La capacidad de admiración es un sentimiento muy noble. No lo digo yo, que lo subscribo, sino el veterano escritor y periodista Josep Maria Espinàs. En su libro
El meu ofici (
Mi oficio) resalta como su papel no tiene que ser demasiado pretencioso, que no hace falta que estimule a los desanimados, haga pensar a los apáticos o entretenga a los insomnes. Pero desde su modestia (real en su caso), Espinàs siempre consigue todo eso. Pensé en él y en su tono cuando hace unos días preparaba el desayuno de mi familia en ese momento casi ritual de conectar un viejo transistor para escuchar noticias y tertulianos plastas (los critico, pero no puedo evitarlos). No soy asiduo al mismo programa, pero ese día escuchaba a Jordi Basté en RAC 1, que a las 8 en punto emite su particular y personal editorial del día en una sección que llama
El davantal (
El delantal), una pequeña píldora de reflexión y opinión sobre uno de los temas del día. Bueno, sobre el tema político del día, suele ser (en ocasiones hasta rozar lo cansino por reiterativo). Pero ese día, Basté no opinó, no se quejó de la falta de diálogo de unos, de la corrupción de otros o de los recortes de los de más allá. Se limitó a recordar una entrevista que meses atrás había hecho a Alejandro “Jano” Galán, un padre de familia de 37 años afectado por ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), una enfermedad degenerativa que va debilitando el cuerpo a marchas forzadas y lo va paralizando, aunque no suele afectar las facultades intelectuales. Ese día, el periodista se limitó a rememorar esa entrevista y a recomendar el visionado de un vídeo que la hermana de Jano había colgado en Youtube, ahora que él, según la propia hermana, ya no podía hablar. Basté dio una lección de periodismo, la de dar voz a los demás, la de permitir que fluyeran las palabras de un personaje anónimo (en ese momento Rajoy, Mas o Blesa no importaban) con sus reflexiones acerca de la vida y la muerte que sentía inminente.
El teólogo Karl Barth definió la salud como “la fuerza para vivir”, un concepto próximo al bíblico
shalom, que es algo más que la idea de paz o de ausencia de conflicto. Hablamos de bienestar y vitalidad, dos ideas que Galán recupera en el momento más débil. Tampoco hace falta que sigan leyendo estas líneas; vayan al vídeo, al testimonio, a las palabras de alguien que pensaba que era un tipo normal, con su familia, su trabajo y sus ilusiones. Alguien que creía ser dueño de su vida, que lo tenía todo. “Ahora sé que voy a morir”, dice Jano, pero en el momento más oscuro y triste de su vídeo (de hecho, habla de caos, oscuridad y pesadillas) reflexiona sobre las preguntas de “¿por qué a mí?”, de por qué debía renunciar a sus sueños, de por qué se rindió, de por qué calló “cuando quería gritar”. Como cristianos, sabemos que la muerte y el sufrimiento forman parte del pecado, de la caída. Jano no habla de Dios, pero tiene claro que “la vida no nos pertenece”, que es un regalo que hay que agradecer. Y ahora, añade, “empiezo a vivir”. Como si intuyera los tiempos de los que nos habla Eclesiastés, el vídeo de Jano se transforma en un halo de luz, en lo que él llama “un canto a la vida”. De hecho, en una entrevista reciente en La Vanguardia, Jano apunta que “creer que después hay alguna cosa ayuda a algunos enfermos”. Cuando está en el límite, cuando las fuerzas desaparecen, siente la necesidad de disfrutar de juegos y risas con sus hijas, de la cálida compañía de su mujer, del abrazo temeroso de su madre o del sonriente hablar de su hermana. La enfermedad nos puede reconciliar con aquello que estamos perdiendo, nos recuerda la fragilidad de nuestra existencia, pero también debe ser mensajera de una vida tras la muerte. Jano no habla de ello, pero su mensaje, su explosión de luz, su sonrisa matizada por el dolor y su mirada es una historia a tener en cuenta. Y eso, eso es puro periodismo.
El mismo Jano Galán creó el web
www.dgeneración.com, un proyecto digital para informar sobre la enfermedad (que hasta en un 10% de casos puede ser hereditaria) y servir de punto de encuentro para otros afectados y sus familiares. El web sigue el tono del vídeo: aparentemente, lleno de dolor, pero al adentrarse en sus contenidos se puede descubrir más luz y más esperanza. Descubrimos como la vida de Jano dio un vuelco hace apenas dos años. Desde entonces su existencia se tiñó de síntomas, de dolor, de procesos degenerativos. La suya y la de Natalia, Nora, Yago y Lara. Pero Jano insiste en lo de la inundación de luz, y su presentación la preside una foto de los cinco muy sonrientes y con una sentencia que nos recuerda “que vivir tenga sentido, que tenga sentido vivir, ya es nuestro propósito”. En un ejercicio de vitalidad pura, Jano usa esa plataforma para escribir algunos de los cuentos que ha oído durante su vida; así, es extraordinario que un espacio dedicado a una enfermedad esté plagado de textos con títulos como
Zanahorias, huevos y café,
Estrellas de mar o
El elefante encadenado. Y lo mejor, como casi siempre, son las impresiones de quién lee, de quién escucha, de quién acompaña; uno de los comentarios a un cuento, de una niña llamada Noa, dice: “Buenas noches, me ha gustado mucho el cuento de las dos hermanas y la naranja. Mi hermano y yo, a veces, también nos peleamos por el Angry Bird del Cola Cao. Los papás dijeron que sólo uno, porque si compramos dos tendríamos Cola Cao para dos años y es muy aburrido desayunar siempre lo mismo. Te querría hacer algunas preguntas, pero lo haré otro día, que ahora me voy a dormir. Un beso. Noa.”. Pues eso, periodismo y literatura en estado puro, casi sin pretensión de que lo fueran. Gracias.
El vídeo:
http://youtu.be/2nkuN9GivXo
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