David A. Brading es un historiador británico, profesor de la Universidad de Cambridge, sumamente interesado en México, autor de varios libros al respecto, entre ellos,
Orbe indiano: de la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, Mito y profecía en la historia de México, y el monumental
La Virgen de Guadalupe: imagen y tradición (2002). Además, junto con John Elliott, Alan Knight, Brian Hamnett y Hugh Thomas, colaboró en el volumen
Cinco miradas británicas a la historia de México (2000). Allí, aborda ampliamente las relaciones entre el patriotismo criollo colonial y la formación del nacionalismo. En agosto de 2000 participó en el coloquio internacional que celebró el quincuagésimo aniversario de la aparición de
El laberinto de la soledad, libro paradigmático de Octavio Paz.
1 A fines de 2002, el Fondo de Cultura Económica puso en circulación una versión ampliada de dicha participación bajo el título
Octavio Paz y la poética de la historia mexicana.2
Se trata de un libro breve que pasa revista, en nueve secciones, a las diversas formas en las que el poeta mexicano concibió el pasado mexicano en distintos momentos de su larga carrera, como explica Brading en el prefacio, donde agrega, resumiendo muy bien su apreciación global del pensamiento de Paz, que “en sus escritos sobre el pasado de México es posible observar un alto contraste entre la precisa aunque exuberante imaginería que desplegó para atrapar la esencia de momentos históricos decisivos y las yermas conclusiones de su lógica meta-histórica” (pp. 7-8). Con estas palabras de advertencia, Brading delimita con precisión los alcances de las afirmaciones pacianas, propias de un poeta y ensayista que nunca tuvo pretensiones académicas. Por ello no discute las implicaciones historiográficas de los conceptos y símbolos propuestos por Paz.
Como historiador riguroso, Brading se sirve de algunos escritos en donde Paz incubó y plasmó su muy personal visión de la historia mexicana. Se trata, cronológicamente, de algunos textos anteriores a 1950 (recogidos en
Primeras letras, de 1988);
El laberinto de la soledad, en sus dos ediciones (1950 y la definitiva de 1959)
; Posdata (1970);
Los hijos del limo (1974); y “Nueva España: orfandad y legitimidad”, prólogo a la versión castellana del libro de
Jacques Lafaye, Quetzalcóatl y Guadalupe: la formación de la conciencia nacional en México (1977). Con esta selección nada azarosa, Brading manifiesta un profundo conocimiento del pensamiento de Paz, pues los textos escogidos para su análisis forman parte de una reflexión cuya continuidad sólo puede apreciarse mediante una visión global de toda la obra.
1. Poesía e historia: indagar en la revelación
Las influencias
En la primera sección, Brading resume la obra de José Vasconcelos (1881-1953) y otros escritores y artistas posrevolucionarios, dominados por un “misticismo fundado en la belleza”, como antecedente de la reflexión que Paz culminaría con la redacción de
El laberinto… Vasconcelos, un filósofo católico cuyo escepticismo acerca de la Revolución no le impidió colaborar con algunos de los gobiernos resultantes de la misma, presidió un notable renacimiento cultural desde los altos cargos que ocupó, donde manifestó claros sesgos mesiánicos relacionados con las ideas que profesaba acerca del porvenir de América Latina. Su visión histórica le hacía ver el surgimiento futuro de una raza cósmica (título de uno de sus libros más conocidos), esto es, que había llegado el momento de la emancipación del espíritu latinoamericano, tantas veces sometido a los impulsos coloniales. Impulsos e ideas similares propugnaron algunos de los famosos muralistas, impulsados por Vasconcelos. Éste, a su vez, nunca abandonó el recelo hacia la cultura estadunidense y, en particular, hacia el protestantismo. Otros escritores católicos, como el poeta Ramón López Velarde, tampoco escondían su creencia en que “la médula de la Patria es guadalupana”. Otro antecedente importante de El laberinto… es el libro de Samuel Ramos, El perfil del hombre y la cultura en México, muy influido por la psicología de Alfred Adler, donde afirmaba que “la historia de México, en el plano espiritual, es la afirmación o negación de la religiosidad”. Ramos, a su vez, fue influido por las ideas de Justo Sierra.
Vasconcelos no fue para Paz más que un lejano y contradictorio modelo literario en su búsqueda personal. Así lo muestra la segunda sección, consagrada a rastrear la perspectiva histórica de los primeros escritos pacianos, donde el joven escritor mexicano comenzó a vislumbrarse a sí mismo como poeta y profeta, muy en la línea del romanticismo alemán e inglés. Nieto de Ireneo Paz, un distinguido liberal, e hijo de Octavio Paz Solórzano, abogado zapatista, el joven Octavio recibió y asumió una idea trascendental de la poesía, al mismo tiempo que empezó a abominar del nacionalismo ramplón de su época. Los conceptos de soledad y comunión, se mezclaban en su reflexión con una visión semi-religiosa de la poesía, entendida como una forma secular de revelación. Al discutir a Neruda, Paz “definía la inspiración poética como un fuego y una fuerza que se apoderan del poeta y que por tanto era, la señal divina del hombre”.
Las ideas de Paz sobre la historia estaban dominadas por la oposición entre nacionalismo y universalidad, mediada por las tendencias literarias y artísticas del momento. Afirmaba, en su respuesta a un cuestionario, y siguiendo la línea de la dialéctica soledad-comunión, que con la Revolución mexicana “todos hemos vuelto a la soledad y el diálogo está roto, como están rotos y quebrados todos los hombres”.
3 Más adelante, al relacionar los caminos de la poesía mexicana (criticada por su ¨tono menor” y contenido) con los vaivenes históricos, esboza la valoración de la fiesta que en
El laberinto… se desplegará como uno de sus temas centrales.
1.2 Poesía, revelación e historia
En la tercera sección, Brading se basa en
Los hijos del limo (segunda de las tres obras mayores dedicadas por
Paz a la poesía, las otras dos son
El arco y la lira, de 1956, y
La otra voz, de 1990), para explicar la distancia existente entre la obra poética de Paz (recogida en
Libertad bajo palabra, 1949) y sus reflexiones en prosa, ambas influidas por el surrealismo, con el que entró en contacto en los años 40. En ese libro tan posterior, un conjunto de conferencias dictadas en Harvard, Paz traza los antecedentes de su trabajo poético y, simultáneamente, expone las premisas culturales de su filosofía de la historia. Su principal referente es la modernidad, que sus mentores románticos rechazaron en nombre de la imaginación poética, sustituto estético de “la revelación y la conciencia cristianas”. Brading señala que “Paz pasó por alto que el romanticismo fue profundamente historicista en lo que concierne al saber humano y a la sociedad” (p. 33) en su afán por entender al poema como “una creación que trasciende lo histórico” o como materialización de un ¨tiempo arquetípico” (p. 33). Por ello, cuando Paz reflexionó sobre la historia de México, se inspiró en los primeros románticos y en la tradición modernista, incorporando sus apreciaciones de orden estético y moral.
En este punto Brading se pregunta sobre las razones que llevaron a Paz a escribir
El laberinto de la soledad. Definido por él “como un ejercicio de la imaginación crítica”,
4 no buscaba, como otros lo habían hecho y lo seguirían haciendo, “ninguna inmemorial esencia mexicana”, sino lo que se escondía detrás de las máscaras, reales y simbólicas, que portan todos los mexicanos. Paz, inspirado por los románticos alemanes y por Ortega y Gasset, se asumió como profeta, al hurgar en los símbolos de la historia de su país para, como bien describe Brading, mapear el viaje espiritual del colectivo “nosotros” (pp. 37-38). Esto afirma la existencia de una dicotomía radical entre su labor poética, gestada a partir de su raigambre simbolista y surrealista, y su conciencia de profeta romántico, pues “se apropió de los textos fragmentarios del pasado mexicano y trató de definir los grandes momentos históricos en que la nación mexicana se convirtió en entidad colectiva, consciente, capaz de autodeterminación” (p. 38). Brading agrega que Paz, quien creció en el seno de un liberalismo muy arraigado, escribió “al asumir su manto profético, […] como un liberal desencantado que volvía al primer romanticismo para articular una visión de México, de su gente y de su historia, tan sólo para negarse a ofrecerles a sus compatriotas un momento ideal en el pasado, toda vez que su propósito era invitarlos a confrontar y a adueñarse de una modernidad que les permitiera convertirse en contemporáneos de todos los hombres, sin importar las limitaciones del pasado” (p. 39).
2. El laberinto de una dialéctica apasionada: soledad y comunión
Historia, soledad y comunión
Inconforme y desafiado por Samuel Ramos, quien afirmaba que los mexicanos padecían un “complejo de inferioridad”, Paz entra con El laberinto… al debate sobre el “ser nacional”. Su punto de partida es la soledad, real y cultural, que experimentó su autor en Estados Unidos. Luego de evocarla como condición universal de la humanidad, interpela a la minoría de mexicanos que poseen la conciencia de serlo y los invita a reflexionar con él sobre ese asunto. No hay que olvidar que el libro tiene como epígrafe una cita del Juan de Mairena, heterónimo de Antonio Machado, referido a la otredad:
'Lo otro no existe: tal es la fe racional, la incurable creencia de la razón humana, Identidad=realidad, como si, a fin de cuentas, todo hubiera de ser, absoluta y necesariamente, uno y lo mismo. Pero lo otro no se deja eliminar; subsiste, persiste; es el hueso duro de roer en que la razón se deja los dientes. Abel Martín, con fe poética, no menos humana que la fe racional, creía en lo otro, en “La esencial heterogeneidad del ser”, como si dijéramos en la incurable otredad que padece lo uno.
5'
Esta cita adquiere particular relevancia si se considera la referencia cultural que preside el primer capítulo: el contraste con Estados Unidos, abordado desde la experiencia de los pachucos chicanos, algo que Paz no dejará nunca de hacer, aunque considerando otras muchas perspectivas. A diferencia de los estadounidenses, optimistas y llenos de ilusiones, los mexicanos “están clavados en el Jesús de la cruz ensangrentada y tienen un culto a la muerte” (p. 43). La interminable lista de diferencias y antítesis entre México y Estados Unidos se resume diciendo que el primero sigue siendo presa de su pasado católico e indígena, aunque ambos comparten el peso de la naturaleza humana.
Aquí es donde aflora, una vez más, la oposición soledad-comunión, pues al referirse a que todas las culturas parten de la convicción de que el orden universal ha sido violentado, Paz sugiere que el “pecado”, como negación del pecado original, sólo puede ser resultado de la soledad: “Es posible que lo que llamamos pecado no sea sino la expresión mítica de la conciencia de nosotros mismos, de nuestra soledad”.
6 En plena guerra civil española, Paz dice que tuvo “la revelación de ‘otro hombre’” y de otra clase de soledad: ni cerrada ni maquinal, sino abierta a la trascendencia”, porque, agregaba: “Sin duda la cercanía de la muerte y la fraternidad de las armas, producen, en todos los tiempos y en todos los países, una atmósfera propicia a lo extraordinario, a todo aquello que sobrepasa la condición humana y rompe el círculo de soledad que rodea a cada hombre”.
7 Se trataba, entonces, de una puerta abierta para recuperar la comunión, ése viejo sueño religioso ancestral, vehículo de una antigua Esperanza, como escribe, con mayúscula el propio paz: la de que “en cada hombre late la posibilidad de ser, o más exactamente, de volver a ser, otro hombre”.
En los capítulos II-IV de
El laberinto… Paz ejemplifica “su definición del modo en que los mexicanos difieren del hombre moderno” (p. 45), refiriéndose básicamente al disimulo y al ninguneo. Al abordar el tema de la fiesta, siguiendo muy de cerca las ideas de Roger Caillois (El mito y el hombre), muestra cómo los mexicanos participan de la relajación y la comunión, al caer las máscaras cotidianas y abandonar la soledad:
'La sociedad comulga consigo misma en la Fiesta. Todos sus miembros vuelven a la confusión y libertad originales. La estructura social se deshace y se crean nuevas formas de relación, reglas inesperadas, jerarquías caprichosas. En el desorden general, cada quien se abandona y atraviesa por situaciones y lugares que habitualmente le estaban vedados. Las fronteras entre espectadores y actores, entre oficiantes y asistentes, se borran. Todos forman parte de la Fiesta, todos se disuelven en su torbellino. Cualquiera que sea su índole, su carácter, su significado, la Fiesta es participación.
8'
El lenguaje religioso es inevitable. A la obvia asociación de estas observaciones con la idea del carnaval, hay que agregar que se sitúan dentro de la típica crítica romántica a la modernidad. El culto a la muerte, otra herencia prehispánica, remite, a su vez, al sacrificio, impersonal, donde de nueva cuenta se aprecia el predominio de la comunidad sobre lo individual. Asimismo, la pérdida de la madre es la gran tragedia de los mexicanos, puesto que, a partir de la Conquista, esto es, de la traición de sus dioses, el único refugio lo constituyeron la imagen sangrante de Jesucristo (asociado a la figura de Cuauhtémoc), y luego, la Virgen de Guadalupe, nueva madre de todos. Sobre el primero, afirma: “El mexicano venera al Cristo sangrante y humillado, golpeado por los soldados, condenado por los jueces, porque ve en él la imagen transfigurada de su propio destino”.
9 Brading anota que, en la segunda edición del libro, Paz incorporó un párrafo amplio sobre la Virgen de Guadalupe, lo cual podría entenderse, agregamos aquí, como un complemento de lo que denomina Paz “la triada” y como la parte luminosa cuyo reverso oscuro está representado por la Chingada, la oscura madre indígena violada por el conquistador español, verdadera presencia incómoda en el inconsciente colectivo de los mexicanos.
Reforma, Revolución y orfandad
Llama la atención la manera en que los mexicanos se libraron de la madre, según Paz. Mediante una interpretación que asimila el psicoanálisis a la dinámica histórica y se proyecta hasta el presente, afirma: “La Reforma [liberal] es la gran Ruptura con la madre. Esta separación era un acto fatal y necesario, porque toda vida verdaderamente autónoma se inicia como ruptura con la familia y el pasado […] De ahí que el sentimiento de orfandad sea el fondo constante de nuestras tentativas políticas y de nuestros conflictos íntimos.
México está tan solo como cada uno de sus hijos” (11).
10 Otra vez
la soledad… En esa línea argumental, los capítulos V-VII de
El laberinto… son una apasionada revisión de la turbulenta historia de México cuyo propósito está anunciado en las últimas palabras del capítulo IV: “La historia, que no nos podía decir nada sobre la naturaleza de nuestros sentimientos y de nuestros conflictos, sí nos puede mostrar ahora cómo se realizó la ruptura y cuáles han sido nuestras tentativas para trascender la soledad”.
11
Con el pasado indígena como preludio nostálgico, Paz le dedica tres capítulos al análisis histórico cuyo propósito es “convertir su interpretación en un contraste esencialmente dual entre tradición y modernidad, entre la Nueva España católica y el México liberal” (p. 52), siendo así las dos primeras etapas a las que seguiría la Revolución, que, como ellas, se petrificaría también. La institución que dio coherencia al mundo colonial, según esto, fue la Iglesia Católica, que incorporó a la Nueva España al orden de entonces y al mismo tiempo rescató a los indígenas de la orfandad en que los dejó la Conquista violenta, promoviendo una religiosidad eminentemente sincrética. En Sor Juana Inés de la Cruz, según Paz, hizo crisis la tensión entre religión y razón, pues ella “sufrió una doble soledad tanto como mujer y como monja” (p. 53). Con la Independencia, no se avanzó gran cosa, pues en contraste con Estados Unidos, avanzada de una burguesía en ascenso, las oligarquías de siempre siguieron gobernando al país La verdadera ruptura sucedió con la Reforma liberal, enemiga del catolicismo, aunque, como aquél, “era una filosofía universal y, al igual que su predecesor, se impuso por la violencia y por una minoría que trajo ideas de afuera” (p. 56), prácticamente inaplicables en toda su extensión. Los indígenas, una vez más, quedaron de nuevo en la orfandad y se volvieron a refugiar en la Iglesia. La idea de Paz sobre la Reforma es paradójica: “con ella nace la nación mexicana, pero al nacer pierde a su madre y es expulsada al frío mundo de la modernidad, privada del amor y de la comunión, condenada a la soledad y gobernada por la ciencia y el poder desnudo” (p. 57). El liberalismo triunfante era incapaz para consolar y además, deja de lado aspectos elementales de lo humano: los mitos, la comunión, el festín, el sueño, el erotismo. Vale la pena citar directamente a Paz:
'El sentido de este necesario matricidio no escapaba a la penetración de los mejores. Ignacio Ramírez, quizá la figura más saliente de ese grupo de hombres extraordinarios, termina así uno de sus poemas:
Madre naturaleza, ya no hay flores
por do mi paso vacilante avanza;
nací sin esperanzas ni temores;
vuelvo a ti sin temores ni esperanza.
Muerto Dios, eje de la sociedad colonial, la naturaleza vuelve a ser una Madre. Como más tarde el marxismo de Diego Rivera, el ateísmo de Ramírez se resuelve en una afirmación materialista, no exenta de religiosidad. Una auténtica concepción científica o simplemente racional de la materia no puede ver en ésta, ni en la naturaleza, una Madre […]
[…] destruida la teocracia indígena, muertos o exiliados los dioses, sin tierra en que apoyarse ni trasmundo al que emigrar, el indio ve en la religión cristiana una Madre. Como todas las madres, es entraña, reposo, regreso a los orígenes; y, asimismo, boca que devora, señora que mutila y castiga: madre terrible.
12'
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