Me he dado perfecta cuenta, de que si no entramos de lleno en cierta dimensión de la fe, la experiencia cristiana no tiene demasiado sentido para nosotros los creyentes. Porque lo nuestro (o por lo menos, lo mío) no es filantropía religiosa, ni tampoco un misticismo espiritual que nos podría envolver en un mundo irreal y meternos en una burbuja religiosa, que en el peor de los casos podría convertirse en una mentira frustrante además de perversa.
La Biblia nos enseña reiteradamente,
"que el justo por la fe vivirá", el creyente nacido de nuevo ha recibido el don de la fe para ser salvo y tal como como nos declara el apóstol Pablo,
"de la misma manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en El...", lo recibimos por fe en estado puro y ahora se nos manda, andar por fe; la fe en acción se traduce en una confianza activa y continua en las promesas de Dios (que por cierto son muchas).
Por eso, cuando alguien se toma esto de la fe como un juego religioso o como una experiencia mágica, se equivoca porque no acabara produciendo el efecto deseado, convirtiéndose finalmente en un autoengaño espiritualista. La vida de fe, es
mirar a Jesús cada día, la fe es esperar pero también es actuar en el momento oportuno, la fe es un escudo divino para protegernos de los envenenados dardos de fuego del maligno contra nuestro estado de ánimo, la fe no adulterada es confiar en Dios contra todo pronóstico negativo y esperar en El hasta las últimas consecuencias. En definitiva la fe que viene
"por el oír la Palabra de Dios" es como la sangre de la vida cristiana. Esta es la clase de fe que se nos propone, una fe dinámica y arriesgada, una fe viva y a la vez una fe audaz.
A lo que yo también llamo una fe inteligente, es a una fe adobada con la sabiduría divina. Cada vez me preocupa más, oír el soniquete de muchos, de que nuestra fe también tiene que ser racional para demostrarle a cierta gente, de que no somos tan ingenuos ni tan incultos como algunos piensan. Pero cuidado, que esto podría dar al traste con la esencia de nuestra santísima fe, que se produce misteriosamente como la miel en las abejas por el néctar de las flores y esta fórmula magistral es única y exclusivamente celestial que solo se puede detectar con el radar del Espíritu.
Nuestra fe es victoriosa, porque nace de la fuente del Invencible, nuestra fe puede mover y remover las montañas más altas de la dificultad, pero también esta preciosa fe puede soportar las pruebas más duras de la vida. Por estas y por otras muchas razones, debemos de mantenernos conectados a la red viva de Dios, que es la productora nuclear de nuestra fe. Como nos dice el apóstol Juan al final de su singular evangelio,
"...estas cosas se han escrito para que creáis y para que creyendo, tengáis vida en Su Nombre".
Por lo tanto inferimos de que la fe de Dios nos imparte vida divina a través de la lectura atenta y reposada de las Sagradas Escrituras. Por lo cual concluimos de que lo nuestro no es una simple cuestión de sentido común, sino una autentica y desafiante cuestión de fe que debemos de aplicar continuamente en todos los quehaceres de nuestra vida...
Si quieres comentar o