Hay veces, que me sucede lo contrario de lo que enseño a mis apreciados alumnos de Homilética en la Facultad de Teología, y es que si a ellos les enseño, que los títulos de las Homilías, deben hacerse después de tener el cuerpo, la masa, el contenido del sermón o la conferencia, a mí me pasa, en ocasiones, lo contrario cuando este aprendiz de escribidor, se prepara para escribir su artículo semanal, se me ocurren diferentes títulos.
Esta semana por ejemplo, pensé en varios títulos: “El cofradista y el turistero”;también pensé en:
“Los Domingos del alma” incluso llegué a elaborar primeras notas sobre
“Ganar la Copa de la Resurrección” y al final, me he decantado por el título que indico “up supra”:
“LA COFRADÍA DE LOS RESUCITADOS”.
Este tema se me desarrolló al repasar unas frases, que llamaría yo célebres “Desde el Corazón” de avispados niños en su ambiente familiar, y que forman parte de algunos de los guiones del programa radial “Hombres que Dejaron Huella”. Frase como la de David, de 4 años, quien mirando el Guernica de Picasso, dijo:
“pero papá ¿qué desorden es este?”, o la frase de Claudia, 6 años, niña quien después de asistir con sus padres a un culto de Semana Santa, preguntó a su madre: “
Mamá, y Jesús en el cielo ¿está en la cruz o está suelto?” o la sencilla ocurrencia de Patricia, con 4 años, que se perdió un día en un centro comercial, se acercó a un guardia de seguridad y le dijo:
“perdone, se han perdido mis papás”. Y el guardia le preguntó:
“¿No te habrás perdido tú?” y Patricia contestó:
“no, no, yo estaba viendo los juguetes”. Pero el comentario que me iluminó con buen amor, fue el cálido diálogo de Susana de 7 años con su abuela. La niña le dijo:
“abuela tendrías que ir a Yugoslavia –cuando Yugoslavia era Yugoslavia-
hay un médico de gente mayor que tiene unas jaleas que curan mucho. Tienes que ir, abuela, volverás resucitada” y la abuela, con esa sonrisa que iluminan las canas, contestó:
“pero si ya lo estoy, hijita”.
Y este coloquio me gustó. Porque efectivamente, en el mundo hay mucha gente resucitada, sin necesidad de jaleas medicinales, sin acudir a los médicos, sin esperar la muerte. Sí, “Desde el Corazón” conozco a bastante gente así: personas que se dedican a atender con afecto a minusválidos; ancianos que tienen el coraje de vivir con la esperanza de los jóvenes que fueron; matrimonios que son felices gracias a que tienen un hijo con síndrome de Down; familias que con escasos recursos económicos cuidan y cuidan a sus hijos desempleados; padres que trabajan duro para que a sus descendientes no les falte lo imprescindible y más; misioneros que han entregado su vida al Señor y que se enfadan si les llaman héroes; jóvenes que dedican sus vacaciones a ayudar en campos misioneros; Pastores jubilados con todo el honor y dignidad y siguen ayudando y enseñando aun en grupos pequeños; familias numerosas de cortos medios, que sonríen cuando alguien proclama delante de ellos, que el ideal es la parejita; sí, conozco gente resucitada.
Y es que nos hemos acostumbrado a pensar que la resurrección es sólo una cosa que nos espera al otro lado de la muerte. Y nadie piensa que la resurrección es también entrar “más” en la vida, ¿acaso no resucitó Jesús, para seguir ayudando a la gente? que la resurrección es algo que la Gracia de Dios da a todo el que con fe se la pide, y asume que después de pedirla, siga luchando por resucitar cada día.
La resurrección es, también, como un fuego que corre por la sangre de nuestra humanidad. Un fuego que nada ni nadie puede apagar. Nada ni nadie –claro- salvo nuestra incredulidad, la propia mediocridad y el aburrimiento.
Los resucitados son los que tienen un “plus” de vida, un “plus” que sale por los ojos brillantes y que se convierte pronto en algo contagioso, algo que demuestra que el hombre sobrepasa al hombre que es y que prueba que la vida es más fuerte que la muerte.
Y a mis lectores les digo que pueden ser también personas resucitadas. Sé que la vida nos marchita, nos va cortando ramas de nuestras energías, poda algunas ilusiones y deseos. Pero como la vida es más fuerte, y el espíritu cuenta con la dinámica del Espíritu, también podemos reverdecer cada mañana con renovadas ilusiones y esperanzas. Recordemos que cuando Jesús resucitó no lo hizo para presumir de cuerpo, sino para seguir ayudando a los suyos que las estaban pasando canutas, atrapados por el miedo y la muerte.
Dediquémonos a repartir resurrección y encontraremos que todos se sentirán mejor después de haber hablado con nosotros. Y veremos que para resucitar no hace falta ir a ningún proveedor de jaleas de la eterna juventud. Basta con chapuzarse en el rio de las propias esperanzas para salir de él chorreando de amor a los demás. Recibir el agua del Espíritu para ser manantiales de vitales corrientes. Es así que ingresamos en la cofradía de los resucitados.
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