Como decíamos en la introducción de la pasada semana nuestro tema nació con el mismo evangelio. Desde que el eterno Logos, Hijo de Dios, se "contextualizó" en carne humana y asumió como suya propia la cultura judía del primer siglo, los cristianos se han encontrado ante el desafío de un cristianismo culturalmente encarnado (y la tentación de un cristianismo culturalmente cooptado).
Los teólogos han reconocido en la encarnación "el escándalo de la particularidad": aquel en quien "todas las cosas tienen su coherencia" (Col 1.17) y que "sustenta todas las cosas con la palabra de su poder" (Heb 1.3), asumió la identidad específica de un varón (no mujer) judío (no samaritano ni otra cosa), galileo (no sureño de Judea), de inicios del primer siglo (ni de otro siglo, ni de mediados ni fines del primer siglo). Tuvo "abolengo" específico, de lo que dan testimonio las geneologías, y sin duda una "herencia genética" como todo ser humano que nace.
Difícilmente podría haber dos palabras más diametralmente opuestas que "Verbo" (logos) y "carne" (sarx). En Jn 1 la primera señala la deidad de Cristo y su significado universal como principio, sentido y fin de toda la realidad. La segunda palabra, sarx (en contraste con soma o ánthropos), apunta a la fragilidad y la vulnerabilidad de la existencia humana. Apunta también a la concreción particular de un individuo. No se puede ser sarx sin ser específica y concretamente alguien, y no otro ni el "ser humano" en general. Es imposible ser humano sin ser "alguien", sin ser varón o mujer; sin tener determinada nacionalidad, cultura o etnia y no ser indiscriminadamente de toda cultura y por eso no ser realmente de ninguna. La sarx de Cristo definió radicalmente la escandalosa particularidad específica de su identidad cultural.
Paul Tillich (Teol Sist 1:15-18) ofrece un valioso análisis de esta correlación de logos y sarx. La teología cristiana, afirma Tillich, procede "en una manera que implica que ella es la teología. La base de este reclamo es la doctrina cristiana que el Logos se hizo carne, que el principio de la auto-revelación divina se ha hecho manifiesto en el evento de Jesús como el Cristo". Entonces "la teología cristiana ha recibido algo que es a la vez absolutamente concreto y absolutamente universal". Tillich señala que religiones sacerdotales y proféticas pueden ser muy concretas, pero sin universalidad; religiones místicas y metafísicas pueden ser universales pero no concretas (p.16).
Tillich señala que el Logos, que era "universal" pero no "abstracto", se hizo "concreto" (no meramente "particular"). Al asumir la humanidad concreta de sarx, no perdió la universalidad del logos ya encarnado en la particularidad de un individuo específico, Jesús de Nazaret. La única forma de ser humana es en la particularidad concreta de un determinado sexo, cultura/etnia, edad y época histórica, genio y figura. Al hacerse carne, el eterno Verbo asumió esa particularidad concreta sin dejar de ser el Logos universal.
"Si Jesús es el Cristo", escribe Tillich, "tiene que representar todas las realidades particulares y tiene que ser el punto de identidad entre lo absolutamente concreto y lo absolutamente universal" (p.17). Para explicitarlo más: Jesús en su particularidad era varón, y no menos varón que cualquier otro ser humano masculino. Pero en ese género masculino, como particularidad de una concreta existencia humana, estaba presente el Logos universal.
Por eso el Verbo no se identificó menos con las mujeres que con los hombres. Jesús no era ni negro africano ni blanco europeo, pero en su identidad específica de semita del Cercano Oriente, en una auténtica vida humana de total profundidad, se identificó plenamente con los negros, con los blancos, y con los indígenas de nuestras tierras. Como judío que era, podemos estar seguros de que Jesús era "tan judío como quién más" porque asumió plenamente su identidad étnica y nacional.
Sin embargo, como veremos, eso no significa que todo cristiano después tiene que asumir una identidad judía, como si la encarnación viniera a absolutizar la particularidad cultural en que el Verbo fue encarnado. Significa más bien que los que están "en Cristo" también van a encarnarse plena y profundamente en su propia cultura, sea la que sea. La encarnacion del Hijo es el paradigma para la autenticidad cultural del pueblo suyo y el cuerpo suyo en toda época.
La encarnación significa que la cristiana maya, por ejemplo, no debe ser menos maya por ser cristiana sino más bien "la más maya de las mayas" (y otro tanto para quichua, quechua, aymara y cualquier otra cultura). Pero también la encarnación misma, y el Encarnado, les dará el paradigma para la manera en que han de estar plenamente identificados, en fidelidad cristiana y evangélica, dentro de la cultura en que han nacido y donde Dios los tiene presentes. En Jesús, el Verbo fue hecho carne judía, habitó en medio de su pueblo, y "vimos su gloria" (Jn 1.14). En los discípulos indígenas del Encarnado, el evangelio ha de "hacerse carne indígena", habitando en el seno de la vida de su pueblo para manifestar también la gloria, la gracia y la verdad de nuestro Señor.
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