La ambición, bastante subida de tono, de Jacobo y de Juan descrita en Mateo 20 pareciera haber sugerido a Jesús —paradigma de humildad y ejemplo de sencillez—, que el virus de la vanagloria, de la prepotencia y del abuso del cargo, tan evidente entre los fariseos, saduceos y escribas, se alojaba también en los entrepliegues de la vieja naturaleza de sus discípulos. Y que había que atacarlo antes que se transformara en un estilo de vida de aquellos a quienes había escogido para —como él— servir en lugar de ser servidos; humillarse en lugar de auto exaltarse.
Hace poco se produjo en España un lamentable hecho de sangre que puso fin a la vida de una persona y que, posiblemente mande a otra, o a otras, a pasar una larga temporada en la cárcel.
Aunque respecto de crímenes y de delitos a toda escala ya hemos perdido la capacidad de asombro,
este asesinato no ha dejado de conmovernos por las características que lo arropan. La occisa era, en su pueblo, una alta dirigente política que –y aquí me remito a lo que dijeron en su momento los medios—, por la forma como ejercía el poder, se había ganado más enemigos que amigos. Una tarde cualquiera, yendo camino de su oficina desde su casa, le salieron al paso una madre con su hija y sin mediar palabra le dispararon cuatro tiros rematándola con un quinto cuando estaba en el suelo. Madre e hija —sin antecedentes delictuales—siguieron su camino siendo detenidas poco más allá sin que ofrecieran resistencia. Ahora se encuentran enfrentadas a la justicia que tendrá que pronunciarse sobre el futuro de ambas.
Recién producido el crimen y con las primeras noticias policiales, empezaron a llegar las condenas y las palabras de condolencias, de repudio, de asombro y las expresiones laudatorias de la que ya no estaba. Sin embargo, cuando aun resonaban en el ambiente las notas de pena y dolor, surgieron otras noticias y comentarios que, al leerlos, parecieran constituir el lado no visto de la historia.
Se hizo evidente en las crónicas periodísticas que la fallecida había ostentado poderes casi omnímodos en su jurisdicción e incluso más allá de su jurisdicción. Era ella la que decidía el presente y el futuro de muchos, dijeron los medios. Sus allegados políticos, profesionales y otras gentes cuyas vidas se desenvolvían en su entorno habían aprendido que para evitar remociones y despidos era necesario estar bien con ella lo cual, aparentemente, en el caso de la hija de la dama que apretó el gatillo no fue cosa fácil. Por situaciones hasta ahora no conocidas por el gran público, la joven habría caído en desgracia ante aquella autoridad perdiendo su empleo con el agravante que todas las puertas de otra posible ocupación se le cerraron, dizque «por orden superior». ¿No sería esta la gota que rebalsó el vaso?
Y aquí llegamos al corazón del asunto que hemos querido destacar en este comentario: los peligros del abuso de autoridad.
Quienes en algún momento de sus vidas ascienden a posiciones de liderazgo, tienen dos alternativas: una, ejercer el poder con mesura, con humildad, con sentido de justicia y de servicio, con respeto hacia los demás, especialmente hacia los subalternos; en fin, en el espíritu de Jesús, o transformarse en dictadores prepotentes que terminan rodeándose de gente sumisa que lejos de ser amigos pasan a ser camaradas cautelosos, insinceros, cuya lealtad al o a la líder radica no en un respaldo leal sino en un simple sentido de conservación. No son amigos; son servidores atemorizados.
El lamentable hecho de sangre que comentamos —ocurrido el lunes 12 de mayo de 2014 en la Diputación de León, España— tiene características muy diferentes a otro que acaba de ocurrir en Santiago de Chile. En este, dos delincuentes habituales mataron de un disparo a quemarropa a alguien cuando intentaban robarle. Los delincuentes se fueron sin conseguir su objetivo, pero dejando, en el suelo, sin vida, a un hombre trabajador, honrado, esposo y padre. En ambos casos hay premeditación, pero premeditación fundamentada en razones diferentes.
El poder, dijo Lord Acton, tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente y cuando el poder —absoluto o no— se alea con el dinero, peor aún. En el caso de la dama fallecida en la Diputación de León pareciera que con sus decisiones inapelables fue acumulando en el fuero interno de madre e hija una desilusión que, al crecer, se transformó en enojo, luego en rabia y, finalmente en venganza para desembocar en odio; odio homicida. Directamente no hubo dinero de por medio; sin embargo, la pérdida del trabajo y la imposibilidad de reemplazarlo por otro —como se afirma que fue el caso de la joven— implica una crisis económica que pudo haber sido motivo suficiente como para llevar a la víctima —a la otra víctima— a tomar decisiones extremas. De modo que directa o indirectamente, hubo en el hecho una mezcla explosiva de poder y dinero. Si los comentarios que aparecieron en «El País» son ciertos, habrá habido muchos que se alegraron porque alguien —no ellos— tomó la justicia por su propia mano y estuvo dispuesta a asumir todos los riesgos.
Aunque las palabras de Jesús en relación con el deseo de Jacobo y de su hermano Juan de tener un sitio de privilegio en el cielo parecieran estar dirigidas a los seguidores del Maestro, bien pueden aplicarse a cualquiera persona en posición de autoridad. Para decirlo en una forma más contundente: toda persona que ejerza algún tipo de autoridad debería asumir su liderazgo como una forma de servir y no de servirse de los demás para obtener beneficios personales. Si un mayor número de autoridades lo hiciera, disminuiría el número de homicidios y de homicidios-suicidios.
Los príncipes de Dios no se reconocen por sus cabezas erguidas y pretensiones jactanciosas, sino por la facilidad con que se humillan(A.B. Simpson, fundador de la Alianza Cristiana y Misionera).
No hay camino más excelente que el del amor, pero por él sólo pueden transitar los humildes(Agustin de Hipona).
«El que es el mayor de vosotros sea vuestro siervo, porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Jesús a sus discípulos en Mateo 23.11-12).
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