En el mes séptimo, poco después del gran día de la expiación, cuando se termina el ciclo agrícola con la cosecha de la era y del lagar, la Congregación tiene que alegrarse en la fiesta solemne a su Señor, la de los Tabernáculos. Techo y mesa de regocijo con tu familia, con los frutos de tu cosecha, con las manos llenas de lo que de las manos del Señor recibiste, ofreciéndolo, en comunión, con el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que viven en tu pueblo. La bendición del pasado inmediato, lo sembrado y recogido, puesto en la mesa de tu mano como señal de la bendición que viene. La fiesta del ciclo que acaba, como prenda de la bendición del que comienza.
El tiempo en manos del Señor es salud y triunfo; nunca está vacío, no es en vano. Los insensatos en el pueblo judaico se alegraron en juntar casa a casa, en añadir a sus posesiones; cada noche maquinan cómo conseguir más, y por la mañana hacen su fiesta de rapiña. Ya lo hacían aquellos, hoy los financieros y opresores, los que por su fuerza o por su palabra (leyes) oprimen y roban. Olvidan que la fuerza de la casa de cada uno es un tabernáculo, no pueden sumar muchos, solo disponen de uno. Los que confían en el brazo de la fuerza humana, sin Dios y sin esperanza (con la esperanza en “su” dios, el que han fabricado) hacen su propia fiesta, sus propios ciclos, su propia dominación de los tiempos. Luego viene la Oscura y les atrapa en su ceguedad, con ella perece su esperanza. (Esto sabido, arreglaron otro espacio y lo ofrecieron por precio, allí no hay tabernáculos, no hay fiesta, le llamaron Purgatorio; con su precio estos sumaron casas a casas.)
El Cristo ya cumplió, con una sola ofrenda, todo lo requerido, y lo da a sus redimidos. Tenemos en él la fiesta cada momento, de su mano, con él.
Vivir siete días en los tabernáculos (cabañas) que formaban las familias indicaba de dónde venían, y de quién dependían para el futuro.
Con esta enseñanza hacemos ciudadanía hoy. Se celebraba la redención de la esclavitud, de la opresión de la propia existencia sin libertad, del tiempo como cadenas, del trabajo como castigo, y eso en la familia, con tu techo y tu mesa sostenidos en la esperanza de la fe, la convicción de la fuerza de la Palabra que ordena la fiesta y da sentido a la tuya en tu mesa. No hay esperanza para tu casa sin la cercanía y el abrazo del levita, del extranjero, del huérfano, de la viuda. La fuerza de tu cabaña es la justicia con tu prójimo, que es la señal de los redimidos, de los que reciben en sus manos el fruto de sus manos trabajando su tierra. Tierra y libertad. Trabajo libre, casa de fiesta. La Antigua y sus esclavos tienen la fiesta de Egipto, la opresión y esclavitud de los otros para su provecho: esa es su ciudadanía, su política, su sociedad.
Los esclavos de la Antigua en sus templos, en sus predicaciones y leyes, prohíben el casamiento; aniquilan la familia, la del Señor, crean la suya propia. Destruyen los fundamentos de la Fiesta de salvación; roban el tiempo; impiden la alegría de los hijos. Quitan el futuro, porque su pasado es de la muerte que vino, y de la mentira. Su continuidad no es la de las estaciones que el Señor ha dispuesto, donde las manos de sus hijos trabajan en libertad; ellos forman su propio calendario, ellos disponen sus propios tiempos, donde no hay Fiesta de Redención. No tienen fiesta de tabernáculos, no tienen casa; sus palacios y catedrales no pueden estar en las enramadas, no hay tabernáculos de catedrales.
Con una sola ofrenda; una sola vez; todos sus redimidos hechos perfectos en su obra (sin arruga, ni mancha, ni cosa de vergüenza; con la justicia y santidad de su Señor). En Cristo nuestra casa está de fiesta, nadie la puede ensombrecer; así nuestro trabajo, nuestra mesa, nuestro futuro; porque es fiesta nuestro pasado, porque hemos sido liberados para nunca más ser esclavos; porque nos ha sacado de la tumba de nuestra existencia para vivir ahora en él, en vida que no muere.
Y con el trabajo de nuestras manos abrazamos al extranjero, al huérfano, a la viuda, y hacemos ciudadanía. Y las ramas de nuestra cabaña, cimentadas en la Roca, muestran y son testimonio de la vanidad, de la muerte de los imperios que se sostienen en los brazos de la Grande, con sus fornicaciones, sus comercios, sus políticos y religiosos, los que aborrecen la fiesta de salvación, los que no pueden ver el testimonio de nuestros tabernáculos: de la fe que vence al mundo.
Si quieres comentar o