partidarios que afirmen que, mientras no entres en expresiones abiertamente racistas, puedes mirar mal al inmigrante porque todo el mundo lo hace. En el caso del negocio con menores, es difícil estar en contra de una industria tan potente como la de los niños futbolistas.
El chileno Juan Pablo Meneses publicó un libro el año pasado sobre el tema, fruto de intento real por parte del periodista de encontrar al nuevo Messi o Neymar. En el transcurso de la investigación, siguiendo la trayectoria de varios chicos con oportunidades de “llegar”, se encontró con casos tan graves como el del fichaje en un equipo europeo por una promesa ¡de dieciocho meses! Mi hijo de dos años parece que ya lo tiene difícil. Son casos extremos, es evidente. Pero lo que viene a reflejar este trabajo es el modo en que los chavales pasan a ser una especie de inversión, la tremenda presión que se llega a ejercer sobre personas en plena formación, cómo acaba valiendo todo en el ámbito legal para traspasar jugadores de edades tan bajas de un continente a otro (casi todos dejan su país antes de la mayoría de edad por una “perspectiva”), y si es necesario forzar las leyes o pagar una multa a cambio de una suntuosa operación comercial, pues se hace.
España es, siguiendo una conocida cita de Manuel Vázquez-Montalbán, un pueblo “que nace para comprar futbolistas”, generalmente procedentes de esa máquina exportadora de la carne de futbolista que es América Latina. En una entrevista al autor se le pregunta lo siguiente: “¿Qué paradoja te resulta más poderosa, la de un país en crisis, donde cuantos más problemas más fútbol necesita la gente, o la de un club grande que afianza su imagen sobre la importancia de los valores mientras llena su cantera con niños pobres proveniente de un negocio que se ha vuelto industrial?” Claramente se hace alusión al F. C. Barcelona, que esta temporada ha visto cómo salían a la luz escándalos sobre las prácticas de compra-venta de menores; desde luego, no es el único club donde se han dado estos casos, pero de algún modo se ha convertido en paradigma. La respuesta de Meneses es reveladora: “La crisis económica española es un gran fantasma de
Niños futbolistas (Blackie Books). Un país que cuantos más problemas tiene, más fútbol quiere. Lo del Barcelona fue una sorpresa del viaje de dos años. Casi no hay niño futbolista en América Latina que no sueñe llegar al Barça. Y por otro lado, la institución se ha convertido en una gigantesca maquinaria que aspira chicos de todo el tercer mundo con tal de sacar una nueva perla. En los mismos años que el equipo llevó en su camiseta a la UNICEF, fueron perfeccionando una estructura casi perfecta que organiza campeonatos, concursos, campamentos, programas de TV, y todo lo imaginable para reclutar a los niños que pueden llegar a ser figuras. Y ahí entra la gran paradoja. A todos nos parece mal que nuestro equipo destierre a cientos y cientos de niños menores de edad de otros continentes, para ver si sale uno bueno. Pero, sin embargo, todos vamos a celebrar los goles de ese chico cuando triunfe. Y vamos a llorar de alegría con su gol, especialmente si el país está en crisis”.
Entre muchas otras conclusiones, esta crónica extrae las siguientes (resumo la idea central de cada apartado desarrollado en el capítulo central):
1) Se entiende por niño futbolista a los menores de dieciséis años, edad en la que el que no ha triunfado ya está más bien cerca de la vejez.
2) Hasta hace poco tiempo, doce era una edad muy temprana para comprar un jugador y llevarlo a Europa, pero la tendencia actual del mercado consiste en fichar a los diez años.
3) El fútbol como negocio contiene un alto riesgo de inversión. Comenta Meneses que “lo más probable es que el niño nunca llegue a debutar en primera división y que todo lo ingresado se convierta en gastos (…) Los clubes grandes están más dispuestos a comprar niños que no deban pagar derechos de formación a sus clubes de procedencia”.
4) “Todos esos jugadores que salen a la cancha los domingos no nacieron estrellas, sino que tienen una historia y un origen y han recorrido un camino que vale la pena tener en cuenta y celebrar cada vez que marcan un gol”, sentencia el autor del libro.
5) También puede resultar injusto cargar sobre los padres de los niños futbolistas las culpas de la exigencia. Todos los padres desean que sus hijos lleguen lejos. Revertir las cosas incluye en una gran medida a la educación.
Estas y otras injusticias nos enseñan que hasta lo más simple y puro, como un balón y unas porterías, puede acabar contaminado si únicamente pasa por nuestras manos; es interesante observar cómo se ha deslizado ese principio en nuestro modo de vivir, en todas las realidades que conforman nuestra vida.
Una cosa grande que tiene el fútbol es que no se puede fingir demasiado tiempo. Sigue siendo un deporte noble, pero también es un enorme espejismo sobre un descomunal escenario que a menudo nos impide ver lo que ocurre tras el telón, no siempre agradable como ya hemos comprobado. Pocos ámbitos como este demuestran lo rodeados que estamos de vanidad, de nuestra condición necesitada de lo eterno. Quizá sea un paso importante darnos cuenta de ello. De hecho lo trataremos con más profundidad la próxima semana cuando hablemos del fútbol y sus aspectos religiosos.
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ALGUNOS PARTIDOS INTERESANTES PARA ESTA SEMANA:
Domingo 22 de junio:
18.00 Bélgica – Rusia (Plataformas de pago)
En el partido contra Argelia, los belgas demostraron que pueden ser un equipo a tener en cuenta. Llevan tanto tiempo fuera de las competiciones mundiales, que esperamos lleguen lo más lejos posible. Con todo por decidir en este grupo de clasificación, de aquí pueden salir los favoritos para la siguiente fase.
00.00 EE.UU. – Portugal (Telecinco)
Portugal tiene que ganar sí o sí para aspirar a hacer algo en este torneo, aunque sembró muchas dudas en el enfrentamiento contra Alemania, un equipo que ha robado lo mejor de nuestra selección nacional, lo ha reutilizado muy bien y le está dando grandes resultados, además de un fútbol muy vistoso. Estados Unidos puede llegar a su partido grande de finales de esta semana con la tranquilidad de asegurarse la clasificación.
Martes 24 de junio:
18.00 Italia – Uruguay (Cuatro)
Sobre el papel, este partido tiene todas las papeletas de repetir el espectáculo que fue el choque entre italianos e ingleses. Italia puede quedar primera de grupo (y eso significa un rival teóricamente más accesible para la fase siguiente). Uruguay necesita ganar para pasar; después de la sorpresa fatídica ante Costa Rica y a pesar del sufrido triunfo (gracias a la recuperación momentánea de Luis Suárez) contra Inglaterra, sigue generando dudas.
Jueves 26 de junio:
18.00 EE.UU. – Alemania (Plataformas de pago)
Es altamente probable que ninguno se juegue nada a estas alturas (depende sobre todo de los norteamericanos que sea así). Sin embargo, tiene su interés geopolítico: ninguno de los dos (ya contemos a la potencia o a la selección nacional) sabe estar sin competir.
A partir del sábado 28 se desarrolla la segunda fase, así que será difícil encontrar un partido que no sea interesante para el aficionado.
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