Poeta del amor: ésa es una de las caracterizaciones que ha recibido Efraín Huerta, no con poca justicia. Es uno de sus registros más notorios y en el que se manifiesta su capacidad evocativa, incluso cuando aparecen en sus versos elementos sórdidos o de difícil lectura. Cuando desplegó sus alas líricas en ese sendero, encontró una expresión inédita en la poesía mexicana, sin olvidar sus fuertes lazos con la tradición. El centésimo aniversario de su natalicio es una excelente oportunidad para “rescatar” su voz de la aparente marginalidad en que se encuentra, aunque hay que reconocer que es inconfundible en el concierto de la lírica producida en el país azteca precisamente por la manera en que supo conjuntar y complementar su amplia capacidad para decir verdades sociales con un tono crítico sin ser panfletario y, al mismo tiempo, contemplar detenidamente la vida, sus menesteres, encantos y desencantos sin perder nunca el tono justo que lo llevó tantas veces a un verso de gran respiración, al que incluso se le puede encontrar afinidades con el versículo bíblico, de tan profundo que es su aliento para cantar lo que le afectaba directamente.
Sobre las vertientes huertianas escribió Carlos Montemayor: “En todos sus poemas hay especialmente un combate áspero, doloroso, de una riqueza contradictoria que desemboca a veces en el escarnio, en el desastre o en la ternura; es un combate del ser humano en su amplia gama de miserias, rencores, odios, ternura. De los reflejos de ese diamante primordial, el universo poético de Efraín Huerta podría entenderse bajo estos puntos cardinales: amor, política, ciudad y asolamiento”.
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Así se puede leer
Línea del alba (1936), poema en ocho secciones en donde aparece su obsesión por el amanecer, ese momento del día que lo anuncia todo y que puede anunciarlo y contenerlo todo también, y que preludia lo que será
Los hombres del alba (1944), acaso el mayor logro de su trayectoria. “Letra capitular del día:/ ancha de corazones y gotas de aguamiel,/ dintel perfecto, lago de leche deslavando ternuras, […]/ El alba redimida”.
2 De esa manera inicia este canto donde el amor se trasluce en los versos encadenados que dan cuenta de la forma en que el hablante experimenta la cercanía femenina anhelada: “Tienes la frente al alba:/ ella cuenta los poros de tu cuerpo,/ en laderas de sueño”. El alba se desdobla como metáfora visual, iluminada, para expresar lo vivido, lo intuido y lo anticipado del placer amoroso:
Alba de añil vagando entre palomas,
asombro de montañas y de plumas,
blanda manta del día, perfecta causa
de los estanques con violines claros. […]
Alba de añil hiriéndonos la muerte
que tenemos por sueño y por amor,
desesperando besos, despedidas,
tirando espejos en el mar del día.
“Alba e iniciación amorosa conforman el territorio donde se confunden los opuestos, antes de acceder a un nuevo estado —y un nuevo tiempo. […] Las connotaciones del alba (del alba redimida, no del alba cotidiana) son las de servir de escenario amoroso y de simbolizar el nacimiento de nuevas posibilidades de existencia”.
3 El poeta y crítico Rogelio Guedea, avecindado en Nueva Zelanda, en su magnífica crónica de la poesía mexicana afirma enérgicamente el lugar del amor en la poesía de Huerta y cómo la atraviesa completamente:
Caras de una misma moneda, ningún ámbito de su poesía demerita al otro: la poesía comprometida no es inferior a su poesía urbana ni su poesía urbana lo es de su poesía amorosa porque a todas Huerta supo darles la misma dimensión lírica, incluidos sus poemínimos. Si bien es cierto que el amor es un elemento que destaca en Huerta, también es cierto que no es un elemento aislado sino aglutinante.
No: el amor no es el tema de su poesía sino el espíritu de todas las formas que es su poesía. El amor habita toda su poesía adquiriendo los rostros de la denuncia cívica, del arrebato o el celo apasionado, de la ironía o el sarcasmo e, incluso, de la tristeza o la melancolía. El amor es “toda su fuerza” y tiene su zona tangible […]
…el amor es en sí mismo la patria del poeta, su único y verdadero lugar de convivencia.
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Guedea pone un ejemplo contundente de esta “metapoesía amorosa” de Huerta:
¿El poema de amor? Discretamente
habría sido resuelto en una frase.
Por ejemplo, decir: “Amada mía…”
Pero aquí llegas tú, puntual, serena,
a cerrarme la boca dulcemente.
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De
Estrella en alto (1956) es este formidable poema que lo muestra en toda su plenitud, incorporando las influencias que lo marcaron (el surrealismo, García Lorca) y los nuevos horizontes alcanzados en su expresión. Con textos como éste, Huerta consiguió a pulso, y con toda justicia, ubicar varios de sus poemas dentro del selecto grupo de autores/as que, no sólo en la poesía mexicana, sino en el espectro de la lengua española, han dejado una impronta perdurable.
Éste es un amor
A Rosaura Revueltas
Éste es un amor que tuvo su origen
y en un principio no era sino un poco de miedo
y una ternura que no quería nacer y hacerse fruto.
Un amor bien nacido de ese mar de sus ojos,
un amor que tiene a su voz como ángel y bandera,
un amor que huele a aire y a nardos y a cuerpo húmedo,
un amor que no tiene remedio, ni salvación,
ni vida, ni muerte, ni siquiera una pequeña agonía.
Éste es un amor rodeado de jardines y de luces
y de la nieve de una montaña de febrero
y del ansia que uno respira bajo el crepúsculo de San Ángel
y de todo lo que no se sabe, porque nunca se sabe
por qué llega el amor y luego las manos
—esas terribles manos delgadas como el pensamiento—
se entrelazan y un suave sudor de —otra vez— miedo,
brilla como las perlas abandonadas
y sigue brillando aun cuando el beso, los besos,
los miles y millones de besos se parecen al fuego
y se parecen a la derrota y al triunfo
y a todo lo que parece poesía— y es poesía.
Ésta es la historia de un amor con oscuros y tiernos
orígenes:
vino como unas alas de paloma y la paloma no tenía ojos
y nosotros nos veíamos a lo largo de los ríos
y a lo ancho de los países
y las distancias eran como inmensos océanos
y tan breves como una sonrisa sin luz
y sin embargo ella me tendía la mano y yo tocaba su piel
llena de gracia
y me sumergía en sus ojos en llamas
y me moría a su lado y respiraba como un árbol despedazado
y entonces me olvidaba de mi nombre
y del maldito nombre de las cosas y de las flores
y quería gritar y gritarle al oído que la amaba
y que yo ya no tenía corazón para amarla
sino tan sólo una inquietud del tamaño del cielo
y tan pequeña como la tierra que cabe en la palma
de la mano.
Y yo veía que todo estaba en sus ojos —otra vez ese mar—,
ese mal, esa peligrosa bondad,
ese crimen, ese profundo espíritu que todo lo sabe
y que ya ha adivinado que estoy con el amor hasta
los hombros,
hasta el alma y hasta los mustios labios.
Ya lo saben sus ojos y lo sabe el espléndido metal
de sus muslos,
ya lo saben las fotografías y las calles
y ya lo saben las palabras —y las palabras y las calles
y las fotografías
ya saben que lo saben y que ella y yo lo sabemos
y que hemos de morirnos toda la vida para no rompernos
el alma
y no llorar de amor.
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