Hace unas semanas, en una actividad sobre resolución de conflictos, compartía con los asistentes una sección de vídeo en la que se producía una consecución de buenas acciones de persona a persona. La primera de ellas, al recibir el gesto desinteresado de alguien en la calle para ayudarle en algo particular, se sentía impelido a hacer lo mismo con otra persona a la mínima oportunidad en que tal ayuda pudiera producirse. Anticipando lo que iba a ser, sin duda, una reacción de sorpresa y escepticismo por parte de los asistentes al curso, pregunté acerca de qué les sugería el vídeo. La respuesta ingeniosa y convencida, efectivamente, no se hizo esperar y fue categórica:
“¡Ciencia-ficción!”. Todos nos reímos. En el fondo, desgraciadamente, todos también sentimos que tenía bastante razón.
En el mundo en que vivimos
, los gestos de generosidad, el altruismo y las acciones desinteresadas se han convertido en prácticamente inexistentes. Pero más que eso, si se producen, generan en nosotros, y no digamos en las personas que dudan de la bondad o que no encuentran demasiada motivación para ella, una cierta especie de escepticismo que casi a veces se transforma en compasión al considerar que, en el fondo, los buenos se parecen cada vez más a los pardillos, o que, probablemente, alguna razón oculta tendrán para hacer lo que hacen.
Sin embargo, a pesar de lo que se piense (y de lo que tristemente hemos llegado a pensar incluso los propios cristianos) deberíamos estar bastante convencidos del efecto que el devolver bien por mal tiene sobre las personas, porque lo tiene. Es curioso cómo nos reconcilian con la vida los pequeños gestos, cómo nos hacen pensar, reflexionar e, incluso, en ocasiones, producen un cambio en nuestra propia conducta. Es cierto que, dadas las circunstancias, cada vez que alguien se nos acerca tenemos una reacción defensiva y dudamos de las buenas intenciones de ese acercamiento. ¡Son tantas las decepciones!¡Han sido probablemente tantos los abusos sobre la buena gente, recibiendo mal en momentos en los que han pretendido hacer bien! Pero es tanto el bien que nos hace seguir encontrando gestos de bien cuando menos lo esperamos…
Merece la pena tener los ojos bien abiertos para descubrir alrededor algunos de esos gestos. Todavía los hay y, cuando lo contemplamos, cuando nos vemos sorprendidos siendo los beneficiarios de esos detalles, aún nos emociona más y nos lleva a considerar a qué estamos llamados y es, como mínimo, a continuar la cadena.
Recientemente, al ir a adquirir el ticket del aparcamiento en el centro de Madrid, alguien había tenido a bien depositar en el parquímetro, justo en la salida de un ticket al que todavía le quedaban bastantes minutos por consumir. Lo agradecí mucho, lo aproveché… y lo repetí. Probablemente ese detalle haya marcado el inicio de lo que considero que muy probablemente llegará a convertirse en una costumbre.
Alguien tuvo consideración y lo hizo conmigo primero. Hace pocos días también, en el banco, una señora sentada que venía a traer una buena cantidad de monedas, descubrió entre quienes esperábamos en la cola del cajero alguien con suficiente cara de prisa y desesperación como para necesitar que alguien le echara una mano facilitándole la gestión. Estuvo atenta y descubrió que, a lo que venía, era a recoger cambio para su comercio. La señora le propuso ser ella quien se lo facilitara y así podría irse antes. Así fue, y el agradecimiento de este caballero fue manifiesto.
Supe recientemente de alguien conocido que había tenido el gesto de contratar en su negocio a la persona que veía pidiendo limosna cada día a la salida del supermercado. Puedo imaginar la cara de esta persona al recibir el ofrecimiento…
¡Cuánto bien estamos llamados a hacer! ¡Todo el que nos sea posible! Sin mirar a quién, a tiempo y a destiempo, porque en cada uno de esos gestos se esconden destellos del evangelio, respondemos al clamor del que sufre, hablamos de la persona de Jesús, que se entregó para hacernos bien a nosotros, para nada merecedores de Su favor. Si hemos recibido de gracia, ¿cómo resistirnos a dar de gracia también? ¿Con qué derecho podemos estar dispuestos a mantener nuestra conciencia cauterizada, siendo creyentes, profesando al Dios vivo que se encarnó para hacernos bien infinitamente?
Los gestos pudieran ser una alternativa poco apetecible para el mundo en el que vivimos. Para los cristianos son el lenguaje con el que le recordamos al mundo que Jesús les ama.
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