Si hay algo en lo que parece que los evangélicos estamos de acuerdo es en que, a la luz de la gran comisión, todos y no sólo unos pocos estamos llamados de manera particular para extender el Evangelio a todo pueblo y nación. Somos desde ese momento los portadores del mensaje más grandioso y esperanzador que el hombre podrá recibir jamás, cualquiera que sea la condición de quien lo reciba y es, además, fácil de aceptar aunque difícil de seguir, porque requiere de nosotros lo que más nos cuesta dar: a nosotros mismos, y de forma total y absoluta.
En ese intento difícil por llevar el Evangelio a cuantos más mejor, se buscan las maneras más eficaces y potentes de alcanzar a otros y una de esas estrategias, aprovechando la mitomanía que parece invadirnos a los seres humanos de manera general, es explotar públicamente si tal o cual famoso es también cristiano (lo cual parece, a la luz del énfasis con que se usa esto, que legitima verdaderamente la opción de serlo). Dicho de otra forma, pareciera que nuestra opción religiosa es más cierta, firme, o digna de respeto si resulta que la suscribe alguien conocido o público. Y
a menudo se nos ve a los cristianos idolatrando a personalidades cristianas, mostrándonos mucho más orgullosos de serlo también desde que esos otros se han “convertido” o han hecho pública su fe.
Ahora bien,
esto hace aguas por varios puntos que penosas consecuencias están trayendo a los cristianos. Y, francamente, por estos y otros es que nos apetece, en más de una ocasión, meternos literalmente debajo de la tierra.
Por una parte, no somos nosotros llamados a tener que dirimir si las personas han conocido al Señor o no, o a hacer valoraciones acerca de su conversión, pero ciertamente los frutos de cada cual hablan de lo que gobierna sus vidas y desde luego, es principio bíblico que una misma fuente no puede hacer brotar agua dulce y agua amarga.
Algunos de los casos más flagrantes y recientes nos los da, sin ir más lejos, la factoría Disney, con Miley Cyrus a la cabeza para vergüenza pública general, no sólo de los evangélicos, pero principalmente de ellos ya que durante tiempo se la asoció a ella y a su familia con el cristianismo. Igual pasó con Justin Bieber y otros nombres conocidos de los cuales pocas o ninguna conversión derivada se conocen.
Porque, seamos realistas,
este tipo de cosas nunca sirvieron para atraer a la gente al Evangelio, sino más bien para poner la vista pública equivocadamente en alguien que fallará, de manera probablemente catastrófica como lo hacemos los “ciudadanos de a pie” todos los días, sólo que cayendo desde una altura más alta. Y su batacazo solamente servirá para que el mundo, que observa a ese “cristiano público” con aparentes ojos de admiración, pero en todo caso con mirada crítica dispuesta a saltar como un muelle en el momento preciso, se harte de usar tal estrellazo para decir “¿Y este no era cristiano?”. Así nos va… Si lo que los demás conocen de Jesús se tiene que ver de esta forma, no debe sorprendernos la manera en que la gente entiende el Evangelio.
Jesús siempre tuvo a bien manifestar Su poder a través de los débiles de este mundo y aunque toca también las vidas de los que han sido humanamente privilegiados por ocupar lugares visibles o de responsabilidad,
no me imagino a Jesús usando a ninguno de ellos exponiéndolos a la vista pública como herramienta publicitaria del Evangelio. Nosotros, sin embargo, más listos a todas luces según nuestra propia opinión, sí lo hacemos, pero creo que sin ser ni mínimamente capaces de entender, no sólo el flaco favor que le hacemos al Evangelio con esto, sino el daño tremendo que traemos a almas frágiles que, si quizá en algún momento tuvieron algún interés por acercarse a la fe,
quedan profundamente decepcionados por lo barato que nos vendemos y la mala mercancía a la que nos atrevemos a llamar “cristianismo” o “cristianos”.
Todos somos personas débiles, susceptibles al engaño de lo inmediato, del sexo, del dinero, del poder… corrompibles sin demasiada dificultad, aunque no todos con iguales consecuencias que otros.
Lo que debemos predicar es a Cristo crucificado y resucitado, no a personas supuestamente lavadas por Su sangre por las cuales no podemos poner la mano en el fuego ya que no podemos hacerlo ni por nosotros mismos. Esta no es, entonces, una crítica al que cae, sino a los irresponsables que ponemos a seres humanos en el candelero para ser escrutados, observados, criticados y utilizados como herramienta para disuadir a las personas de acercase al Evangelio, más que para acercarlas a Él.
Los que desde fuera observamos sin terminar de entender por qué tanto bombo y platillo a que alguien público sea expuesto de esa forma y sabiendo que, desde esa posición tiene muchas más probabilidades de venirse abajo “con todo el equipo”, nos preguntamos con pena, si no con rabia, cómo es posible que cometamos el mismo error una y otra vez y que nos encariñemos tanto con esa piedra que nos hace caer permanentemente. Por qué esa necesidad de hacer que la vista de la gente se afiance sobre una persona imperfecta con el objetivo dudoso de que vea a Quien está detrás, que supuestamente es Jesús, pero que tantas veces es el maligno disfrazado como ángel de luz. E
insisto, “supuestamente” porque a la luz de lo que los frutos de algunos de esos “convertidos” dicen, Jesús está más que ausente que presente en esas vidas, con el flaco favor que airear estas cosas hace a los que no creen.
Es fácil caer en hacer esta suplantación de identidad: vendemos a una personalidad en vez de a una persona, a LA persona, al Señor Jesucristo, como cabeza visible de una fe que ha revolucionado la historia y su rumbo.
Jesús es inigualable, incomparable, merece la pena en sí mismo, independientemente de que quienes crean en Él sean desconocidos o famosos. El corazón de los hombres no está en los mismos lugares que donde está el corazón de Dios, y para Él tiene el mismo valor alguien de la más baja clase social que el más rico y conocido de los magnates de este mundo, siempre que uno y otro se rindan a la obra de Cristo hecha por ellos en la cruz. Porque quien importa es Cristo. Lo demás son suplantaciones, ídolos que se caen porque tienen los pies de barro, por muy glamourosas que nos parezcan sus vidas y su aspecto de pies para arriba. Si los cimientos no están en Cristo, de nada sirve la edificación, por atractiva que le resulte al mundo.
Seamos responsables con este tipo de publicidad, que es gratuita en muchas ocasiones para esos artistas y famosos, pero sale muy, muy cara a los que con esfuerzo y dedicación, además de principalmente con sujeción y sometimiento al Señor, cuidan a diario de su testimonio intentando ser embajadores dignos del Señor al que servimos. Porque es a ellos y fundamentalmente al nombre del Señor de los cristianos a quien ponemos en entredicho cuando estas estrellas fugaces acaban estrepitosamente su recorrido.
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