“Dejadme todas las arrugas, no me quitéis ni una” solía decir la mítica actriz italiana de cine y teatro Ana Magnani maquilladores y fotógrafos. “He tardado toda una vida en procurármelas.”
Como bien dice Yolanda Tamayo en la entrada de ayer en su blog Íntimo,
“Maneras de ataviarse”, “en una cultura como la nuestra tan ejercitada en el arte de sorprender y seducir, la preocupación mayor del ser humano es la de atraer con lo exterior, que es lo que a priori tiene importancia, dejando a un lado ese interior oculto que pocos se toman la molestia de escrutar.”
Bien dicho: escrutar –“indagar, examinar cuidadosamente, explorar” (DRAE)–. Ahí estamos también –¡o sobre todo!– cuando leemos fotos.
Juana Ginzo, una de las voces más emblemáticas de la radio española, fue aun más audaz, valiente y explícita sobre el aspecto externo cuando en una entrevista con motivo de su jubilación dijo: “¡Qué ganas tenía de que se me cayesen las tetas!”
Retocar es, según el Diccionario de la Academia Española (DRAE), “dar a un dibujo, cuadro o fotografía ciertos toques de pluma o de pincel para quitarle imperfecciones”.
Ahonda más en la definición el Diccionario de uso del español actual Claves que prologó Gabriel García Márquez:
“Referido a una obra acabada, darle los últimos toques o hacerle las últimas correcciones o añadidos para perfeccionarla, repararla o terminarla definitivamente.” (Claves).
Y más aun el Diccionario ideológico de la Lengua Española Julio Casares, al contemplar dos conceptos nuevos: “imperfecciones” y dar una mano”:
“Dar a un dibujo o fotografía ciertos toques para quitarle imperfecciones”.
“Dar la ultima mano a cualquier obra.”
Y ahí entramos de lleno en el territorio del maquillaje:
“Aplicación de productos cosméticos sobre la piel, especialmente sobre la cara, para embellecer o para caracterizar” (Clave).
Maquillaje en la cara y retoque en el negativo son antiguos en fotografía como el propio medio del que, como se recordará, se celebrarán el próximo 19 de agosto cumple
175 años del anuncio de su descubrimiento.
Lo que ha ocurrido con la eclosión digital en los entornos virtuales de la imagen es que la tecnología digital ha hecho ‘pan comido’ de lo que antes era arduo trabajo de hábiles y consumados especialistas en maquillaje en la toma fotográfica y el retoque en la posproducción.
Cierto que perdura el rechazo frontal a cualquier manipulación de la imagen, en muchos casos como reacción a los excesos del ‘photoshop’, en otros como mero posicionamiento militante de personas ‘simplemente reconciliadas con la apariencia de su aspecto físico.
La pregunta a estas alturas de si es ético ‘disimular’ en nuestra foto de retrato esas entradas en el pelo, esa arrugas, esa papada… no puede tener sino respuestas múltiples, tan variadas como cada caso específico que plantee.
Así, eliminar por las bravas una verruguilla en la foto de carné para la mesa de despacho del amado o amada no tiene la menor importancia. En cambio, si la foto es para el Documento Nacional de Identidad (DNI) o pasaporte, la cosa cambia: estamos ocultando información a los servicios de Seguridad del Estado.
Lo mismo vale para esa foto tan buena que arrastramos desde de hace unos añitos que adjuntamos al CV para que se nos vea más jóvenes, lozanos y ‘resultones’.
(En este caso, de resultar elegidos para la entrevista personal, en el pecado de querer engañar llevaremos la penitencia de ser vistos tal como somos… y no como pudieran haber imaginado que éramos por nuestro aspecto en la foto engañosa).
¿Alguna objeción al retoque digital de estos preciosos sextillizos?
Ponerla se le antojaría a uno como una pequeña crueldad. El retoque en ellas no viene a ser sino el equivalente virtual al baño físico. Nos lavamos y acicalamos para estar guapos, y los bebés no pueden hacerlo por ellos mismos.
En este sentido,
el retoque en las fotos de bebés bien cabe considerarlo como un acto de ‘higiene visual’ virtual.
Por contra, no hacerlo estaría mas cerca de la falta de caridad que de ella hacia los preciosos chiquillos.
Larry Peters, fotógrafo con estudio comercial de retrato en London, Ohio, EE. UU., tuvo una espléndida idea solidaria cuando se enteró de que Rozonno McGhee estaba en el paro después del parto de los sextillizos en que su mujer, Mia Killian, los trajo a este mundo.
Le propuso hacer
una foto diferente, con los bebés desnudillos buscando el calor de su cuerpo con el tórax también desnudo del padre. Luego la subiría a las redes sociales con un enlace a una cuenta bancaria en la que personas interesadas en ayudar a la familia McGhee-Killian pudieran hacerlo.
Las aportaciones empezaron al instante y subieron como la espuma, incluidas ofertas de empleo para el padre.
Los críos, 4 niños y 2 niñas, habían llegado a este mundo con un peso de entre 1,5 y 2 kilos cada uno. Se imponía esperar que los sextillizos ganaran peso, cosa que ocurrió a los cuatro meses, momento en el que Peters organizó la sesión.
Para las tomas de el rodaje de los fotógrafos en blogs necesitó
aproximadamente cinco horas con mucha ayuda. El estudio reunió en dos ayudantes adicionales, mientras que los McGhees llegaron tres más.
Todo
valió la pena porque el resultado final es una preciosidad.
Volviendo al libro de
Emmanuel Buch1con cuya cita comenzábamos el artículo anterior, la foto de los sextillizos McGhee bien sirve como ejemplo cumbre de ética entendido el hombre, la persona –los sextillizos, el fotógrafo, el padre, sus mujeres, los fotógrafos y ayudantes…– como “imago dei”, criaturas creadas a "imagen de Dios".
Lo cual, miren por donde, salta de la antropología teológica a la Preceptiva de Ética Fotográfica en los Libros de Estilo de los medios: Y es que hombres y mujeres somos no solo a la par seres racionales y morales, sino también responsables y con proyección social. Solidarios.
Cuando estamos trabajando en la edición de una foto en pantalla, esto se entiende perfectamente como tratamiento ético de la imagen fotográfica.
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