Si miramos los rituales de la Ley en lo que llamamos Antiguo Testamento, la mayor parte son colectivos, de familia o de toda la congregación. Cristo cumplió de una vez para siempre todo el significado de aquellos símbolos, o sombras. ¿También los colectivos? Por supuesto, y eso es parte integral en el anuncio del Resucitado. En él está todo cumplido, para siempre, y vivimos esos significados solo en él, los individuales y los de comunidad.
Uno de aquellos rituales, donde se puede encontrar mucha orientación para hacer ciudadanía hoy, es la ofrenda de paz.
Era una ofrenda de familia; toda la familia reunida en la fiesta de comunión que implicaba comer esta celebración. Podía ser desde una vaca a una oveja, pero se tenía que terminar en un mismo día, no podía guardarse nada. La parte principal se quemaba (es de Dios en la mesa), otra era para el sacerdote, y el resto amplio para la familia, en compañía de los pobres que hubiere al lado, incluyendo al levita. (¿Y los niños también? También; en todas las celebraciones de familia o comunidad.)
En esa celebración la familia muestra y disfruta su comunión con Dios, el Dios de sus padres, y está con sus hijos y los hijos de sus hijos; con el fruto del trabajo, con su libertad.
Comunión y libertad van juntas. Así lo ha traído el Mesías a los suyos en el cumplimiento perfecto de esta ofrenda. Por eso se puede celebrar con la libertad de Cristo, aunque se esté en una mazmorra. Los judaicos no entendieron este aviso de los profetas, y por eso vieron el futuro arruinado cuando fueron llevados cautivos, y no podían celebrar sus rituales.
En ese momento de comunión presente celebran el pasado, y el futuro. Dan gracias no solo por el momento, sino por todo lo anterior, y lo por venir. Su Dios es el que está con ellos, ha estado y seguirá. (Tengan siempre cerca el cap. 26 de Deuteronomio.)
Es Dios quien llama, dispone y establece su relación con los hombres. En el principio de los pasos de la Historia se muestra un episodio donde esta ofrenda de paz, esa muestra de comunión, se quiere hacer no según Dios, sino por la disposición humana. Es el hombre quien le ofrece paz a Dios. Así seguimos.
Caín trajo los frutos de la tierra y ofreció su paz a Dios. Ya sabemos cómo acabó aquello. Aquí está la paz que el mundo da. Fuera de Dios; y así quedó. Cultísimo, de grandes dones, como era propio por la cercanía de la época primera, construyó una ciudad. Hizo ciudadanía; fuera de Dios.
Construyó una familia; fuera de Dios. Y celebró sus obras; sin Dios. Invitó a su paz y fiesta a los suyos; se siguen dando su paz en sus cultos. En aquella ciudad se hacía una defensa continua de la existencia de Dios, de su dios, el de su paz.
Caín no era ateo. Podían haber diferentes modos de entenderlo, pero se excluyó al Dios de Abel, aquel que establece el orden de las cosa, el que pretende ser Dios de verdad, y no un dios sometido a la verdad de los que le ofrecen paz y existencia con tal de que les diga sí a sus palabras.
No era ateo, sino muy creyente en su dios. Hizo el primer auto de fe de la Historia. Sacó en triunfo su paz, su teología, contra su hermano. Lo mató.
Realmente hubiera querido matar al Dios de su hermano, pero al no poder, mató a su testigo. El próximo 21 se recuerda otro auto de fe, en Valladolid.
La ofrenda de paz de Caín; guerra contra la celebración de la paz y comunión del Redentor. Así hoy. En Cristo tenemos una permanente fiesta de comunión, una continua ofrenda de paz, donde ponemos en la mesa la tierra que cultivamos, ella y sus gentes son parte de esa celebración; tienen su lugar, su dignidad, y abrazamos su existencia en el Resucitado. La de Caín también ofrece los frutos de la tierra, tierra de muerte, tierra cultivada fuera de Dios, su creador. Esa tierra no es el campo de la libertad de la gente, sino su cárcel, su vacío, su vanidad. Y esa es su fiesta de paz; esa es su paz.
Esa paz la muestran, y nos invitan, con muy variados ropajes. Templos, centros financieros, políticos… Todos bienvenidos, cada uno a su parcela de gusto, pero excluidos los que traigan la Palabra del Dios de Abel. Una vez Europa sintió la labranza de la tierra por los redimidos, y fue libre, al menos en algunas secciones. Hoy siente la labranza del que quitó su mirada de Dios, y la puso en la tierra, sola, con sus ideas, con sus dioses, donde cada una ofrece y da su paz.
Hay elecciones, a Europa, no se sabe a qué. Retórica, gestos. Su paz.
Con nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos; comemos la comunión, la paz, al Cristo, el que vive para siempre.
Nadie puede quitar esa paz que él nos ha traído. Para darla tuvo que hacerse guerra contra Dios, pecado. Resucitado, ahora es nuestra justicia, nuestra santidad, nuestra paz. Aleluya.
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