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Helmuth James Von Moltke: como un hilo rojo

“Pues está preparado para morir el que, vivo, se mantiene a tu lado” (Carl Johann Philipp Spitta)
MÁS LUZ AUTOR Daniel Jándula 07 DE JUNIO DE 2014 22:00 h

Juicio a Helmuth James von Moltke.


Uno de los pensamientos más inquietantes relacionados con la Segunda Guerra Mundial es la cantidad de historias que quedaron sin resolver. Las vidas que se vieron interrumpidas, la separación forzada de tantas familias, las repatriaciones, los exilios y el miedo, las montañas de posesiones materiales (incluso de fragmentos orgánicos) que se formaron durante el Holocausto [véanse los testimonios recogidos en Noche y Niebla (Alain Resnais, 1956) y Shoah (Claude Lanzmann, 1985), documentales sin truco emocional alguno]; las pruebas incendiadas, los fanatismos llevados al delirio en una Europa hecha jirones; la economía fracturada y la imposibilidad de volver a un orden si es que alguna vez hubo algo parecido al orden. Cada pista hallada, cada reconstrucción, es un hilo que une dos extremos rotos, pero al mismo tiempo ese hilo no puede evitar su condición de remiendo. Así ocurre con toda historia relacionada con la época: los descubrimientos no terminan completamente con el desasosiego, ni con las dudas; tampoco pueden compensar los efectos derivados del mal. Las decisiones, al contrario que las palabras, no son fuerzas sobrenaturales. Una de estas historias incompletas, aunque llena de momentos de piedad y detalles reconfortantes es la del noble alemán Helmuth James von Moltke.

Helmuth James (Krzyżowa, 1907 – Plötzensee, 1945) era sobrino nieto del mariscal Helmuth Karl Bernhard von Moltke, conocido también como El Viejo (para distinguirse así de su otro sobrino Helmuth Johann, también militar). Der große Schweiger, el gran mudo, fue un destacado líder del ejército prusiano, profundo conocedor de la guerra como negocio y seguidor del “estilo” de Napoleón, que llevó el apellido familiar a la corte gracias a que su honestidad contrastaba con la corrupción reinante entre los altos mandos militares. En honor de aquél Helmuth Graf (conde) von Moltke, su apellido fue utilizado para nombrar el cráter lunar cercano al aterrizaje del Apolo XI con forma de volcán extinto; y en recuerdo del mariscal, se antepuso el Helmuth al nombre de James (en adelante, Moltke). Si bien este conde no continuó la carrera militar (no mostró demasiado entusiasmo durante su instrucción), el pasado de su apellido le persiguió toda su vida. También el parecido físico de Moltke con el gran mudo era incuestionable: el mismo perfil, la nariz de estrella de cine europeo, el mentón cuadrado y amplias entradas de jurista, y una mirada acotada por cejas entornadas que hacen creer que su propietario siempre tiene un pensamiento dando vueltas.

La madre de Moltke, nuestro protagonista, era seguidora de las enseñanzas de Mary Baker Eddy y el pensamiento de la Ciencia Cristiana. A los catorce años, Moltke se alejó de estas creencias y comenzó a leer la Biblia “con un espíritu más libre”, según sus palabras. El padre de Moltke era antirreligioso, por lo que la práctica evangélica de la fe de su hijo, cada vez mayor, supuso una especie de doble agravio para él: no solo no le obedecía en este ámbito, además tomó otro sendero que contaba con menor aceptación social en la alta sociedad europea. Moltke se dedicó a la abogacía y se casó con una compañera de carrera, Freya (en la fotografía la vemos transcribiendo parte del material escrito que dejó él), con quien fundaría en 1940, en Berlín, el Círculo de Kreisau, junto a otros opositores al Reich procedentes de todos los campos profesionales, y de las tendencias políticas y religiosas. Entre estos opositores se contaba Peter Yorck von Wartenburg, primo de Claus von Stauffenberg; Stauffenberg organizó la Operación Valquiria para atentar contra Hitler; también estaba allí el almirante Wilhelm Canaris, superior directo de Moltke en la Abewhr, el servicio de inteligencia militar alemán. Esta línea de nombres nos da una idea de lo apropiado del término “círculo” en el que se incluimos a Moltke. Moltke fue considerado una especie de “cabecilla” del grupo, cuyo denominador común de sus miembros contiene la capacidad de influencia social, una formación completa, un rechazo previo a unirse al Partido Nazi lo que al final devendría en su ejecución en prisión.

La situación de Moltke resulta muy similar a la del teólogo Dietrich Bonhoeffer. También se parecen muchas de sus reflexiones y los avatares en la correspondencia y los escritos de ambos. Moltke y Bonhoeffer afirmaron que los seres humanos somos “una idea de la Creación”, que la proclamación del nombre de Cristo suponía un peligro debido a que podía implicar un sacrificio corporal en esa época, que la fe se vivía por la acción y no “en el torrente de los sentimientos”, que decía el teólogo. Los dos tuvieron un juicio injusto y rápido, asesinados poco antes del fin de la guerra. Sin embargo, es poco probable que coincidieran en prisión: en 1944 Bonhoeffer fue destinado de Tegel (donde interrogarían y juzgarían a Moltke) a los sótanos del cuartel general de la Gestapo, situada en el número ocho de la calle Prinz-Albrecht en Berlín. Existe un excelente documental de 1992, nominado al Oscar de ese año, que recoge la biografía de Moltke y trata de la resistencia alemana frente a Hitler (http://www.imdb.com/title/tt0102778/).

En 2009, la editorial Acantilado publicó varios documentos importantes de Moltke, a modo de informe de lo sucedido con aquellos juicios sumarios a los opositores al Tercer Reich. Aquellos juicios solían culminar con una rápida e inmediata ejecución. El material recogido por la viuda de Moltke incluye una carta presentada en fragmentos de un fragmento de testimonio. Las ideas y esa suerte de diario que anotó Moltke fue dividida en partes: estaba prohibido escribir sobre el juicio, así que lo que se contaba en las cartas (el portador de las mismas podía ser ejecutado) era memorizado. Existen, no obstante algunas fotografías y una grabación del juicio (en este artículo reproducimos alguna imagen). Gracias a esta documentación gráfica podemos comprobar cierta resignación de Moltke en su autodefensa; en el fondo, lo mejor para su salida consistía en no ser vehemente, en mantener la compostura. El texto nos cuenta su estrategia: respuestas rápidas, frialdad, capacidad de sonreír y ser amable. Hay que tener en cuenta que Moltke, como sostiene el informe, no es juzgado por ser protestante, alemán, prusiano, terrateniente o noble, o por tener una serie de valores (los nazis también decían que conservaban unos valores milenarios) sino en condición de cristiano. Como sucedió con Bonhoeffer, su posición y creencias les convertía en agentes de intermediación entre los distintos opositores, lo que finalmente hizo que se les confundiera como “cabecillas” de las operaciones contra el régimen.

La copia de la carta original tiene el estilo de una versión escrita por otro implicado del juicio. Fue “arreglada” por su mujer a tal efecto. Cabe preguntarse si nuestra traducción está cerca de la verdad o no. La reflexión de Moltke está presente, a pesar de los remiendos y recomposiciones. Esquiva el olvido (y la resistencia al recuerdo), la censura, la traducción, la observación objetiva, la parcialidad, la perspectiva de siete décadas después. Por ella nos han llegado datos que van desde lo anecdótico (como que la prisión de Tegel fue un colegio) a las interioridades del proceso, pasando por los planteamientos y pensamientos más profundos de su autor. Para Freya debió ser duro dar forma a las certezas de su marido de que iba a morir. Desde el 20 enero de 1945, Moltke sabe su veredicto. Pero persiste la esperanza en que las cosas mejoren. “Como un hilo rojo”, Moltke es condenado desde el principio, el juicio es una excusa para incluir al resto de elementos incómodos. “Las últimas veinticuatro horas de una vida son iguales para cualquiera”, afirma Moltke a través de la pluma de su mujer años después.

Tenemos pistas sobre el destino de otros interrogados por el juez Freisler en el transcurso de aquellos acelerados juicios; se trabajó a destajo para eliminarlos, no debemos olvidar que se aproximaba el final de la guerra. Hay una curiosa referencia al juez de Moltke: “Freisler es un buen juez político: su crítica al sector de la iglesia es coherente con los hechos”. La respuesta de Freisler frente a la posición teológica de Moltke, frase recogida en el libro, se ha convertido en una célebre máxima: “Los religiosos que se ocupen del más allá, pero que nos dejen en paz aquí”. Es como si en la conciencia de Freya, en la de la persona que memorizó los textos, y en la del propio Moltke se estuviera fraguando la idea de que merecía la pena recoger, en la medida de lo posible, toda la información; más allá del valor testimonial indudable de este texto, está el carácter judicial de los argumentos, el presentimiento de que podría servir para algo más, la intransigencia con el acto de disolución de la memoria. Por eso aparecen detalles como la ausencia de ejemplares del Código Penal en la sala. Al mismo tiempo, aprendemos que se les condenó por algo que habían hecho, y también por algo que merecía la pena hacer. Por lo visto, una de las razones de su ejecución fue que se “pusieron a pensar”, según el acta del juicio. El colmo para Moltke es que ni siquiera estaba de acuerdo plenamente con las ideas y el procedimiento del grupo de resistencia.

Moltke lee los mismos textos que tenía programados; no sale de esa rutina, y ahí está su particular versión de la resistencia. Conocemos los textos: los refugios en las ciudades que se recogen en Josué 19-21, la reivindicación de la sabiduría de Dios en Job 10-12 a pesar del dolor, la promesa de la restauración y el juicio de Ezequiel 34-36, el texto que va de las señales antes del fin anunciadas por Jesús hasta su muerte (Marcos 13-15), la crudeza de 2ª Corintios, la salvación en Salmo 118, la conciencia en 1ª Corintios 13 de que un hombre no es hombre sin amor. Textos que son un escándalo, tan clandestinos como el bizcocho y los panecillos con café que llegan a su celda. De la lectura de estos capítulos surge la firme convicción de Moltke: “Toda mi vida (…) he luchado contra la estrechez de miras, el espíritu de la violencia, la susceptibilidad, la intolerancia y lo absoluto, contra ese dogmatismo aplicado sin piedad y hasta sus últimas consecuencias que late en los alemanes (…) También he luchado por la superación de ese espíritu y sus terribles consecuencias, tales como el nacionalismo llevado al extremo, la persecución étnica, la pérdida de la fe, el materialismo. Los nazis hacen bien en ejecutarme”.

El mayor problema que podemos enfrentar hoy es el del descreimiento. Ya no hay ateos como los de antes, con los que se podía discutir y dejar la puerta abierta a la mutua comprensión; ateos que considerasen la posibilidad de que, tal vez, es un problema suyo y no culpen a los creyentes de su condición, ni se sientan atacados por la fe de otros. Hemos perdido el interés en la coherencia, porque a fin de cuentas: ¿quién no es coherente, mientras tanto se busque el bien común? No nos sirven las grandes decisiones, y demasiados salvadores han pasado por el mundo. ¿A quien creer sino a ti mismo? De hecho, el verbo creer ya es lo suficientemente molesto para algunos, que lo califican prácticamente como una estupidez. Por otra parte, este informe nos plantea una duda: ¿con qué medios puede el cristianismo ser una tabla de salvación en medio del caos? Esta idea se llevará a hombres por delante, y dejará entrever que toda esperanza es un empeño personal, muy difícil de trasladar a toda una sociedad. Pero, ¿acaso no debía ser así? ¿No debería ser la esperanza un asunto independiente de nuestros logros o capacidades? ¿No tendría que incordiar el que un hombre como Moltke acepte la tribulación pero no la angustia, la persecución pero no el abandono, que manifieste de algún modo en su carne la vida de Cristo?

Cuando Moltke leyó 2ª Corintios 4:7-10, y entendió que era probable que su vida fuera como “un hilo rojo” en un tejido, supo cuál era su “lugar, tal ha sido el poder de la demostración de la presencia y la omnipotencia de Dios. Pues sabe demostrarlas (…) cuando hace justo lo que uno no desea”. Para Moltke, Dios no lo encierra ni anula su identidad, sino que en la forma de un extraño sacrificio le libra de sus preocupaciones. “Me siento tan lleno de agradecimiento en el fondo, que en mi interior no hay espacio para otra cosa”, afirmó de un modo que nos inquieta, que resulta abrumador. Pues esta seguridad puesta en la compañía de Dios, como conclusión de un informe en tiempos de guerra, no permite usar el descreimiento como escudo. Mucho menos puede dejar indiferente a nadie.


- Informe de Alemania en el año 1943. Últimas cartas desde la cárcel de Tegel, Helmuth James von Moltke, Acantilado, Barcelona: 2009. Traducción: Isabel García Adánez

- Página de la editorial con información: http://www.acantilado.es/catalogo/informe-de-alemania-en-el-ao-1943-ltimas-cartas-desde-la-crcel-de-tegel-441.htm

- Extracto del libro: http://www.acantilado.es/cont/catalogo/docsPot/informe_extracto.pdf
 

 


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